lunes, 3 de junio de 2013

SI NO TIENES HAMBRE, NO TIENES NADA: XAVIER VELASCO


"SI NO TIENES HAMBRE, NO TIENES NADA"

Xavier Velasco celebra el décimo aniversario de 'Diablo Guardián', la novela que no sólo lo lanzó a la fama y lo volvió un narrador profesional, sino la que lo reencontró con su madre, su abuela, y consigo mismo. Muchas cosas han pasado desde entonces, pero lo único que él no ha perdido son las ganas de hacer las cosas: En este trabajo lo que realmente cuenta no es la vanidad y la certeza, sino la duda, el miedo y el hambre.
POR KARINA ESPINOZA. FOTOS ARIEL OJEDA
| DOMINGO, 2 DE JUNIO DE 2013 | 13:08
Días antes del anuncio del premio solía repetirse, como una especie de mantra para lograr tranquilizarse: "Lo más probable es que no gane, tengo que entender eso. Hay otras opciones". Pero llegada la hora, a las 06:01 de la mañana del 24 de febrero de 2003, mientras las frases hechas se le disolvían y sólo iba quedando el terror, sonó el teléfono. Pensó que alguien le estaba jugando una broma. Pero no. Era Luis Mateo Diez, escritor, académico y presidente del jurado del Premio Alfaguara, quien le dijo, como conductor de un programa de concursos donde se ganan licuadoras: "¡Mil felicidades, es usted el feliz poseedor del Premio Alfaguara 2003!" Xavier Velasco no se rió. Aturdido, habló con los demás jueces. Una voz, a nombre de la editorial, le dio las instrucciones de lo que tenía que hacer. Su obra Diablo Guardián, tras el premio, estaba a punto de convertirse en una de las novelas en castellano más influyentes del siglo que corre: más de 10 ediciones y 250 mil ejemplares vendidos.
Minutos después de la noticia, dos escenarios alternos se construían. El primero era la habitación de sus padres, a quienes despertó y les anunció a gritos que había ganado. Después de colgar, ellos se levantaron de la cama como todas las mañanas. Su madre iba hacia el baño, su padre para el otro lado. Hasta que, en medio del desvarío, se dieron cuenta de lo que pasaba. Pararon, se miraron y corrieron a abrazarse a media recámara.
En el segundo escenario, ubicado una cuadra antes de llegar a la primera conferencia de prensa que daría como ganador, Xavier se detuvo a secarse las lágrimas de alegría y se decía "¡Bueno ya, no sea chillón!". Se colocó, como armadura, un halo de pretensión natural, como si todos los días ganara premios. Dio la conferencia, las entrevistas, habló con conocidos y desconocidos por teléfono. Después del día agotador, de regreso en su casa y ya de noche, entró en un trance: "La gente cuando sabe, siente o sospecha que se va a morir, ve proyectada su vida en un momento, en un flashazo o en una vertiginosa sucesión de imágenes; pues así vi yo mi vida. Vi todos mis fracasos y frustraciones, las veces que iba a tirar la toalla, aquellas donde me decía que esto no iba a servir. Todas las personas que me insistían en que nunca iba a servir para nada. Los lugares donde me rechazaron los artículos o los cuentos. Tú sabes perfectamente cómo son esas frustraciones. Pero también recordé a mis amigos, a mi papá y a mi mamá, las tonterías de mi adolescencia. Me pasé días enteros acordándome de eso y riéndome solo. Me reía y me reía y me reía. Dormía tres o cuatro horas y me despertaba en este estado maniaco donde no podía dormir. Yo seguía maravillado con lo que estaba pasando. Me daban cinco o seis noticias maravillosas por día".
Tal vez la mejor de todas fue cuando, después de un mes, un 24 de abril, finalmente recogió el premio por Diablo Guardián, en Madrid. Él bajo del estrado y, después de recibir la ovación, su madre se acercó. Le dijo al oído: "Ya no eres mi vergüenza". Ese día cambió todo para Velasco. "A partir de que salió esa novela, ella ya no tuvo la necesidad de seguirme corrigiendo o de preocuparse por lo que iba a pasar conmigo. Es curioso pero, a partir de ese momento, me empezó a llamar, además de hijo, 'mi amor'".
ENCUENTROS
Después de cruzar una vía del tren, tres curvas y siete topes, estoy enfrente de la casa. Se escucha movimiento adentro, pero tardan en abrirme diez minutos. Se asoma una mujer bajita que me dice "es hasta abajo". Así que bajo los escalones. Quizá no sea verdad pero a partir del apretón de manos y el beso en la mejilla, siento que él y yo nos quedamos solos: veo que Xavier Velasco está sentado en un futón de madera con forro azul marino. Inquieto.
Dicen los que saben que entrevistar a alguien a quien admiras es como pegarle al vicio las primeras veces: "Te agarra el miedo y no te mueves igual". Necesitas darte lo que te gusta pero de todos modos quieres que te saquen de ahí.
La reunión en la sala de Velasco tiene un motivo: la celebración del décimo aniversario de Diablo Guardián, la novela que le dio la oportunidad de, como él dice, hacerse un narrador profesional. Apenas enciendo las grabadoras y Boris, su perro, viene a darme su aprobación oliendo mi mano.

