domingo, 31 de marzo de 2013

A WALDO LEYVA, Benjamín A. Araujo M.

A WALDO LEYVA

Amigo, hermano, compatriota,
eres eso y más, mucho más,
Waldo Leyva, poeta universal.

Es un privilegio acompañarte
por estos senderos bifurcados,
llenos de prisas y de miedos
pero plagados de esperanza
y de luz, por la palabra;
hermano, amigo, compatriota,
no sólo son sustantivos sino
adjetivos que con tu vida y
tu obra conviertes en 
adjetivos multisignificantes...

México te ha recibido
con honores y con
orgullo te ha dado
asilo diplomático
y fraternal pues
tu palabra se ha sumado
a nuestros honores
literarios...

Hermano, amigo, compañero
quédate con nosotros un buen
tiempo; dale asilo a nuestra
amistad fraterna.



ARTE Y SUFRIMIENTO, Javier Sicilia


Javier Sicilia
Arte y sufrimiento
Nadie como Oscar Wilde llevó hasta sus últimas consecuencias la tentación que habita en todo artista: vivir bajo la ley de la armonía y el refinamiento. Nadie, por lo mismo, dividió tan claramente la realidad en dos mundos: el de la fealdad cotidiana, con sus fracturas y repeticiones, y el de la luminosidad siempre irrepetible del arte. Nadie, en consecuencia, como él, dice Albert Camus, le dio tan abruptamente la espalda a la cotidianidad e intentó transformar “su vida en una obra de arte”. Sin embargo, ¿ese concepto del arte es verdadero? ¿Wilde tenía razón? Si atendemos a la mayor parte de su vida y de su obra habría que afirmarlo. Gide lo describió como un Apolo que “centelleaba”. Pero si nos topamos con el Wilde de la desgracia, con el artista llevado a los tribunales y a la prisión, con el hombre que escribióDe profundis y La balada de la cárcel de Reading, con el creador que sucumbió a la tentación para terminar con ella, habría que negarlo. Mirado desde allí, ese concepto del arte y esa manera de vivirlo son tan engañosos como falsos. Debajo de su obra –que, vuelvo a Camus, “se parece a ese retrato de Dorian Gray que se llenaba de arrugas con una rapidez tanto más alarmante cuanto más su modelo permanecía joven y gracioso– sentimos el artificio; debajo de su vida, el vacío de Gray:  “El vicio supremo –escribió en su epístola de Reading– es ser superficial.” Y algo más: “Puedo comprender algunas lecciones ocultas en el corazón del dolor […] a veces se habla del sufrimiento como si fuera un misterio. En realidad es una revelación. Se disciernen cosas nunca antes discernidas.”
Aunque admiraba a Shakespeare y a Dante, que revelaron la profundidad del dolor y metieron en prisión a tantos seres que se sintieron por encima de la vida, nunca antes los comprendió. Lejos del sufrimiento y de las cárceles, prisionero de una idea que tomaba por libertad y belleza, los otros y sus sufrimientos eran para él espectadores o creaciones que sostenían el arte reducido a show. Fue en la desgracia donde Wilde logró alcanzarlos y entenderlos. Fue allí también donde no sólo descubrió la mentira a la que había sucumbido y que ronda siempre al artista –“Mi error fue confinarme exclusivamente a los árboles desde lo que me parecía el lado soleado del jardín y huir del otro a causa de sus sombras y de su oscuridad"–, sino donde comprendió también el sentido del verdadero arte: ser solidarios de la verdad, de lo humano, del sentido del amor en medio de las tinieblas y del sufrimiento. No fue en el momento de su más alto esplendor, sino cuando estaba a punto de conocer su ruina total y el fracaso de su estética; el día –nos recuerda Camus– en que con las manos esposadas y custodiado por dos policías vio “a un viejo amigo solo, en medio de una multitud burlona, levantar suavemente su sombrero y saludar en él a la desgracia, fue ese día cuando Wilde comprendió y escribió que ese pequeño gesto ‘abrió todos los pozos de la piedad’ […] y pudo escribir [entonces] uno de los más hermosos libros que hayan nacido del sufrimiento”. Desde las primeras frases de De profundis, Wilde encontró el lenguaje de la belleza que permite rescatar lo verdadero que sus cuentos ocultan bajo el artificio de su lenguaje. En esa conmovedora confesión, el artista “reconoce que por haber querido separar el arte del dolor lo había amputado de una de sus raíces y se había separado a sí mismo de la verdadera vida” (Camus). Pero al mismo tiempo, en la piedad por sí mismo y sus compañeros de desgracias, alcanzó por fin al verdadero artista. Por ello, en las últimas páginas de De profundis tomó el camino de identificar el arte con el dolor. Por ello, también, en la Balada de la cárcel de Reading, tomó la causa de sus hermanos desdichados. “La gran alma de Wilde –vuelvo a Camus–, elevada sobre las vanidades por el sufrimiento, aspiraba, [al final], a [una] orgullosa felicidad. ‘Después –escribió–tendré que aprender a ser feliz.’” No lo logró en el sentido del mundo. Wilde ya no fue nadie. Murió solo, miserable y estéril. Lo logró, en cambio, en el sentido del arte: encontrar y revelar, en la piedad, el amor por sí mismo y por los hombres.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro y liberar a los presos de Atenco.

