lunes, 10 de marzo de 2014

CONSPIRACIONES: DE EL CHAPO A HOUSE OF CARDS, Naief Yehya

Conspiraciones: de el Chapo a House of Cards

Tiempo convulsionado
El Chapo es capturado (trece proverbiales años después de su legendario escape) en el relativamente modesto y vulnerable edificio de condominios Miramar, en Culiacán, en medio de muchas sospechosas coincidencias. Un heroico y caótico movimiento en Ucrania derroca al régimen de Viktor Yanukovich, dejando al país inestable, con un aterrador vacío de poder y, sobre todo, quebrado, a merced de las ambiciones del Fondo Monetario Internacional (que ha tratado de imponer su paquete usual de  condiciones: reformas económicas favorables a la inversión extranjera, recortes en el gasto público, liberación de los precios de la gasolina, etcétera) o de las garras de Putin. Venezuela se encuentra cada vez más cerca del precipicio, Egipto está desgarrado y la brutal destrucción y genocidio en Siria son interpretados como productos de siniestras elucubraciones. Estamos nuevamente en una era de golpes de Estado disfrazados de revoluciones populares y de revueltas populares esquizofrénicas en las que, ya sea en la Plaza Tahrir, Caracas, Homs o el Maidan de Kiev, pelean lado a lado estudiantes prodemocracia, comunistas, fanáticos religiosos y fascistas consumados. Este es un tiempo intensamente convulsionado de cambios condenados al fracaso.

Tiempo maquiavélico
Uno de los mejores reflejos del Zeitgeist es House of Cards, la exitosa serie de la empresa Netflix, adaptada de un thriller político británico del mismo nombre y que va en su segunda temporada. House of Cards, creada por Beau Willimon y dirigida por David Fincher, describe la manipulación, estrategias retorcidas y actos criminales del exlíder del Congreso, vicepresidente de relevo y operador político despiadado, Francis Underwood (interpretado por Kevin Spacey), un hombre grotescamente ambicioso que haría sonrojarse al propio Maquiavelo y cuya naturaleza depende de conspirar, mentir y manipular en los más altos estratos del poder imperial estadunidense.

Tiempo de conspiraciones
No es de extrañar que en la era de internet, con el flujo irrefrenable de información sin control o validación editorial, proliferen viejas y nuevas teorías conspiratorias y explicaciones desquiciadas. Todo y cualquier cosa parece posible, todo podría estar conectado. ¿Por qué no creer que el Chapo ya estaba preso desde diciembre de 2013, o que fue asesinado en su primera noche en el penal; que el hombre capturado no es el Chapo o que el gobierno siempre estaba al tanto de su paradero, quien de paso financió la campaña de Peña Nieto? Todo es absurdo y a la vez imaginable. No es difícil poner en tela de juicio las afirmaciones gubernamentales y la veracidad de los medios dada la larga historia de mentiras, montajes, distorsiones y campañas de desinformación conducidas desde el poder. Para muchos las pistas son obvias: Peña Nieto aparece en la portada de Time como el “Salvador de México”, se reúne en Toluca con Obama y Harper, y a los pocos días cae el criminal más buscado del continente. The New York Times no pierde la oportunidad para elogiar la determinación del presidente no sólo por  “el arresto más grande de la generación”, sino también por su independencia, ya que “no ha dado a los oficiales de la ley estadunidense el tipo de acceso amplio en México que permitía Felipe Calderón”.

Tiempo de resignación
House of Cards dista mucho de ser la primera obra de ficción que pretende exponer los turbios manejos secretos del poder, los pactos, traiciones y juegos mortales que se ocultan tras las decisiones que determinan el curso de la historia. A veces la trama llega a ser tan extrema y desbordada que resulta fastuosamente ridícula (lo cual no es necesariamente malo); pero sí resulta sorprendente por convertir el pragmatismo cruel en un espectáculo sexy y aplastar sistemáticamente toda ilusión de justicia, decencia o democracia. En este universo fascinante y desolador nadie se salva, ni los demócratas ni los republicanos, ni los medios ni las corporaciones. Underwood continuamente rompe la ilusión narrativa al dirigirse directamente a la cámara para explicar sus motivos y anticipar sus acciones, en un juego que pone en evidencia que todo es ilusión. Sin embargo, esta reflexión sobre la inmoralidad del poder no es una denuncia ni trata de proyectar o causar indignación ni mucho menos incitar a la revuelta; por el contrario, parecería un regodeo, una forma de resignarse con la inevitabilidad de las perversiones del poder en un tiempo sin certezas.

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