lunes, 24 de marzo de 2014

LOS MENTADOS HERMANOS LIMAS *, Julio Astillero

 
Ilustración de Juan G. Puga
Los mentados hermanos Limas*
Julio Astillero


-No se puede despreciar a la gente nomás así -aconsejaba Décimo Limas a Donoso, el candidato presidencial que no quería aceptar al Pacho Abregoziel Orellano en la mesa de invitados a una discreta cena de amigos en Monterrey.

Décimo había sido bautizado con ese nombre (y no con el de Mendocino, como una guapa vidente española había sugerido) para honrar el mandamiento bíblico número diez, que “prohíbe la codicia del bien ajeno, que es la raíz del robo, del pillaje y del fraude; prohíbe dejarse llevar de la concupiscencia de los ojos, que lleva a tantos pecados; y prohíbe la avaricia y la envidia, que son enemigas del orden y la concordia entre los individuos, las familias, los pueblos y las naciones” (la visionaria referencia había sido  tomada del Catecismo Básico, publicado por la Agencia Católica de Informaciones en América Latina). Pero Décimo, que obviamente no tenía santo, sino porcentaje, sería, al paso del tiempo, buenísimo para el billete, el trago, los toros y otros sacrificios diocesanos.

Las artes adivinatorias de quien ponía nombres a los hermanos Limas quedaron históricamente de manifiesto al momento de clasificar al que más famoso sería, Cargos, a quien con aquellas prefiguraciones bautismales se creía encaminar de manera inevitable a la adquisición de plazas, funciones y cometidos públicos, vaticinio que en ese tópico se cumplió pero que conllevaba otro augurio, negativo, escondido como cookie de internet, pues al advenimiento deseado de nombramientos gubernamentales se sucedieron también acusaciones, imputaciones y recriminaciones, es decir, los otros cargos (judiciales y éticos) derivados de los primeros (administrativos y políticos).

El apellido tampoco se salvaba del toque irónico: Limas, como los instrumentos de acero clásicamente usados por los presos para desgastar los barrotes carcelarios. Yo limo, tú limas, todos limamos en ese ejercicio estriado con el que pretendemos disimular nuestras imperfecciones o fugarnos de nuestras celdas existenciales. Había, desde luego y como en toda familia expuesta a las habladurías públicas, versiones en el sentido de que el apellido original no era el de los frutos del limero, sino que en maniobras típicas de prestanombres había acabado siendo Limas lo que en realidad era Salim e, incluso, que a este apellido le habían limado una vocal telefónica, llegando el chismorreo al extremo de sugerir que, en el fondo, esos apellidos eran uno solo en el que se fundían -a veces simulando largas distancias temporales- los poderes político y económico del país, entrelazados como el nombre de una delgada -en inglés, slim- cadena de restaurantes llamada Carlie&Charlos. ¡Felicidades por el primerísimo lugar de Nosotros los Forbes y Ustedes los Carlos!

-Entiéndeme, Décimo. No puedo, no debo y, la verdad, no quiero. Entiéndeme y ayúdame. Dile a tus amigos que me esperen, que no puedo correr riesgos, que más delante platicaremos -decía Aldo Luis a aquel personaje que había sido clave en la construcción de las carreras tanto de su hermano Cargos como del propio Donoso.

-Hay cosas que no se pueden pedir, chino -contestaba con su voz bajita, suave, casi en tono Corleone, el hermano encargado de los asuntos económicos de La Familia, agregando ese elemento de identificación inicial, la referencia al pelo ensortijado que en mata lucía años atrás el sonorense recién llegado del extranjero al que Cargos había presentado como una especie de hijo político a Décimo, el Mister Ten per Cent que entonces había decidido llamar “chino”, con capilar confianza, al joven en tutela.

-Ni tú me puedes pedir que no los invite –continuaba- ni yo puedo pedirles a ellos que no vayan. Sería una grosería extrema de mi parte el transmitir un mensaje así, y sería peligroso el que tú te atrevieras a tratarlos de esa manera. Piénsalo, licenciado Donoso, señor candidato, futuro presidente, y me vas diciendo… -cerró la plática Décimo, ya con un tono distinto en las palabras finales, entre desilusionado y cansado, como si al estar hablando pudiese ver frente a él las estampas sangrientas del futuro que en esos momentos comenzaba a tomar forma.
-No necesito pensar más, Décimo. No quiero ver en estos momentos a ese tipo de gente cerca de mí; ni en la campaña, ni en reuniones privadas. Y te quiero pedir de favor que no me hables así, de "licenciado", "candidato" o "presidente". Sabes bien que hoy y siempre nada más he de ser tu amigo, simplemente tu amigo, tu amigo Aldo Luis -y acompañó las palabras con una sonrisa franca, abierta, que, aún cuando con cierto retraso fue retribuida en términos parecidos por el visitante en retirada, no sería nunca más la misma, rota como allí había quedado una relación básica, literalmente vital.

Restaurante D’Tortari prepara Hamburto doble y MacKill Donald
-¿Y qué cree este hijo de la chingada, que el dinero de la campaña lo cagamos? ¿De dónde supone que salieron los millones de dólares que le acabamos de entregar nomás pa' que cubra gastos de estos días? ¿Ahora se va a declarar blanca palomita que no sabe cómo se hace la política en México, ni cómo se ha hecho todo para que yo sea presidente, ni cómo se harían las cosas si él llegara a sucederme? ¿El señorito nacido en Mafialena de a Kilo no quiere saber nada de "esos asuntos"? ¡Dime, Baúl, dime qué chingados sucede! (a veces, en la intimidad, Cargos llamaba Baúl a su hermano Décimo, pues lo consideraba una especie de cofre guardián de los secretos familiares y de otro tipo de riquezas menos espirituales). ¿Ahora ya no hay amigos, y a los que nos han ayudado a hacer política les damos una patada en el culo? ¿Se ha vuelto loco este cabrón, o qué?

* El periodista Julio Hernández López (@julioastillero) escribió Lomas Salinas y otros c(r)uentos como parte de una serie de textos de “política ficción” sobre las elecciones de 2006 que no ha sido publicada. El libro completo, disponible en la versión online de La Jornada, se refiere al tema específico del asesinato del candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio, veinte años atrás.

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