domingo, 31 de marzo de 2013

ARTE Y SUFRIMIENTO, Javier Sicilia


Javier Sicilia
Arte y sufrimiento
Nadie como Oscar Wilde llevó hasta sus últimas consecuencias la tentación que habita en todo artista: vivir bajo la ley de la armonía y el refinamiento. Nadie, por lo mismo, dividió tan claramente la realidad en dos mundos: el de la fealdad cotidiana, con sus fracturas y repeticiones, y el de la luminosidad siempre irrepetible del arte. Nadie, en consecuencia, como él, dice Albert Camus, le dio tan abruptamente la espalda a la cotidianidad e intentó transformar “su vida en una obra de arte”. Sin embargo, ¿ese concepto del arte es verdadero? ¿Wilde tenía razón? Si atendemos a la mayor parte de su vida y de su obra habría que afirmarlo. Gide lo describió como un Apolo que “centelleaba”. Pero si nos topamos con el Wilde de la desgracia, con el artista llevado a los tribunales y a la prisión, con el hombre que escribióDe profundis y La balada de la cárcel de Reading, con el creador que sucumbió a la tentación para terminar con ella, habría que negarlo. Mirado desde allí, ese concepto del arte y esa manera de vivirlo son tan engañosos como falsos. Debajo de su obra –que, vuelvo a Camus, “se parece a ese retrato de Dorian Gray que se llenaba de arrugas con una rapidez tanto más alarmante cuanto más su modelo permanecía joven y gracioso– sentimos el artificio; debajo de su vida, el vacío de Gray:  “El vicio supremo –escribió en su epístola de Reading– es ser superficial.” Y algo más: “Puedo comprender algunas lecciones ocultas en el corazón del dolor […] a veces se habla del sufrimiento como si fuera un misterio. En realidad es una revelación. Se disciernen cosas nunca antes discernidas.”
Aunque admiraba a Shakespeare y a Dante, que revelaron la profundidad del dolor y metieron en prisión a tantos seres que se sintieron por encima de la vida, nunca antes los comprendió. Lejos del sufrimiento y de las cárceles, prisionero de una idea que tomaba por libertad y belleza, los otros y sus sufrimientos eran para él espectadores o creaciones que sostenían el arte reducido a show. Fue en la desgracia donde Wilde logró alcanzarlos y entenderlos. Fue allí también donde no sólo descubrió la mentira a la que había sucumbido y que ronda siempre al artista –“Mi error fue confinarme exclusivamente a los árboles desde lo que me parecía el lado soleado del jardín y huir del otro a causa de sus sombras y de su oscuridad"–, sino donde comprendió también el sentido del verdadero arte: ser solidarios de la verdad, de lo humano, del sentido del amor en medio de las tinieblas y del sufrimiento. No fue en el momento de su más alto esplendor, sino cuando estaba a punto de conocer su ruina total y el fracaso de su estética; el día –nos recuerda Camus– en que con las manos esposadas y custodiado por dos policías vio “a un viejo amigo solo, en medio de una multitud burlona, levantar suavemente su sombrero y saludar en él a la desgracia, fue ese día cuando Wilde comprendió y escribió que ese pequeño gesto ‘abrió todos los pozos de la piedad’ […] y pudo escribir [entonces] uno de los más hermosos libros que hayan nacido del sufrimiento”. Desde las primeras frases de De profundis, Wilde encontró el lenguaje de la belleza que permite rescatar lo verdadero que sus cuentos ocultan bajo el artificio de su lenguaje. En esa conmovedora confesión, el artista “reconoce que por haber querido separar el arte del dolor lo había amputado de una de sus raíces y se había separado a sí mismo de la verdadera vida” (Camus). Pero al mismo tiempo, en la piedad por sí mismo y sus compañeros de desgracias, alcanzó por fin al verdadero artista. Por ello, en las últimas páginas de De profundis tomó el camino de identificar el arte con el dolor. Por ello, también, en la Balada de la cárcel de Reading, tomó la causa de sus hermanos desdichados. “La gran alma de Wilde –vuelvo a Camus–, elevada sobre las vanidades por el sufrimiento, aspiraba, [al final], a [una] orgullosa felicidad. ‘Después –escribió–tendré que aprender a ser feliz.’” No lo logró en el sentido del mundo. Wilde ya no fue nadie. Murió solo, miserable y estéril. Lo logró, en cambio, en el sentido del arte: encontrar y revelar, en la piedad, el amor por sí mismo y por los hombres.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro y liberar a los presos de Atenco.

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