martes, 4 de junio de 2013

JOSÉ MARÍA NO TENÍA MÁS ASPIRACIÖN QUE LEER: RAFAEL, Mónica Maristáin


“José María Pérez Gay no tenía más aspiraciones que leer libros”, dice su hermano Rafael 

Por: Mónica Maristain - junio 4 de 2013 - 0:00 Fama, Foto del día, México, TIEMPO REAL, Último minuto - 


Sin comentarios   Foto: FIL Ciudad de México, 4 jun (SinEmbargo).- El Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, en pleno corazón del Centro Histórico, abrirá sus puertas hoy, a las 19 horas, para el homenaje póstumo al recientemente fallecido escritor José María Pérez Gay (1943-2013) convocado por el Gobierno del Distrito Federal. Son las primeras reacciones oficiales a un deceso que todavía resulta difícil de aceptar para la comunidad literaria nacional ,que ha perdido uno de sus miembros más respetados, un hombre que como bien marcó el suplemento Confabulario, en su primera edición de la nueva época, se llevó consigo el eslabón que nos unía con las literaturas germánicas. También se fue con él un modo de ser intelectual, de abrirse paso en el camino del pensamiento con pocas armas y mucha fe y vocación. Así lo comprueba su hermano menor, el escritor Rafael Pérez Gay, quien deja asentado que de ninguna manera el autor de El imperio perdido estudió en la Ibero en correspondencia con un presunto bienestar económico de su familia. Por el contrario, lo hizo merced a una beca, con los mismos méritos que lo llevaron a Alemania sin saber una gota de alemán y convertirse, tras su paso por la Universidad Libre de Berlín, en un ilustre germanista, traductor de los más importantes pensadores y poetas de aquella nación. Todo esto en tiempos donde no existía la Internet, donde el acceso al conocimiento implicaba un esfuerzo riguroso, una voracidad lectora como la que lo caracterizó a lo largo de su vida. José María Pérez Gay fue agregado cultural de la Embajada de México en la República Federal Alemana y consejero cultural en las embajadas de México en Austria y Francia. Entre los puestos que desempeñó destacan el de subdirector de Radio Educación, director del suplemento cultural La Jornada Semanal y colaborador del diario Unomásuno y de La Cultura en México. A lo largo de su carrera recibió el Premio Nacional de Periodismo en Divulgación Cultural (1996) y la Orden de la Gran Cruz al Mérito por parte del gobierno de la República Federal de Alemania, así como la Medalla Goethe y la Cruz de Honor para las Ciencias y las Artes. Hermann Broch, una pasión desdichada, El Príncipe y sus guerrilleros: La destrucción de Camboya, La supremacía de los abismos, La difícil costumbre de estar lejos y Tu nombre en el silencio, son los títulos del intelectual fallecido a las 2 de la madrugada del domingo 26 de mayo. “El perfil intelectual de José María Pérez Gay se inicia a mediados de los ’60, con los movimientos estudiantiles del ’68 en Europa, particularmente en Alemania y tiene que ver con su relación con Rudi Dutschke, el líder de los estudiantes alemanes en aquella época”, cuenta su hermano, Rafael, en entrevista con SinEmbargo. “Mi hermano era en esos años un liberal, defensor de los derechos civiles, que siempre abogó por la libertad de expresión, el libre pensamiento, la organización de un país alrededor de leyes y normas democráticas. Después, creo que tendió a convertirse en un socialdemócrata. Fue también un estudioso y un especialista en Sigmund Freud, sus discípulos y el psicoanálisis, del que luego además fue muy crítico. Tenía una relación de amor-odio. Quienes tuvimos el privilegio de participar en sus seminarios sobre el tema, leíamos a Freud, pero también lo confrontábamos con toda los discípulos que luego tomaron caminos que el propio Freud negaba. José María Pérez Gay admiraba a Freud. Lo consideraba un gran escritor y un buen médico, pero sabía que la teoría freudiana impidió el desarrollo de la neurología. Le gustaba citar, muy socarronamente, un aforismo de Karl Kraus que decía que el psicoanálisis es la única enfermedad que cree ser su propia cura”, explica Rafael Pérez Gay, nacido en ciudad de México en 1957 y autor entre otros de Paraísos duros de roer, Nos acompañan los muertos y El corazón es un gitano. LECTOR NOTABLE DE CARLOS MARX Y HEGELIANO TARDÍO En palabras de su hermano, también sabemos que José María Pérez Gay fue un notable lector del Carlos Marx filósofo, aunque por supuesto también leyó El Capital, en alemán, como le gustaba destacar. Fue un crítico del pensador de Tréveris, al convertirse, según Rafael, en “un hegeliano tardío”, merced a su acercamiento a los libros de