domingo, 15 de septiembre de 2013

HERMAN KOCH: DOSIFICAR EL CONFLICTO, Jorge Gudiño

Herman Koch:
dosificar el conflicto
Jorge Gudiño
A pocos les resultaría incómodo aceptar que gran parte del éxito de una novela descansa en el conflicto. Más aún: no sólo las novelas, sino casi todas las formas de narración, suelen partir de conflictos bien estructurados que, para ser más efectivos, buscan ser contundentes. No es difícil identificar dichos conflictos en las novelas, películas, series de televisión u otros productos narrativos. Si bien es cierto que el conflicto central puede no ser el mismo que el que abre la obra, es casi imposible pensar en alguna novela donde no se presente en las primeras páginas un elemento capaz de incorporar tensión dramática a la lectura. Esto es necesario porque, más allá de los experimentos formales, el conflicto sirve para enganchar al lector y, también, para orientarlo.
Este doble sentido parte de las posibles respuestas a la pregunta ¿de qué se trata tal o cual libro? Responder contando la historia es hacerlo a partir de una síntesis de sus conflictos. Por otra parte, también sirve para que el lector mismo se ubique dentro de la trama, sepa qué es lo que le prometen y qué puede esperar del resto del libro. Así pues, parece un sinsentido ofrecer una novela en la que el conflicto se relegue al máximo. Sin embargo, sucede. La mayor parte de las veces porque el autor escribe ejercicios o divertimentos que hacen preponderar la forma sobre la historia. Éstos pueden ser leídos de muchas maneras y encontrar sentido en sus propuestas: a lo largo de los siglos ha sucedido alguna vez que la forma ha sido más importante que el fondo. Ahora bien, no me estoy ocupando de esos casos. Existen ejemplos de novelas escritas con herramientas narrativas tradicionales en las que el conflicto tarda en llegar. A veces, éste llega al final del libro.
Herman Koch (Arnhem, 1953) ha tenido un éxito notable en los últimos años y lo ha logrado con sólo dos novelas. La primera, La cena, publicada en 2009, fue elegida como Libro del Año y obtuvo el Premio del Público. Su trama es de lo más simple. En una noche cualquiera, cuatro personajes se reúnen a cenar. Son dos hermanos y sus esposas. Todo parece fluir con normalidad pese a un ligero tono disonante en la voz del narrador y protagonista de la historia: Paul. A diferencia de los otros tres comensales, él no está del todo a gusto en esa cena cargada de plática trivial y buenos platos. Sin embargo, su estado de ánimo parece obedecer más a su actitud frente a la vida que a algún problema específico. Será dentro de ese escenario cargado de elementos euforizantes donde irrumpa el verdadero conflicto mucho después de la primera mitad de la novela.
En Casa de verano con piscina el asunto se demora aún más. Marc es un médico relativamente exitoso que, tras varios devaneos, accede a ir con su familia a la casa de verano de Ralph Meier, un famoso actor. El conflicto parece desvanecerse en pequeñas anécdotas insulsas, aderezadas por la personalidad de Marc. Él es cínico, lapidario y hace las cosas sólo por conveniencia y poco le importan los demás. A la casa de verano también llegará un famoso productor de Hollywood junto con su amante en turno. Será ahí donde se planteen diversos conflictos morales desde la perspectiva de quien toma cerveza a la orilla de una alberca. El incidente que justifica toda la novela llegará casi hasta el final y no será resuelto del todo.
Frente a las dos novelas publicadas en español por Herman Koch surgen varias preguntas. ¿Cómo le hace para escribir historias con el conflicto demorado? La respuesta no es sencilla y se esconde, sin duda, en la estrategia narrativa que utiliza. Tanto en La cena como en Casa de verano con piscina utiliza a un narrador en primera persona que parece ser el protagonista. Esto permite que cierta duda se instale en el lector. Todo hace pensar que la información narrativa nos llega al mismo tiempo que al personaje. Si a eso sumamos que los lectores tenemos una tendencia natural a empatizar con el protagonista, entonces el conflicto se sustituye por la intriga. Nosotros también queremos saber qué está pasando, qué es lo que el personaje ignora.
En un segundo momento, descubrir las verdaderas motivaciones del protagonista funciona como un acicate para la lectura. Esto resulta especialmente notorio en la medida en la que, pronto, nos percatamos de que tanto Marc como Paul son lábiles y oscuros. Entonces se entra en el conflicto de desidealizar al personaje. Pero esto debe lograrse a partir de un nuevo problema: la voz narrativa sigue siendo la misma, aunque el personaje comienza a resultar antipático y el lector está justo en medio de esa sensación: ¿cómo se establece un pacto de confianza con alguien que no nos cae bien? Justo ahí es donde descansa una de las mayores virtudes de Koch: conseguir disonancias de las que participa el lector.
Un poco más tarde se sumarán conflictos del orden moral. Como es bien sabido, cuando se plantea cualquier asunto en este tenor, todo mundo tiene algo que decir. Para discutir en torno a temas de índole moral no es necesario tener conocimientos sino opiniones. Lo interesante es que los personajes de Koch, la trama de sus novelas, permiten que las posturas frente a estos conflictos entren en un vaivén virtuoso; el que sea capaz de convencernos de que cierta premisa puede ser válida y su opuesta también. Si cada uno de estos postulados se enuncia por un personaje, entonces las relaciones de antipatía y simpatía respecto a ellos pueden modificarse de golpe. Tal es el efecto que se consigue.
El éxito de los escritores, sus altos niveles de ventas, no siempre están relacionados con su calidad narrativa. Herman Koch es un caso digno de estudio. No sólo porque sus novelas ofrecen profundidad en varios niveles. También porque adentrarse en sus páginas provoca la sensación de estar habitando el mismo mundo que los personajes, contagiando cada una de las emociones que viven; un logro que siempre resultará llamativo.

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