miércoles, 7 de agosto de 2013

GÉNESIS, Benjamín Adolfo Araujo Mondragón

Génesis




La tormenta se vistió de fiesta. La colisión cósmica fue factible: Apenas promesas, nos dedicamos a la contemplación. El silencio parió los ruidos marinos; las rocas fueron, tal vez, las primeras cantantes calvas de ese singular escenario donde se urdía la vida. Todos guardamos silencio desde las mazmorras de nuestros oscuros corazones. Estábamos a años luz de nuestra felicidad, no obstante lo cual carecimos del impulso suficiente para poner miel en nuestras miradas. Los siglos torcían su ajetreo interior como sinfonía burlona de lo que se avecinaba.

No hay manera de ser fracaso ni olvido, cuando aún no se nace. Resulta una verdadera necedad profesionalizar el miedo. Atracar en una falsa idea es apenas la mayor obscenidad; pero es lo más común que nos ocurre, desde que hubo aquel accidente infernal de la genética y afloró el pensamiento. Esa es, no hay duda, la central flor del mal.


El árbol del conocimiento rechina las letras de nuestros nombres mientras anochecen sus hojas. La letra divina de la razón está en un solo poema que nadie ha escrito pero todos nos sabemos desde el silencio de la sangre.

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