domingo, 30 de marzo de 2014

RETRATO DE UN ARTISTA ADOLESCENTE, Francisco Barrios

Joe Broderick en el papel de Krapp, en la obra La última cinta de Krapp, de Samuel Beckett, estará en el Festival Alternativo de Teatro.

Especial Teatro

Sacerdote, escritor, dramaturgo, son algunos de los oficios que ha realizado Joe Broderick a lo largo de su vida. Aunque se encandiló con el teatro cuando era niño, solo desde hace dos décadas, por la presencia espectral de Beckett y Joyce, decidió lanzarse al ruedo. Perfil.

Francisco Barrios*

Publicado el: 2014-03-21

Hace 45 años Joe Broderick estaba en la casa del crítico cultural Iván Illich, en Cuernavaca, cuando Walter Bradbury, un editor de Doubleday, le preguntó a Illich si conocía a alguien que pudiera escribir una biografía del sacerdote guerrillero Camilo Torres (1929-1965). Illich buscó al padre Broderick entre los contertulios y lo señaló como la persona indicada. Lo que siguió fue un anticipo de tres mil dólares de la editorial y un trabajo de investigación de seis años en los que Broderick entrevistó a decenas de conocidos de Torres y escribió –primero en inglés y después él mismo tradujo al castellano– la biografía más completa de Camilo Torres que existe. Pero cuando lo entrevisté, Broderick no quiso hablarme de la biografía, por la que invariablemente le preguntan, sino del montaje de La última cinta de Krapp, de Samuel Beckett, que presentará a partir del 20 de marzo bajo la dirección de Camilo Carvajal en el teatro Hombre Mono, del barrio La Soledad. De cualquier manera, no fui a preguntarle por Camilo Torres.
En una corta nota biográfica sobre Broderick leí que antes de llegar a Cuernavaca había estado en Karachi, Pakistán. Le pregunté cómo había llegado allí y me contó que el nuncio apostólico, Emmanuele Clarizio, que solía visitar su casa en Melbourne, se lo llevó como secretario personal una vez que Broderick se hubo ordenado. “¿Y cómo fue esa época en Karachi?”, quise saber. “Esa es otra historia –me contestó– mejor hablemos de Beckett”. Pero antes de llegar a Beckett, importa saber cómo llegó Joe Broderick a Colombia, porque, como en la obra del irlandés en la que los apellidos de varios personajes empiezan con la letra m (Murphy, Molloy y Malone), el itinerario Broderick-Bogotá-Beckett, me parece una coincidencia semántica que merece explicarse.
Walter Joseph Broderick nació en 1935 en Melbourne, Australia. Su padre fue un comerciante próspero, así que Broderick vivió una niñez acomodada. Sus padres eran católicos cultos, así que la música y el teatro siempre estuvieron presentes en su vida. Broderick evoca cómo en la posguerra las compañías teatrales más prestigiosas de Londres, como The Old Vic y Stratford on Avon, visitaban Australia, y él tuvo el privilegio de ver a actores como Lawrence Olivier, Vivien Leigh y Anthony Quayle en montajes de Shakespeare (sobre esta experiencia temprana vale mucho la pena leer su recuento en el prólogo a la edición de La tragedia de Hamlet príncipe de Dinamarca, Taller de Edición, 2006). Pero a pesar de estar en un ambiente algo liberal, la presencia de la Iglesia católica en su vida era constante, por lo que para Broderick, que estudió con los jesuitas, ingresar al sacerdocio fue de lo más natural; no obedeció a ninguna presión familiar ni a ninguna iluminación. Simplemente a un deseo de ayudar a los otros. Broderick estudió en el seminario de Melbourne y después de su trabajo en la nunciatura, en Pakistán y en Santo Domingo, se fue como misionero a Perú y trabajó en las barriadas de Lima. Finalmente, “echando dedo” llegó a Colombia en 1967 y trabajó con los sacerdotes del grupo Golconda, influenciados por el legado de Camilo Torres y por la Teología de la Liberación. En América, Broderick perdió la fe en la Iglesia –no los votos, pues nunca los dejó de manera oficial– pero, al igual que su vocación, su renuncia no fue drástica. “Simplemente dejé de creer”, me dijo, como quien hace eco de los diálogos de Vladimir y Estragón.
En 1972, mientras trabajaba en la biografía de Torres, Broderick conoció a María Emilia Echeverri, se casó con ella y empezó a trabajar como caricaturista e ilustrador. En 1975, Doubleday publicó la biografía de Camilo Torres en inglés, y dos años después se publicó en castellano bajo el sello Grijalbo. Anticipando los problemas que tendría en Colombia por cuenta de la biografía de un exsacerdote guerrillero, Broderick y su esposa se fueron a Australia en 1975 por cuatro años. De cualquier manera, esto no lo libraría de sospechas, por una parte de los organismos de seguridad del Estado, que lo consideraban un subversivo, y por otra, de los mismos compañeros de Torres en el Ejército de Liberación Nacional (ELN), quienes sospechaban que Broderick era un agente de la CIA. Tal vez por eso, solo hasta el año pasado y después de 45 años de residir en Colombia, Broderick obtuvo la ciudadanía colombiana, lo que parece una escena del teatro del absurdo.
