lunes, 3 de junio de 2013

SAN BERNAL, Christian Duverger (tomado de la revista Nexos)

San Bernal
Christian Duverger ( Ver todos sus artículos )
 
 
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Con gusto respondí a la solicitud de la revista nexos y acepté poner en discusión con historiadores y especialistas mexicanos el contenido de mi más reciente libro Crónica de la eternidad. La autoría de Bernal Díaz del Castillo sobre La historia verdadera de la conquista de la Nueva España está en tela de juicio. Y, como ahora ya se sabe, al final de mi investigación, la pista desemboca en la persona misma de Cortés.
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Salvo el notable caso de Alejandra Moreno Toscano, todos los exponentes opinan en contra de mi propuesta, que consideran desconcertante; todos se repiten una y otra vez en una letanía de invocaciones convencionales a San Bernal.

El análisis de las críticas recopiladas por nexos revela, por parte de sus autores, una buena dosis de optimismo. En primer lugar, optimismo en torno al absolutismo real. No quiero negar la libertad que cada uno tiene para abogar a favor de la monarquía, pero entre los críticos de nexosse esboza una aceptación del poder absoluto del monarca que considero excesiva. Según ellos, en el mundo de Carlos V los libros circulan libremente como si no existiera censura, la Inquisición no se dedica a la policía de las conciencias, la hoguera donde queman las Cartas de relación de Cortés no es una señal de persecución y tampoco una tentativa de desposesión del conquistador. Esta visión idílica borra toda percepción de la dificultad de ser opositor al poder real. Cortés, competidor político del emperador, tuvo que enfrentar un juicio de residencia sin fin, acusado de “no tener temor de Dios” y de “alzar la tierra”: ¿existen acusaciones más subjetivas y por eso más amenazadoras? Si no se percibe esta presión del poder absoluto no se puede entender la estrategia cortesiana del secreto: escribir para la posteridad en la soledad de un cuarto discreto, bajo el más estricto anonimato.

En segundo lugar, las críticas manifiestan un cándido optimismo en torno a la cultura popular del siglo XVI. Considerar que Bernal es un representante ordinario de esta cultura popular no es defendible. La verdad es que la cultura siempre ha sido un instrumento de jerarquización social. Nos equivocamos al pensar que el pueblo conocía con lujo de detalle las luchas políticas en la Roma del primer siglo antes de Cristo. Nos equivocamos al pensar que los labradores y los pastores iletrados de la época soñaban con caballeros y princesas, se deleitaban con romances donde los príncipes enfrentaban peligros imaginarios. La mayoría de los romances de caballería del siglo XVI son novelas en clave, destinadas al público culto, que permitían burlar la censura y criticar a los poderosos del momento bajo la forma de una traducción ficticia de un manuscrito árabe o persa, que contaba situaciones ubicadas en países utópicos. Tampoco la prosodia latina y el arte de las cláusulas contaban entre los tópicos de la cultura popular castellana. Lo siento, pero es imposible que Bernal haya leído —y disfrutado— El reloj de príncipes del fraile cortesiano Antonio de Guevara; es una obra fascinante, pero se trata del libro más elitista de su época. No existía ningún canal para transmitir el contenido de tal libro a los iletrados. No era el tipo de lectura pública que se proponía en los pueblos los días de fiesta; no obstante, podemos identificar varias huellas de la obra de Guevara en la Historia verdadera.

Hay una última manifestación de optimismo beato en relación con la creación literaria. ¿Díaz del Castillo, quien era incapaz de escribir una sola carta formalmente correcta, podría haber escrito una obra maestra por manifestación innata de talento, sin estudiar y sin firmar ninguna obra previa? El innatismo es a la creación literaria lo que la generación espontánea es a la biología. Pero Pasteur vino y pudo demostrar la relación de causalidad en juego en la proliferación microbiana. También ahora sabemos que ser escritor es un verdadero trabajo, con vertientes técnicas que requieren un aprendizaje. Implica una dedicación constante y un entorno favorable. La explicación del talento dado por las Musas es romántica, pero sólo romántica. Y el talento reducido a la escritura de un único libro no sería un don, sino un capricho de las Hadas.