—¿Cómo te encontraste con Violetta? —le pregunto en referencia al personaje principal de esa novela.
—Le robé el nombre a una rusa, una en la que de alguna manera pude ver a una chilanga suburbial, mandona y profundamente rebelde.

Como si se tratara de una exnovia no superada del todo, después de la respuesta corta, acepta que hubo varios intentos fallidos para entablar una relación sana con la protagonista de la novela que se imaginaba todas las noches. Algunos de estos intentos por conquistarla llegaron hasta la página 50 o 60. Los nombres iban cambiando y no parecían funcionar: Begoña, Ivana o Juanita. Todas, mujeres acartonadas y con poco cuero para la correa que él quería sacarle. Porque esta relación, si funcionaba según el plan, no significaba un "y fueron felices para siempre", más bien era la oportunidad de formar una nueva historia que borrara al copy de la agencia de publicidad a la que años atrás le había vendido el alma.

Antes de ahondar en Violetta, salen a flote otras dos mujeres que ya no están: su madre y su abuela.  
—¿Cómo era la relación con tu mamá?  
—Uy, con mi mamá. Mira, mi madre fue una mujer muy consentidora. Con mucho sentido del humor y con mucho sentido del deber. Tenía la doble misión de consentirme y corregirme. La pasó muy dura porque no es fácil controlarme ni corregirme. Así que si me preguntas si me parezco más a Pig o a Violetta (personajes principales de Diablo Guardián) te diría que a Violetta, definitivamente. Mi madre tenía una frase que a mí siempre me gustó y la adopté desde muy pequeño. Cuando se enojaba decía: "¡No ha nacido quien me mande, fíjate!". Lo decía con la misma enorme vehemencia con la que me podía consentir y llenar de cariños.
—Mientras escribías tu libro autobiográfico La edad de la punzada pasaste momentos difíciles con ella.
—Cuando empecé a escribir la novela, mi mamá ya estaba enferma. Murió a los dos meses. Y lo que en ese momento era contar una historia gozosa, se volvió un martirio. Yo ya no quería escribir más. Hasta que un día me dije "bueno, a ella no le habría gustado que parara". Y seguí. Cuando me di cuenta, escribir esa historia ya era una lucha por traerla de vuelta, por insuflarle vida para volver a verla entera, regañándome, diciéndome que era su vergüenza.
—¿Y con tu abuela?
—Ella —dice tras suspirar profundamente— era mi secuaz, mi incondicional, mi fan. Fue la primera persona que siempre creyó que yo iba a ser escritor. Y cuando a los 21 años escribí una novela —a la que nadie le hizo caso porque era muy mala—  y yo la quería meter para el Premio Grijalbo, ella me pagó las copias. Cuando quise irme a Europa porque "era una educación interesante para un escritor", ella me pagó el viaje. Siempre tenía mucho orgullo en decir "mi nieto va a ser escritor". Por eso Diablo Guardián está dedicado a ella: Celia Alcalde de la Peña. Porque cuando finalmente gané el Premio Alfaguara, una de las primeras cosas que hice fue voltear al cielo y decir "lo hicimos, Celita. Celia, lo hicimos". Y ella era una de las razones por las cuales yo lloraba como Magdalena, porque de pronto, mi gran cómplice del otro lado del mundo podía escucharme decirle que lo habíamos hecho.  
