jueves, 30 de enero de 2014

ABRAZOS CARNALES, Ana Clavel

ABRAZOS CARNALES

Un amor por el que vale la pena morir varias veces y revivir otras tantas para desfallecer en su abrazo
ANA CLAVEL. La autora es narradora. Su libro Las ninfas a veces sonríen obtuvo el PremioIberoamericano de Novela Elena Poniatowska. (FOTO: ESPECIAL. )

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ANA CLAVEL
DOMINGO, 26 DE ENERO DE 2014 | 00:10
El poder de los brazos es innegable. Si la manorepresenta destreza, el brazo refiere a la fuerza. Pero es también una fortaleza que se doblega cuando se tiende a un ser amado, ya sea para guarecerlo o para fundirse en él. No es otro el sentido que da San Juan de la Cruz en su célebre poema místico, cuando el alma recibe al Amado y lo abraza en su pecho florido.
Dos almas suspiran abrazadas en el Canto V del Infierno de Dante, donde se castiga “a los carnales pecadores,/ que la razón someten al deseo”: las de Francesca de Rimini y Paolo Malatesta, muertos por el esposo de ella y también hermano de él, al suspender la lectura de un libro de caballerías que relataba los amores adúlteros de la reinaGinebra y Lancelot. Sin soltarse del abrazo eterno de su amante, Francesca le revela al poeta el preciso momento de su pecado:
Cuando leímos que la deseada sonrisa de la amada
fue interrumpida por el beso del amante,
éste, que jamás se ha de separar de mí,
me besó tembloroso en la boca…
Aquel día ya no leímos más.
Muy lejos de condenar a la carne, el neoplatónico Francisco de Aldana (1537-1577) celebra las nupcias del cuerpo y el alma a través del abrazo amoroso cuando dice:

…en la lucha de amor juntos, trabados
con lenguas, brazos, pies y encadenados
cual vid que entre el jazmín se va enredando,
y que el vital aliento ambos tomando
en nuestros labios, de chupar cansados,
en medio a tanto bien somos forzados
llorar y sospirar de cuando en cuando.

André Breton lleva más lejos la encarnación del abrazo al ceñirlo a la razón de ser de la poesía como un cuerpo enamorado en el poema Sur la Rue de SanRomano de 1948:

La poesía se hace en el lecho del amor
Sus sábanas deshechas son la aurora de las cosas...
El abrazo poético como el abrazo carnal
Mientras duran
Prohíben caer en la miseria del mundo.
Pero no todos los abrazos son dichosos, como le sucede al protagonista del relato de Prosper Mérimée, La Venus de Ille de 1837, quien paga con la vida el desplante de colocar en un dedo de la diosa un anillo de compromiso. En la noche, la despiadada estatua de bronce lo seguirá hasta el lecho nupcial para ceñirlo en un cruel abrazo de muerte —irónica sugerencia de cuando el orgasmo, o petite mort, da lugar a la grande mort.
Hace poco el poeta Jorge Humberto Chávez me recordó este hermoso dístico de Borges, titulado Le Regret d'Héraclite:
Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca
Aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach.
¿Quién era Matilde Urbach?, se han preguntado muchos. Por las maravillas de la red, di con el testimonio de Juan Bonilla en su libro El arte del yo-yo(Pretextos 1996). Ahí relata cómo a través de un recuerdo vago del gran amigo de Borges, Bioy Casares, da con la pista de esa mujer-enigma que lo desvelaba como a tantos lectores: un libro comentado por Borges en la revista El Hogaren 1938, Man With Four Lives, del norteamericano William Joyce Cowen (1886-1964). Escribe Borges: “un capitán inglés, en la guerra de 1918, mata cuatro veces distintas a un mismo capitán alemán… Al final, el autor deja entrever una explicación, que es hermosa: el alemán es un militar desterrado que proyecta, a fuerza de cavilar, una especie de fantasma corpóreo que guerrea y muere por la patria más de una vez”.
No menciona ahí, pero la mantuvo en la memoria hasta escribir esos versosque han gloriosamente ardido, a la mujer que el capitán alemán visita antes de partir a la guerra y con quien funde su aliento en un abrazo íntimo y carnal: Matilde Urbach… Un amor por el que, para quienes estamos hechos de palabras, vale la pena morir varias veces y revivir otras tantas para desfallecer en su abrazo.

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