Puedo entender la tristeza de todos los huérfanos de Bernal. Era un hombre que despertaba mucha simpatía, el soldado cronista de nuestra juventud, con su rústica franqueza, su tono épico, sus sabrosas digresiones, su admiración crítica por Cortés. En mi libro, es cierto, Bernal se esfuma. Pero por eso no va a cesar de vivir. Es un producto del azar y de la tendencia de los personajes ficticios a cobrar vida; producto de la creencia, puede conservar este estatuto. Cervantes ha ilustrado a la perfección esas dos modalidades de la percepción de lo real: la de Don Quijote y la de Sancho Panza. La de la fe y la de la sensatez.

En realidad, la irritación que se manifiesta entre los nostálgicos de nexos frente a mi investigación es generada por la irrupción de Cortés en el escenario. A la tristeza de perder a Díaz del Castillo se suma el dolor de descubrir tras el conquistador de México a un hombre culto, recopilador de archivos, historiador y escritor. Y todos los laureles otorgados a Bernal durante un siglo ¿no tendrían que ceñir ahora la cabeza del aborrecido Cortés? Claro está, necesitamos tiempo para acostumbrarnos. Pero surge una pregunta de fondo: ¿cuantos años más tendremos que seguir repitiendo la “leyenda negra” forjada en el siglo XIX?

Hay que recordar por qué Cortés está satanizado en México. Miremos las fechas: 1794, Cortés es un héroe de la patria. Es celebrado como primer independentista, inventor del mestizaje, padre fundador del México moderno. El 8 de noviembre recibe el homenaje de un mausoleo en el Hospital de Jesús, inaugurado con un discurso de fray Servando Teresa de Mier. 1823, 16 de septiembre: el mausoleo es desmantelado y la tumba de Cortés saqueada; se buscan sus huesos para que sean quemados en San Lázaro. Cortés se ha vuelto el villano de la historia, la estatua del comendador intratable y amenazadora. Entre estas dos fechas, ¿qué ocurrió? El reguero de pólvora de la independencia de México que arrastró, entre 1821-1822, la independencia de una gran mayoría de países latinoamericanos. El 2 de diciembre de 1823 vendría la famosa “doctrina Monroe”. Impulsados por esta postura diplomática, los Estados Unidos lanzaron una vigorosa campaña de propaganda antiespañola para desprestigiar toda la acción de los españoles durante los tres siglos de Conquista y Virreinato: así nació la leyenda negra. España, con el afán de desvincularse, no dudó en reescribir ciertas páginas de la historia para que la culpa de la colonización recayera sobre los conquistadores, postulados como francotiradores que no representaban la política de la Corona. Así, en México, desde 1823, la memoria de Cortés fue echada en el calabozo ideológico. La lectura de nexos causa sorpresa al encontrar tan vivo, casi dos siglos después, el rechazo visceral de la petición de indulto al Cortés escritor.
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Esa observación me lleva a explicar de manera más detallada mi propia exploración de la fábrica de la historia. Pertenezco a la institución académica que sirvió de cuna a la revolución historiográfica de la segunda mitad del siglo XX: la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Es una institución en la que el pleno de sus profesores elige a sus miembros. Así, quienes me eligieron fueron Claude Lévi-Strauss, Jacques Soustelle, Fernand Braudel, Jacques Le Goff, Emmanuel Leroy-Ladurie, Raymond Aron, François Furet, Georges Balandier, Jacques Derrida, Pierre Bourdieu, Alain Touraine, Roland Barthes, Ruggiero Romano, etcétera. La EHESS ha sido el actor de una transformación radical de las formas de investigar, pensar y escribir la historia: a este movimiento se le conoce en el mundo como “Escuela de los Annales”. La primera característica de esta escuela es sin duda alguna la interdisciplinariedad. El encuentro de la historia con la antropología, la economía, la demografía, la geografía, la sociología, generó un mestizaje metodológico que indujo una gran apertura de los campos de estudio. La manera de trabajar, los marcos de análisis, los registros de la temporalidad, el sentido mismo de la investigación se renovaron por completo. De manera simétrica, recibieron títulos de nobleza campos de estudio hasta entonces desconocidos: lo cotidiano, lo climático, la diferenciación social, la tecnología, la alimentación… Pero el cambio más fuerte llevado por la EHESS es lo que se popularizó bajo el nombre de “historia de las mentalidades”. Con la historia material se asoció el estudio de las representaciones de la conciencia colectiva: la religión, las creencias, los mitos, la ideología, lo simbólico, las tradiciones políticas.