Después de hacer el ademán con los puños al cielo, Xavier se calma y pide disculpas si se le aguan los ojos. Es la primera pausa que hacemos en la entrevista. El azul intenso de su mirada comienza a volverse rojo. No dice nada, y yo tengo que apurarme a aclarar la garganta para hacer otra pregunta antes de que se me note la empatía. Mejor hablamos del premio.
UN BUEN TRATO
La Cenicienta no era nadie antes de la zapatilla. Xavier, el escritor, no era nadie antes de este premio. Ese escritor por el que nadie —excepto su abuela— daba un peso, se convirtió en un autosuficiente famoso.
—Y después te llegó la fama —continúo.
—¡Claro! La fama al principio es muy bonita, hasta que luego el destino llega y te la cobra. Tú crees que eso no tiene precio, que va a ser muy simple y que sencillamente 10 noticias buenas son mejores que cinco, y que 30 son mejores que 10. Y lo que pasa, al final, es que vas perdiendo la dimensión de la realidad.
—¿Te pasó tan fuerte?
—Por supuesto que te pasa. Y te pasan cosas como las siguientes: vas a una presentación, das conferencias, entrevistas, te acostumbras a la gran atención de la gente; vuelves al hotel y ahí eres el mismo hijo de vecino. Y te preguntas "¿dónde se fueron todos?". Te agarran unas depresiones espantosas. Yo empecé a entender por qué las estrellas de rock destrozan los cuartos de hotel: te vuelves loco. Después de que todo el mundo te aulló y brincó, te amaron, te abrazaron, vuelves a lo mismo y ni quien te pele. Además, si son las dos de la mañana, ¿a quién le vas a llamar para contarle lo que te está pasando? Pues a nadie. Entonces pierdes el sentido de la realidad. Gente que no te conoce te abraza, te para en la calle y te cuenta cosas. Adiós a la privacidad. Tienes que tener control de tus actos porque si quieres agarrar una revista de esas del corazón en el supermercado, ya no puedes porque luego llega alguien y te dice "oye, tú escribiste tal libro", y la tienes que esconder como si fuera pornografía. Se vuelve tan raro que dices: "Ya no me estén viendo, ya déjenme en paz".
EL PRECIO DE SER
—¿Te consideras un bookstar? —le pregunto sin espacio al respiro.
—Nooo, yo no me considero esas cosas. Imagínate la clase de pelmazo que sería si lo pensara. Mira, celebro mucho tener un público lector que está ahí y que es tan generoso, pero yo sigo echándole ganas. Aunque a veces no quiera hacer presentaciones, si me las consiguen, yo no digo que no porque no tengo seguro que al día siguiente se vayan a acordar de mí. Uno tiene que seguir haciendo su trabajo, escribir, seguir moviéndose. Si tú dices “soy una estrella”, es el principio de tu ruina. No puedes estar consciente de semejante babosada. Que lo estén otros. Y si son tus editores, mejor, porque así te promoverán más. Pero uno mismo, no. Yo nomás escribo historias.

