domingo, 28 de julio de 2013

EL RÍO Y EL LLANTO, Hugo Gutiérrez Vega

Hugo Gutiérrez Vega
El río y el llanto

Foto: cortesía de La otra revista
Hubo una época en la que la poesía intentaba mantenerse lejos de las vejaciones de la realidad. Por lo tanto, sólo usaba palabras estrictamente poéticas: rosicler, desfalleciente, sublime.
Después de Neruda, todo pertenece a la poesía, todo es poetizable: un caldillo de congrio exacto en su ajo y en la cucharada de crema que vuelve rosa el guiso rojo por el jitomate; un ardiente basurero como el de las barriadas romanas de postguerra del “llanto de la excavadora”, de Pasolini, o las amenazas sangrientas y obscenas de losnarcos de la frontera, esa frontera que pronto será una muralla china custodiada por miles de soldados y por aviones sin piloto; símbolo de la frenética amistad que nos profesan los señores del imperio.
Jorge Humberto Chávez, ganador del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2012, trabaja con materiales peligrosísimos, con gotas gruesas de nitroglicerina, y lo hace con una pasión desbordada, un asco incontenible y un amor ilimitado por las víctimas de esa crueldad sin barreras que asesina, decapita, cuelga, despedaza y desaparece a seres humanos en esta orgía de terror que llegó a extremos verdaderamente inhumanos en el desgobierno calderoniano.
Lo más grave de esta situación es que ha secado las fuentes del llanto (hay una oración para pedir el don de lágrimas) y ha afectado a varias generaciones de fronterizos que han pasado casi toda su vida en un estado de sitio tan angustioso como el descrito por Camus, ese maestro de la compasión. Ya no hay río ni llanto nos dice Jorge Humberto. Los ríos de la vida humana “van a dar en la mar/ que es el morir” (Jorge Manrique dixit). Y lo que más punza, lo que más duele es la muerte de los inocentes.
Hacía tiempo que no me enfrentaba a un fallo tan unánime, pues los tres jurados (uno, por teléfono, desde Cuba) dijimos al mismo tiempo el título del libro premiado. Habíamos superado las inevitables objeciones: “el tema es oportunista”, “está emparentado con el amarillismo periodístico”, etcétera. Claro, es un libro oportunísimo, urgente, pues ya era necesario que la poesía hablara de un tema tan lacerante como el de la masacre propiciada por el macabro calderonismo. Y que lo hiciera desde una perspectiva de compromiso moral y con verdadera fuerza lírica. Su tema y su factura, por otra parte, lo sitúan en el terreno de la poesía dramática. Estos fueron algunos de los rasgos de la originalidad sensorial que propiciaron tan entusiasta unanimidad a favor de Te diría que fuéramos al Río Bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto.
En este libro viven y actúan los emblemas de nuestro tiempo histórico, los aspectos hermosos y oscuros de la modernidad o, si ustedes lo prefieren, de la postmodernidad. Pero, en medio de ellos, y al lado del Honda blanco, siguen latiendo la crueldad, la violencia, la frialdad criminal, la prepotencia de los poderes políticos y... como en la Edad Media y sus bailes macabros y humorísticos, presididos por la “putilla del rubor helado”, se organiza la danza en la que giran miles de seres humanos inocentes que han sumido al país en el dolor más lacerante, ése que crea la confusión existencial de la que hablaba Camus.
Y lo que más duele de esta tragedia nacional que estalla con mayor fuerza en las antes chulas fronteras, es el dolor de los inocentes y, sobre todo, las consecuencias; aquello que, como decía Nelly Sachs, se empoza en su alma y les marca indeleblemente la vida y el porvenir. A todos los nacidos en este país debe llegarnos el dolor y la perplejidad de Roxy Zangal, como nos debe llegar la imagen de una ciudad derrotada por el zumbido asesino.
Este libro nos convierte en habitantes de Ciudad Juárez, provoca una solidaridad cálida de manos unidas. Y lo hace por la sencilla razón de que contiene poesía verdadera, ese milagro en el que se junta la emoción con la pericia formal. Todos somos judíos alemanes, decían los muchachos del ‘68. Todos debemos decir que somos juarenses después de leer el libro de Jorge Humberto. Por eso pensemos, como el autor, en El Ángelus, de Millet, en el aparcamiento en medio de la ruina y los responsos.
Este es un libro en el que las tumbas y los terrores encuentran en la poesía un testimonio poderoso. La esperanza existe pero es indecisa. Tal vez esta sinceridad con que se expresa la indecisión sea lo más impresionante y entrañable del poemario.
Jorge Humberto nos hace juarenses, nos obliga a tomar conciencia, a protestar, a llorar y a vivir el largo estado de sitio (más largo que el del Orán camusiano). En estos hechos radica la fuerza de unos poemas cuya glosa no requiere de demasiados adjetivos. Quizá dos muy claros y precisos: es un libro feroz y bello; feroz por su atmósfera sangrienta y sin cuartel; bello porque sabe convocar a la solidaridad entre los hombres y mujeres de esta tierra adolorida. Gracias por abrirnos estas dos puertas que conducen a la más preclara de las humanizaciones.

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