viernes, 31 de enero de 2014

PALIMPSESTO, Juan Bañuelos

Juan Bañuelos (1930)

Palimpsesto


recién despierto
el hombre
inclinado
como un pobre sastre
que hilvana una prenda
rasguea su guitarra.
los sonidos que pasan
abren la escena IV
que contiene
la mente de cuerpo entero
en diálogo
con las mujeres del tiempo/
las escenas I, II, y III
pertenecen al mostruo
y al espacio.
el final
es el hallazgo
del pensamiento real
inmóvil
en el frío de las variaciones.
ellas sólo dijeron:
"tu guitarra es azul
mas no tocas las cosas
como son."
el ojo despejado/
un puro ver
sin reflexión
el hombre dijo:
"las cosas como son
en mi guitarra son/
de otra manera:
umbilical
el yermo
es una farsa
de la lluvia/
en mi guitarra
la montaña camina
y la noche es de piedra."
una de las mujeres
suplicó: "toca un aire
que nos trascienda
y separe la palabra
de las cosas."
el guitarrista
se consagra
a pulsar sus sentidos
y las cuerdas desfloran
el resplandor del alba/
doma al monstruo
indecible
(que nos atañe por dentro)
y despliega su fuerza
hacia un cielo que piensa/
en el instante
en que al final del parecer
el vaso con la flor
el cuadro rojo
el hombre
peinándose a dos espejos
el escritorio y la ventana
son en la guitarra
como antes fueron
capturados en la piedra.
los sonidos
transfiguran la mente entera
como un periódico
arrastrado por el viento
cambia las noticias/
así
los muros levantados
son la perfección
del pensamiento/
y la quietud
parte de la página
sin ser observada.
el hombre
vuelve a inclinarse
-como el sastre que cose-
sobre su instrumento/
y es un hombre
en el cuerpo
de una bestia furiosa
sentado en una silla
al sol/
y es una guitarra
monstruosamente azul/
mientras
en la pieza contigua
la soprano coloratura
canta el aria
de la realidad
que es un pájaro
que nunca se posa
y deja fluir sus alas
como un río sin cauce.
esa profunda alondra
jamás
calumniará a la muerte.
Pervesidad de la separación
desautorizo
mi ternura/
vuélvanse
mis ojos
turbulencia/
pido castigo ejemplar
a mis palabras.
al alba
quito la escalera
para que ninguna luz
suba a las ventanas/
que sea
irreflexiva
como un perro
mi bondad
que en los charcos
sean glorificados
mis instintos
que la vida tropiece
y su pie herido
sea mutilado.
desautorizo
a mi sangre
y a mi sexo/
y para mis oídos
toda mi voz/
toda vez
toda sombra
todo siglo
sea mi espalda
una sábana
árida.
la ausencia es una unión definitiva.
todo
tengo prohibido:
incluso la amargura.
Poema interrumpido por un allanamiento
Aquí la sangre, aquí tal si saliera
de una enorme bestia destazada.
La humareda de los siglos ahogándome.
Golpeando atrás del alma, golpeado
en nombre de la puerta custodiada:
"Ten coraje, Bañuelos.
Valor, viejo".
Será en la cacería siguiente
cuando mi íngrimo horizonte
caiga bajo la zarpa estrujamiedo.
Será. Será.
Los nervios con sus patas de diarrea.
Será el ciempiés errante de las fosas
abiertas en los rostros.
Y hallándome acosado
parpadeó el espejo
detrás de mi memoria.
Jugué a tener memoria.
Ascendí ensacerdotado de juncia y de cafetos.
Corrí por los llanos de Colón.
Fuí huésped a los quince
de aquella cárcel municipal,
y luego él "considera que es tu hijo"
y "o das tu cuota o friegas los excusados"
y ese olor natal de Tuxtla y sus alrededores
cuando, leyendo bajo el puente, el agua era
una ave larga que volaba boca arriba.
Y ahora aquí, entre la producción y el miedo,
"bendito seas entre todos, bendito", "no te eches
a perder", "visita a tus tíos". . .
Avergonzado de gastar todos estos años
en imágenes de aserrín, con los puños cerrados,
como el lagarto al acecho del mosco en la ribera.
Necio. El polvo de la persiana cae en mis hombros.
Qué quiere usted. Salmuera en mi ojo izquierdo
que rodea desgarrado el farallón
de lo que he podido soñar, de lo que tú no soñarás:
"la vida práctica es astucia, mi amigo.
Jode, come y bebe. Entra al PRI". . .
Y todavía habrá personas que se asombren
cuando cuentes que las hormigas
rezan su hastío, que el odio nunca está solo,
y que la sombra del durazno
huele lo mismo que su flor.
(Ay pequeño Sabinal de lavanderas
chorreando sol bajo las miradas
de las comadrejas y de la hierba
asustada).
Y hallándome acosado,
en tanto aplaco
mis nervios con sus patas de diarrea,
mientras enloquezco,
mientras muerdo estas paredes,
acuso a la luz
de que al abrir una granada
se despeñó hacia adentro
haciendo saltar su espuma roja
idéntica
a la que expulsa el azteca desollado.
El mapa
He mirado la patria largamente.
Se le nota tristeza hasta en el mapa.
Las personas mayores nos explican
que es libre, sin acecho atentísimo de zarpas.
Y a punto estuve de quedarme ciego
porque a la patria la oscurecen llagas,
la pisan botas, se le cierran puertas:
necesaria prisión con calles vigiladas.
Con el sudor de todos levantamos la espera,
pues no hay dolor que dure lo que dura una mancha.
Que sabemos de noches, de sentencias, amigos,
pero también sabemos que llega la mañana.
Despertemos, seamos el metal derretido,
lo que quiera la sed, la tierra trabajada,
lo que quieran las piedras, la sencillez del huerto,
lo que pidan las llamas,
en fin -al fin- la piel abierta en surco.
He visto largamente el mapa.
Pensé en mis hijos. Duele. Y eran todos los niños.
Fui deletreando el nombre de la patria
mientras buscaba dónde, dónde poner los ojos.
Y recordé de pronto algo que sangra:
Mexicano de tierra ensalinada,
desollado haraposo,
comedor de la noche y de las hojas,
catástrofe de costa a costa,
ando buscando a un pueblo,
ando buscando a un pueblo.
Habla.
    El espejo humeante, 1968

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