A estas alturas, con la confianza ya puesta en la mesa, que también implica una mayor complicidad a la hora de jugar el juego de las preguntas y las respuestas, empiezo a notar que a Xavier se le escurre la anécdota y comienza a revivir al personaje que le he visto en varias presentaciones de libros: el tímido que se creó la táctica de aprender a escuchar a las mujeres para tener una oportunidad amorosa con ellas. Se convierte en un perfecto casanova que ataca a su lector, que lo abraza y cuestiona mientras le firma el libro.
Pero Xavier no se anda a tientas y también me lee: justo cuando estoy por preguntarle cómo percibió el hambre de quien  inspiró a Violetta —la rusa que se encontró en un puesto de tacos y que en su primera cita le diera un beso sabor a fideos instantáneos y queso Filadelfia— él hace otra apuesta: su propia hambre.

—Que yo sólo escriba historias no significa menos que una entrega absoluta —dice—. Yo pierdo el sueño por lo que escribo. Porque en este trabajo, como en muchos otros, lo que realmente cuenta no es la vanidad y la certeza, sino la duda, el miedo y el hambre. Si no tienes hambre no tienes nada.
—A propósito de hambre: para no tenerla hay que hacer de todo. Antes de escribir hiciste publicidad y sabes de vender. ¿Te has vendido bien?
—Yo supongo que sí —dice entre risas—. Entré a trabajar en publicidad porque quería probar que podía producir dinero. No estaba listo para hacer una novela, sólo tenía unos cuentitos que la Universidad Veracruzana me aceptó para publicar. Me los dieron para que los revisara, me parecieron horribles y nunca más se los devolví. Me sentía incompleto y no estaba listo para escribir. No quería arrepentirme de publicar libros que después dijera "qué cosa tan horrible". Como yo quería dinero porque acababa de botar la carrera de Letras, me dije: "quiero ver si en el mundo material puedo servir". Durante tres años estuve en una agencia de publicidad. Pero yo sabía que era un trabajo alimentario. Incluso muchas veces me esforcé por ser razonablemente mediocre como publicista, porque si a algo le temía era a tener éxito en eso. Vender calcetines, pantalones, estufas, era una forma de humillarme pero también de aprender a obedecer. Y a un escritor no le hace nada mal aprender a obedecer. Aprender a callarse y si un cliente te dice "esto lo vas a hacer así", pensar: está bien. Ser cínico y decir: "Es su dinero, a mí qué me importa. Que haga lo que quiera pero que me de mi cheque".  Eso te endurece, a mí me hizo tener estómago para aguantar que tipos que no sabían juntar un verbo y un predicado me dijeran cómo escribir. Con eso estás listo para hacer novela.
DE PELOTEOS Y METÁFORAS
Xavier no se distingue por tener amigos del gremio, más bien, procura a los amigos rockstars y mantiene a los que son publicistas, ingenieros o ninis. A fin de cuentas, dice, su vocación punk le ha dejado dos cosas claras: el cinismo y la inadaptación. Me consta porque a él, como a pocos en este país, no le gusta el futbol, ni ir en contra de todo, pero sí le gusta el tenis, un deporte que —según se lee en sus artículos al respecto— tiene mucho de su proceso literario y de su atención. Pero como preguntarle de Sharapova es peligrosamente extenso y profundo, y el tiempo de la cita se acaba, mejor usamos al tenis de raqueta para golpear otro tema: la literatura en México.

