martes, 24 de marzo de 2015

UN CARLOS MARX DEL SIGLO XXI, Leopoldo Sánchez Zúber (La Jornasda Semanal)

Leopoldo Sánchez Zúber
Carlos Marx, Thomas Piketty y El Capital. Collage de Marga Peña
Según The Guardian, el economista francés
Thomas Piketty es el intelectual más influyente del año 2014”
The Economist lo llama “el Carlos Marx del siglo XXI”.
No hay duda de que nuestro actual sistema económico ha abierto una brecha cada vez más grande entre ricos y pobres. Ya se ha señalado al capitalismo voraz como responsable del desajuste socioeconómico de México, pero no hemos hecho algo eficaz para reducir la brecha entre ricos y pobres a un nivel mínimamente satisfactorio. No se ha hecho nada, porque modificar el sistema pide que cedamos parte de lo que hemos acumulado y podemos acumular con nuestro esfuerzo.

Sí, la parte privilegiada de nuestro pueblo ha hecho esfuerzos (no siempre muy limpios) para lograr el bienestar económico del que gozamos. Pero no sólo han sido nuestros esfuerzos: han incidido circunstancias políticas de permisividad, y la arbitrariedad con que legítimamente asignamos al capital un valor fuera de proporción respecto al valor del trabajo. Para que se diera este bienestar económico sólo en algunos, ha contribuido la irrestricta apertura ética de nuestra sociedad.

Cerca de este grupo privilegiado, no obstante, existe otro muy grande de mexicanos que no se han beneficiado del progreso, gente condenada a ser piso, apoyo del beneficio económico de los privilegiados, un estrato social condenado al deterioro progresivo.

Nos ha faltado sentido de inclusión, atención a quienes desde hace siglos viven y mueren en la impotencia, la ignorancia y pobreza, a ese sector social que en periódicas revueltas pretende vengarse –más que liberase– de victimarios omnipotentes y de un destino que no entiende.

¿Qué dicen los jerarcas que controlan el sistema económico actual? ¿Qué, los que deciden el rumbo de nuestra economía? ¿Qué esperanzas de ser rescatado le dan a ese sector de nuestro pueblo? La Comisión Nacional de los Salarios Mínimos les ha dicho que “al no concluir el proceso para la desindexación del salario mínimo, no se está en posibilidad de que el salario mínimo reinicie [¿no será inicie?] un proceso de recuperación gradual, toda vez que su utilización como unidad de cuenta, base o medida de referencia constituye una atadura que lejos de favorecer la recuperación del poder adquisitivo de los trabajadores, puede convertirse en un factor que los perjudique”. Es decir que, así como en los pasados cien años no se dieron condiciones favorables para su beneficio, tampoco ahora se dan, pero que pronto llegará a ser tal el capital acumulado que se derramará sobre ellos y participarán del festín. Así nos los hemos llevado durante años y lustros y siglos, y el capital se ha acumulado sin derramarse sobre ellos.

Ahora ha surgido una voz autorizada a nivel mundial, denunciando la ineficacia social del sistema económico del mundo, del que el nuestro es apéndice; una voz que confirma que el crecimiento de la economía no corrige naturalmente la desigualdad social porque “la acumulación de capital crece a un ritmo mayor que la expansión de la economía y, por lo tanto, los ricos se vuelven necesariamente cada vez más ricos y los pobres más pobres”. Es la voz del reconocido economista francés Thomas Piketty, que según el diario inglés The Guardian es “el intelectual más influyente del año 2014”, y el libro que publicó, El capital en el siglo XXI (más de millón y medio de ejemplares vendidos y traducido a varios idiomas, incluido el chino), para el Financial Times es “el libro de economía del año”.

En cambio, la revista The Economist ha calificado a Thomas Piketty como “el Marx del siglo XXI”, lo cual no sorprende, pues cada vez que alguien demuestra que el sistema económico actual es inhumano lo acusan de comunista. Lo mismo ha sucedido durante años: cuando alguien ha pensado diferente a los jerarcas del poder, les ha resultado amenazante y lo han acusado de hereje y lo han quemado vivo. Ahora intentarán quemar a Thomas Piketty, a pesar del éxito mundial de su libro, y de que no invita al comunismo ni a algo parecido: sólo advierte que si de verdad queremos tener un sistema económico que considere a todos los hombres como seres humanos y propicie la paz, será necesario ponerle límites al desbocado ejercicio del capitalismo, sin cambiar de sistema.

¿Cuál es el origen del problema? El verdadero fondo es el deseo de dominio del ser humano que se manifiesta en desalmada competencia, en la descalificación de lo que no sea como nosotros, y en el rechazo de quienes no piensen como nosotros, de quienes no crean lo que nosotros, en un desorbitado egocentrismo que anula los tradicionales valores morales y que, en su relativismo, declara que nadie nos va a decir qué es bueno o es malo.

Con el tiempo nuestra cultura se ha movido hacia la competencia y el miedo. Las potencias mundiales in-vierten más en armamento para dominar y/o defenderse del prójimo, que en evitar que grandes turbas mueran de hambre.

Darwin se dio cuenta de que la evolución se apoya en la competencia y el dominio del más fuerte, pero también dijo que la supervivencia de un grupo depende de la inclusión y participación de todos sus miembros.
Se hacen muchas y costosas juntas cumbre’ para arreglar el mundo, que acaban dando pobres resultados. ¡Cuánto mejor sería que nos juntáramos a planear la forma en que los países que tienen sistemas económicos socialmente satisfactorios ayudaran a otros países a adaptar esos sistemas a sus pueblos!

Contar con lo esencial para vivir y con las reservas necesarias para resolver emergencias produce felicidad, pero acumular muchas veces los recursos necesarios no aumenta la felicidad en esa proporción. Un pueblo con la vida económica básica suele ofrecer baja criminalidad y alto crecimiento.

No basta juntarse en Davos para intercambiar elogios mutuos u ofrecer limosna a grupos en extrema necesidad; lo que debería suceder es juntarse para que los países con estabilidad económica y social ayuden a otros a reducir la brecha entre ricos y pobres, y así favorezcan el bienestar y la paz de sus pueblos.

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