Alexandre Kojève, un gran difusor e intérprete de Hegel. “Todavía recuerdo un seminario sobre filosofía que dio mi hermano y en donde me preguntó qué era exactamente el pensamiento absoluto. Le contesté: La historia. Y él decía: – Son los cascos que los caballos que resuenan en las calles de París y Napoléon al frente. Ese es el espíritu absoluto”, cuenta Rafael Pérez Gay. A partir de los ’70, José María se convirtió en un crítico serio del socialismo existente, “traduciendo textos como El diario de Moscú, de Walter Benjamin, las memorias de Asja Lācis, el gran amor de Benjamin y cuya muerte por sobredosis de morfina, al pie de un árbol en Portbou mientras huía de los nazis, revelaba para él que el totalitarismo y el autoritarismo no eran de ninguna manera el camino que debía seguir la izquierda en busca de gobiernos más justos”, dice Rafael. “Mi hermano publicaba sus traducciones en el suplemento La cultura en México, que en los ’70 dirigía Carlos Monsiváis. Era un joven de 32 años, bien parecido, que hablaba alemán y que cada vez que regresaba de Alemania lo hacía cargando una maleta llena de libros y de ahí salían las traducciones”, cuenta, al tiempo que destaca cómo con el transcurrir de los años, José María Pérez Gay fue convirtiéndose en un experto en el tema de los genocidios. Prueba de ellos es su libro de los ‘80, El Príncipe y sus guerrilleros: La destrucción de Camboya. “Él veía en Camboya un ejemplo de hasta dónde puede llevar el fanatismo aplicado a la política”, explica. –      ¿Era riguroso y dedicado en sus lecturas? –      Sí, fue un lector empedernido durante toda su vida y de libros muy pesados en todo el sentido de la palabra. Siempre fue proclive a la filosofía. Fue un buen sartriano. Leía a Albert Camus y como lector empedernido que era le dedicaba mucho tiempo a la filosofía, que constituyó el centro de su vida académica y también a la literatura, que fue digamos el soporte y la base sobre la cual se erigió su perfil intelectual. –      ¿Cómo vivía la familia su esplendor intelectual? –      Ayer me eché un clavado en los papeles dejados por mi padre en lo que él llamaba “mi archivo personal”. Allí encontré las cartas que mi hermano nos mandaba desde Alemania a todos los miembros de la familia y en especial a mi madre. Él tenía 21 años. Me llamó la atención primero que nada su inteligencia precoz, voy a decirlo así. Te encuentras con un joven que había leído muchísimo y que era capaz de dar consejos como si tuviera 40 años. Por otro lado, era nuestro orgullo, claro. Para sus hermanos, además, era la demostración de que se podía lograr las cosas con las que uno soñaba. Para mí, que era un niño y también para mis hermanas. Yo soy el menor de cinco. José María fue el primero y me llevaba 14 años de edad. La relación que tenía con él era como de padre e hijo. En cierto sentido fui su hijo intelectual cuando me hice mayor. Por las cartas se restituyó, además, una relación entre mi padre y él, que era muy difícil. En una carta que estuve leyendo ayer se ve lo duro que había sido mi papá con él, pues consideraba que los pasos que mi hermano seguía no eran los que él hubiera querido para su hijo, es decir, alguien con aspiraciones empresariales, de dinero. José María Pérez Gay no tenía más aspiraciones que leer libros. Él se fue a Alemania en 1964, cuando yo tenía seis años. Todavía recuerdo entonces la emoción con que yo leía Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez y él entonces me dijo que cada vez que me acuerde de algo del libro le pusiera unas letras. En efecto, me leí todo Juan Ramón Jiménez y le mandaba esas letras. Un año antes de morir, mi hermano perdió la capacidad de leer, de hablar y de escribir. Entonces, me tocó leerle algunos de los pasajes de los libros que yo sabía que le gustaban. Le leí en especial un libro bellísimo de sueños de Maurice Merleau-Ponty, el gran psicoanalista francés. Eran textos breves y yo pensaba que como tal, él los iba a poder entender y disfrutar. Y en efecto, los entendía. Así que me tocó despedirlo leyéndole a Merleau-Ponty. –      ¿Qué piensas de los homenajes a tu hermano? –      Bueno, la palabra homenaje me pesa demasiado. En cualquier caso, no sólo en el de mi hermano. Creo que el homenaje se convierte en un mausoleo que impide ver a las personas tal como eran. Desde luego, estoy sorprendido y conmovido con la reacción mediática que tuvo su muerte. Lo que voy a hacer  es hablar de José María Pérez Gay, 1943-2013, en un breve texto, porque somos muchos en la mesa. 


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