—Si estuvieras en una cancha atípica de tenis, y en lugar de pelotas se golpearan libros con la raqueta, ¿cuáles golpearías y quién te gustaría que fuera el contrincante?
—Uy, pues finalmente en esto se termina haciendo eso. ¿Qué hace el tenista Roger Federer cuando lanza el servicio al otro lado? Pone la bola en juego. Arma un juego. Escribir un libro es iniciar un juego. Y el lector está del otro lado de la cancha. Pero no se trata de ganarle, sino de llevarle cierta ventaja. Más bien es cosa de no perder de vista la pelota (o la escritura), se trata de jugar por ti, esperando que lo demás venga contigo. ¿Sabes por qué me gusta el tenis, el billar y el boliche? Porque uno juega contra uno mismo.
—México es malo en tenis.
—Porque pensar el tenis en México es pensar en un deporte elitista. Y volvemos al hambre. El que tiene la vida resuelta y juega tenis para entretenerse no va a estar como Rafael Nadal, día y noche fastidiándose para ser competitivo, renunciando a todo. Por no hablar de los eternos villanos del deporte, que son los hombres de pantalones largos, esos señores que deciden a quién apoyan: a mi amigo, al que a mí me gusta. Esa visión es muy corta. Aunque yo tampoco soy la enciclopedia ni el juez que diga cómo, cuándo y quién del tenis en México.
—Hablando de villanos: ¿te consideras el antihéroe de la literatura mexicana?
—No. Aunque si lo pones así, prefiero ser el antihéroe que el héroe. Pero no lo pienso así. Ni siquiera me veo en la literatura mexicana. Ni pienso en un lugar en ella. ¡Sácate! Eso es muy pesado. Ya que lo digan cuando me muera. No pienso en si soy éste o aquel personaje. Yo veo a la literatura como fechoría, como atentado. No se trata de que me vean a mí, sino que vean los libros.
—Entonces, quienes han comenzado esta especie de guerra en el mundo cultural por nombrar quién es el nuevo narrador mexicano...
—Es una pérdida de tiempo. A lo mejor son cinco los nuevos narradores mexicanos. A lo mejor no es ninguno. Suena muy bonito, como a que se acabaron los Beatles y hay que encontrar a los nuevos Beatles; pero no hay eso realmente. Regresando al tenis, hubo un momento en el que había colosos: Federer, Nadal, Djokovic, y nadie se les podía acercar. Y cuando ellos ya no estén, ¿quién va a quedar? Pues nadie. Si hay alguien pensando en ser el sucesor de Octavio Paz o de Carlos Fuentes pues pobrecito, lo compadezco profundamente porque se va a morir en el intento y nos vamos a reír de él. A mí me encanta saber que hay narradores que están proponiendo cosas; que hay un David Toscana, un Enrique Serna, un Élmer Mendoza. Pero si la pregunta es "¿quién gana de todos esos?", no creo que a ningún escritor serio le preocupe eso. Más bien me preocupa que a un escritor serio le preocupe. Porque tú estás para pensar tus historias, no en quién eres tú. No hay un ranking que te diga "¡estás hablando con el escritor número uno o dos!". O que diga "¡qué te pasa, estás hablando con el escritor 427 de la literatura mundial!". Aquí no hay competencia, me entusiasma que te pongan una marca más alta. Además, qué va a decidir que un escritor es mejor que otro: ¿las ventas, los lectores, las menciones en Twitter? No podemos saber.

—Regresando a Diablo Guardián, ¿y si no hubiera pasado nada con ella?
—Lo pensé. La respuesta fue: "Pues me endrogo y me voy a España a ver quién chantajeo, o a ver a quién le hago manita de puerco".
—Cuando la gente piense en ti, ¿qué debería venirle a la mente?
—No tengo la menor idea y no lo quiero saber. Porque si la opinión de la gente es muy buena, que tal que me envanezco y me convierto en un estúpido. Y si es muy mala, que tal que les creo, pierdo confianza en mí mismo y cada vez escribo peor. Además, yo no escribo pensando en si apreciarán mi escritura, yo escribo para derrotar a mis propios demonios y sacar adelante un plan que, de entrada, es completamente absurdo, inútil y desquiciado, pero que cuando lo termine a lo mejor, con suerte, es una novela.

KARINA ESPINOZA es comunicóloga egresada de la UNAM. Ha trabajado en varios periódicos y revistas. Todas las mañanas se repite la misma frase en voz de Olvido Gara: "En la tormenta encontré el equilibrio, ¿quién lo podía imaginar? Amo el peligro". Además, es redactora de esta revista.

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