martes, 17 de enero de 2017

RECHIFLA A LA SOMBRILLA, Alfonso Reyes


RECHIFLA A LA SOMBRILLA

ENTRE todas las palabras, había siempre
una que se me escurría, confundida
con la multitud. Me guiñaba un ojo, 
dengueaba, sacaba la lengua y se iba.
Era la “Sombrilla”, de quien ahora
voy a vengarme.
Un domingo de alameda con música,
salpicado de escupitajos del cobre, el
clamor de todos los niños subió al cielo.
Y es que, aprovechando una interferencia
de la luz -¡ese solecito disimulado y
socarrón de los días de fiesta!–
los globos de hidrógeno se las arreglaron
para escapar a un tiempo.
entre una salva de exclamaciones.
Aquello era, por lo altos aires, un
minué de balones. Los había rojos y
verdes, azules, amarillos y blancos.
Algunos, los de más temperamento, se
erigían en soles, fundaban imperio a
la romana, y pronto organizaban una
zarabanda de planetas en su homenaje.
Sombrilla hubo que los tomó en serio
y subió tras ellos, muy oronda y sin
darse cuenta, como muchachita en trenzas
que anda con los borrachos. Pero
¿qué le dió a la sombrilla?
Y las palabras comenzaron a hacer
de las suyas:
-¡Vaya un parasol! ¡Quiso emular
al paracaídas y se nos volvió parasubidas!
¡Pues si al paraguas le da por volverse
pararrayos…! Pues, señora, mis parabienes.
Y todo ¿para qué? Para nada, o como
dice la gente, para ná. (Con mayúscula,
en el Brasil, Paraná).
Y abajo, entre la población infantil
desposeída, una asamblea de sombreros
de paja y gorritas marineras, con sus
cintas y sus letreros: Alaska, Vencedor,
No me bese usted, y otros últimos
testimonios del verbo.

ALFONSO REYES

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