viernes, 17 de enero de 2014

LOUISE BORGEOIS: TEJEDORA DEL DOLOR Y LA EMOTIVIDAD

Germaine Gómez Haro
germaine@pegaso.net

Louise Bourgeois: tejedora del dolor
y la emotividad


Una araña de 10 metros de altura por 10 de diámetro custodia la entrada del Palacio de Bellas Artes. Su aspecto puede asustar o divertir, gustar o chocar, pero a nadie deja indiferente. Sostenida sobre sus ocho esbeltas patas a través de las cuales el visitante puede transitar, la pieza realizada en bronce y acero inoxidable ostenta un extraño equilibrio que la hace a la vez ligera y monumental, poderosa y vulnerable: un insecto gigante que es a un tiempo monstruoso y adorable. Un bolso que contiene veintiséis huevos de mármol pende de su vientre haciendo una clara alusión a la maternidad. Su nombre es Maman (“Mamá”), obra de la celebérrima artista franco-estadunidense Louise Bourgeois, figura central del panorama artístico de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, cuya obra de sus últimas décadas se presenta en la exhibición Petite Maman en el Museo del Palacio de Bellas Artes.

La araña ha sido un motivo recurrente a lo largo de todo su quehacer artístico. Su obsesión apareció por primera vez en varios dibujos en la década de los cuarenta y ocupó un lugar central en su obra de los años noventa. En 2001 fue la primera artista comisionada por la Tate Modern de Londres para crear una escultura de tales dimensiones y ocupar la Sala de Turbinas del museo con motivo de su inauguración. Nunca olvidaré la impresión que me causó el gigantesco bicho de patas zanquilargas erguido en ese soberbio espacio de 3 mil 400 metros cuadrados. A partir de entonces, diversas versiones de Maman han recorrido el mundo impactando a niños y adultos en las plazas y explanadas más famosas del orbe. La araña surge en la iconografía de Bourgeois como un homenaje a su madre, que era tejedora y trabajaba junto con su padre en un taller de restauración de tapices renacentistas. Este insecto es metáfora de la maternidad, tema constante en su obra y símbolo de fortaleza y fragilidad. Para la artista, el papel de la araña es ambivalente y contradictorio, pues utiliza la seda tanto para fabricar el capullo como para atrapar a su presa, y de ahí su analogía con la madre, a la vez protectora y castradora. “Mi mejor amiga fue mi madre –escribe Bourgeois en su diario–. Inteligente, paciente, relajante, razonable, exquisita, sutil, tan ordenada y útil como una araña. Mis arañas son una oda a ella.”

Louise Bourgeois nació en 1911 en París. Estudió matemáticas en La Sorbona y se diplomó en filosofía con una tesis sobre Pascal y Kant. Muy pronto dio un viraje hacia las artes plásticas que siempre fueron su fascinación y conoció a Fernand Léger, su “gran maestro”, quien descubrió sus dotes en la escultura y la incitó a involucrarse de lleno en ella. En 1939 se encontró con el historiador y crítico de arte estadunidense Robert Goldwater, con quien contrajo matrimonio, y se fue a vivir a Nueva York. Su obra estuvo de principio a fin marcada por un sello personal surgido de sus inestables estadios del alma, en los que se debatían la soledad, la frustración, la melancolía y los miedos.

Bourgeois experimentó una gran variedad de medios y materiales –pintura, dibujo, gráfica, instalación–, pero la escultura fue su principal pasión. En sus obras tempranas utilizaba básicamente madera y bronce, pero muy pronto comenzó a aventurarse con materiales no convencionales, como látex y yeso; después experimentó el bronce, piedra, silicona, caucho, hasta conseguir su expresión más personal y original con el uso de toda suerte de telas que van desde sus propias vestimentas, hasta toallas, ropa de cama, vendas, tapices…

En 1982 la inmortalizó el fotógrafo Robert Mapplethorpe con su obra titulada Filletebajo el brazo: un provocador pene escultura de los muchos que realizó a manera de catarsis para liberarse del trauma edípico provocado por la figura tutelar de un padre machista, de la cual nunca se pudo desprender, ni a través de treinta años de psicoanálisis, experiencia siempre palpable en su trabajo. En su rostro afable brilla una mirada pizpireta y una sonrisa traviesa que revelan ese espíritu lúdico y transgresor que se percibe en todas sus obras. Así, falo y maternidad, machismo y ternura, sexo y muerte, poder y fragilidad, angustia y juego, son los polos opuestos entre los que se despliega su lenguaje críptico, tan bello como sórdido, unas veces salpicado de dulzura y otras de una violencia arrebatada. Louise Bourgeois cosió su vida y su obra a retazos, como quien remienda su intimidad, para compartirla con el mundo que, con azoro, se enfrenta a ella, una obra bella, poética, y sobre todo, conmovedora.

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