Y aquí, creo, yace la especificidad de mi libro: además de estudiar de manera interdisciplinaria los archivos, la literatura, el ámbito político del siglo XVI, tomé también en consideración la carga ideológica actual del personaje de Cortés como un parámetro de mi estudio. Identificar el filtro permite quitarlo. Es lo que hice. Mi libro es producto de un método y de una disposición de espíritu. Y está muy lejos de las fantasías que lectores imprudentes y conservadores han querido ver. Se intentaba —me parece que ese era el espíritu de la revista— que la publicación de mi libro abriera la oportunidad de un debate. Esa esperanza abortó prematuramente.

Para acabar me detengo en un detalle extraño: algunas críticas atacan el título del libro. Se puede interpretar como una señal de que no hay mucha materia que criticar en el cuerpo de la obra. Pero el hecho desconcierta, porque la elección del título de un libro pertenece al editor, no al autor. Por ejemplo, el famoso libro de Ángeles Mastretta Arráncame la vida se llamaMexikanischer Tango en alemán y L’histoire très ordinaire de la générale Ascencio ¡en francés! En el presente caso, el título Crónica de la eternidad coincide con una de mis propuestas. ¿Cómo no ver que se trata de una traducción adaptada del famoso ktêma eïs aeï de Tucídides? Se considera a Tucídides como el fundador de la historia y, en la introducción de suGuerra del Peloponeso, da esta primera definición de la historia: “una adquisición para siempre, para la eternidad”. Según el autor griego, la historia, que tiene que ser escrita y fundada en testimonios, accede a un estatuto perenne, eterno, a diferencia de la tradición oral que disuelve los acontecimientos en lo mítico y lo heroico. El título significa que Cortés, al momento de transcribir su guerra, hace obra de historiador y, como seguidor de Tucídides, escribe para la eternidad. De hecho, la lectura del libro revelará que el manuscrito de Cortés no tendrá el descanso eterno y sufrirá ininterrumpidos viajes y ¡varias interpolaciones! Podemos agregar que el libro de Borges, Historia de la eternidad, comentario del Timeo de Platón y de las Eneadesde Plotin, es también una referencia explícita a esta cita de Tucídides.

Me gustaría terminar con una propuesta: hay que releer a Díaz del Castillo sabiendo que es la pluma de Cortés la que escribe. No hay prueba más evidente: todo toma sentido y el placer de la escritura de Hernán se vuelve impactante. Entramos en un mundo de exquisitos sobrentendidos y accedemos a un segundo grado hasta ahora inaccesible. Y si completamos la prueba agregando la lectura simultánea de Gómara, nos daremos cuenta de manera evidente que las dos crónicas son sinópticas.

Una última palabra. Creo que la revista nexos, después de esta presentación del coro de los nostálgicos, podría presentarnos en otro número algunos puntos de vista diferentes. Para que no nos quedemos con el sentimiento de esa historiografía monolítica y fosilizada.

Christian Duverger. Arqueólogo e historiador. Ha publicado más de veinte libros sobre la historia de México, entre los cuales destacan: Cortés. La biografía más reveladora, El primer mestizaje. La clave para entender el pasado mesoamericano y Crónica de la eternidad. ¿Quién escribió la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España?

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