De regreso al país, en 1979, Broderick trabajó como caricaturista e ilustrador en la revistaAlternativa y empezó a viajar por el país para hacer cuadernillos didácticos sobre temas como la malaria para la Caja Agraria, el Plan Nacional de Rehabilitación (PNR) y otras organizaciones similares. Algunos de estos cuadernillos tenían tirajes de 350.000 ejemplares, lo que hace de Broderick, en justicia, uno de los autores más difundidos del país, aunque no el más leído. Por estos mismos años, compró con su esposa un lote en el municipio de La Calera, con la idea de darles a sus dos hijos una vida más o menos silvestre. “Tú has sido un buen papá, pero una mala influencia”, le dijo Wally, su hijo mayor, hace unos meses.
Aparte de los cuadernillos, Broderick se ganó la vida como traductor y creó su propio sello editorial, Ediciones El Labrador, con el cual publicó las cartas de Fernando González al sacerdote catalán José María Ripol. En 1991 decidió probar suerte en Dublín, en buena medida guiado por el propósito de que sus dos hijos conocieran mejor la cultura de sus ancestros paternos. En Irlanda trabajó como dibujante, pero cuando vio que eso no funcionaría se le ocurrió escribir una biografía del obispo irlandés Eamonn Casey, un héroe para muchos por su activismo contra al apartheid y sus denuncias de la política exterior de Reagan en Centroamérica, pero quien resultó tener una doble vida, pues tenía una relación con una mujer con la que había concebido un hijo. El libro, titulado Fall from Grace (Caído en desgracia), fue un éxito de ventas en Irlanda y entonces Broderick decidió regresar a Colombia. ¿Por qué si le fue tan bien a su libro y empezó a hacerse una vida en Dublín, decidió volver? “Porque que yo quería que mis hijos fueran colombianos”, me explicó. “La vida del siglo XXI va a ser muy precaria, y si hay gente que sabe apreciar la precariedad de la vida, esos son los colombianos. En Europa es distinto. No saben desvararse solitos. Por eso están tan jodidos ahora”.
Pero antes de volver al país, Broderick asistió en 1991 al Festival Beckett del Gate Theatre de Dublín que, en esa ocasión, montó todas las obras de Beckett e invitó a muchos de sus amigos y colegas del teatro: se trataba del primer gran homenaje póstumo al autor. “Yo había leído Malone muere sin entenderlo mucho, pero entonces me enamoré del personaje, además de su obra, y empecé a devorarlo”. Al año siguiente, de vuelta en Bogotá, Fanny Mickey le encargó dictar un taller sobre Beckett en el marco del Festival Iberoamericano de Teatro. Mientras leía con juicio a Beckett, Broderick también realizó una investigación para el Ministerio del Medio Ambiente sobre las consecuencias de la explotación maderera de la productora de papel irlandesa Smurfit (Cartón de Colombia), que después publicó bajo el título El imperio de cartón (1998). La multinacional trató de impedir la circulación del libro, pero no pudo hacerlo, debido a que los derechos de publicación eran propiedad del autor, y él había hecho la investigación de campo. También hizo una traducción de Canción de mí mismo, de Walt Whitman, y de varias obras de teatro; dictó clases en la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional y empezó a dar un taller sobre el Ulises de Joyce en la sala de su apartamento en el barrio La Macarena. Por encargo de Intermedio Editores escribió una biografía de Manuel Pérez, el exsacerdote y comandante del ELN, cuya primera parte publicó en 2000 con el título El guerrillero invisible. Esta biografía es excepcional, pero la segunda parte, que se podría titular “Esperando a Gabino”, ha venido dilatándose por cuenta de la imposibilidad de hablar con Nicolás Rodríguez, alias Gabino, excomandante del ELN.
En el 2005 Broderick publicó la biografía Samuel Beckett la tragicomedia de la vida (Panamericana) y en el 2006 tradujo al español moderno Hamlet, versión que se presentó en el Festival Iberoamericano de Bogotá, en el Cervantino de México y en el Latin Fest de Nueva York. Cuatro años después adaptó para la escena el cuento de Beckett “Primer amor”. Este montaje, dirigido por Manuel Orjuela, tuvo una temporada de un mes y medio con cuatro funciones por semana en Casa Ensamble, y constituye un éxito si tenemos en cuenta que fue la primera actuación de Broderick para el teatro. Con esta misma obra fue invitado por Colombia a la Universidad Autónoma Metropolitana de México el año pasado, me contó entusiasmado. Después se puso de pie y buscó en el desorden de su biblioteca el semanario de la universidad. En la portada aparece Broderick y el titular reza: “Expertos de la UAM aíslan compuesto con acción antiinflamatoria”.
Bajo la dirección de Carvajal, Broderick presentará La última cinta de Krapp cuando esta revista esté en la imprenta, por lo que me resulta imposible comentarla. Pero lo que sí me parece digno de comentar es que un australiano de ascendencia irlandesa y de casi ochenta años de edad quiera transmitir en Bogotá, año a año, el legado de Joyce en la sala de su apartamento y el de Beckett en la sala de teatro que logre procurarse. Para ello, imprime un afiche y unos volantes y sale a ponerlos en cuanta cartelera hay en el barrio La Macarena. A la entrada de su edificio hay uno, a la entrada de los ascensores de Las Torres del Parque hay otro, y así. Un poco como los personajes de Beckett sobre los que, a la larga, no importa la procedencia, ni la edad, ni el pasado, Broderick con su vivacidad parece un chico colombiano de diecinueve años. Tal vez lo es y por eso se me antoja que es un adolescente.

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