ENTREVISTA CON VICENTE QUIRARTE, Adriana Cortés Koloffon


La escritura,
antídoto contra la muerte
entrevista con Vicente Quirarte
Adriana Cortés Koloffon

Foto: FIL Guadalajara/ Gonzalo García Ramírez
Vicente Quirarte, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, poeta y especialista en literatura del siglo XIX y en literatura de vampiros y monstruos, estudió en la Facultad de Filosofía y Letras pensando “ingenuamente”, como lo confiesa, que estudiaría para escritor. En su más reciente libro, La invencible(Joaquín Mortiz), suerte de autobiografía y ensayo al mismo tiempo, revela esta y otras facetas de su vida: dos suicidios: el de su padre, Martín Quirarte, historiador y profesor de la misma Facultad en la unam, y el de su hermano; la forma en que aún pervive la sombra de su padre en su poesía; la pasión por los libros y la relación entre escritura, vida y muerte.
–¿Por qué escribes este libro cuando ya has superado la edad de tu padre al suicidarse?
Dice José Lezama Lima que el verdadero nacimiento de un hombre es cuando muere su padre. Yo creo que a raíz de la muerte de mi padre tuve un segundo nacimiento. Me da mucho gusto a esta edad vivir cosas que él ya no pudo por ser tan poco amigo de sí mismo. Creo que el libro está lleno de muerte, pero también de su contraparte que es la vida. No pretende ser una apología del suicidio, aunque sí una defensa de quien decide hacerlo, inclusive si se es creyente. Fue otra pregunta que me hice: cómo mi padre siendo católico pudo haber tomado una decisión así.
–Además era un profesor muy querido por sus alumnos…
Aquí se cumplen las palabras que cito de un poeta de los Siglos de Oro, Cristóbal de Castilleja, cuando decía: “Contra mí mismo peleo, defiéndame Dios de mí.”
–También incluyes un epígrafe de Camus: “Hay sólo un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio.”
La muerte de Camus fue un accidente en coche, pero de alguna manera fue una muerte buscada.
–Rubén Bonifaz Nuño, tu maestro, ¿fue tu segundo padre?
Profesores puedes tener muchos, maestros sólo unos cuantos; son los que te marcan, a los que decides seguir como un ejemplo ético y estético, las dos cosas deben estar unidas. Una de las cosas que me duelen es que Rubén no haya leídoLa invencible para que se diera cuenta de las coincidencias que tenían sentido para mí: que hubiera nacido casi el mismo día que mi padre biológico. Lo más importante que me enseñó fue la capacidad de reírme de mí mismo. Rubén era el hombre más triste en su poesía y el más alegre y generoso en la vida diaria; disfrazaba toda su tristeza y su soledad con este sentido del humor extraordinario. También me enseñó que la poesía es el más libre de los ejercicios.
–¿Cuáles fueron tus inicios como poeta?
En la preparatoria y de una manera también mágica. Tuve dos encuentros decisivos en ese entonces. En 1971 cuando estaba en segundo de prepa, se cumplieron cincuenta años de la muerte de López Velarde, cincuenta años de la publicación de “Suave patria” y la preparatoria organizó un concurso; tuve la suerte de ganar ese premio de poesía. Mis premios fueron la obra completa de Carlos Pellicer publicada por la unam, cuidada por Bonifaz Nuño; él era el director de la imprenta universitaria. El otro regalo fueron las obras completas de Juan Díaz Covarrubias preparadas por Clementina Díaz y de Ovando. Pasaron los años y yo me hice amigo de Rubén Bonifaz Nuño y ocupé la silla 31 de la Academia Mexicana de la Lengua, que ocupó antes Pellicer, y mi madre adoptiva fue Clementina Díaz y de Ovando; orienté mucho mis investigaciones hacia el siglo xix mexicano, que ella conoció como nadie.
–¿Tu padre se negaba a que estudiaras literatura?
Hubiera querido evitarnos los sufrimientos reales que pasó al estudiar humanidades. Yo tuve la fortuna de tener un padre que me mantuviera, pero él tuvo que trabajar de joven para mantenerse. Tuvo que combatir mucho para salir adelante, para formar su biblioteca; dedicaba su sueldo a enriquecer las arcas de los libreros de ocasión. Desde muy joven tomó anfetaminas para no dormirse y estudiar, y esas drogas lo destruyeron. Finalmente la única droga que te salva es el amor: es una frase de Francisco Hernández. Mi padre no creyó en su poder curativo. El amor en todos los sentidos: al prójimo, a una mujer, a los hijos, a lo que haces. Cuando lo que tienes dentro se convierte en tu peor enemigo, dejas de creer en el amor.
–El amor está presente también en la poesía de Bonifaz…
Como buen poeta, era el pararrayos de todas las desgracias del mundo. En su poesía exorcizaba sus demonios. Por eso, uno de sus libros centrales se llama Los demonios y los días.
–¿Qué te enseñó tu padre?
La exigencia de la palabra justa que desveló a Flaubert y que mi padre conseguía con fervor siempre fue una de sus grandes lecciones: que la escritura fuera maciza, tuviera cuerpo, dijera algo. Creo que el lenguaje es una responsabilidad muy grande; hay que practicarlo con toda la fuerza que merece.
–¿Cómo se vincula la ciudad a tu padre?
Mi padre, que nunca manejó, era un gran caminador, como todos los grandes solitarios, y él nos enseñó ese hábito. Conocer la ciudad de la mano de un historiador era un privilegio. La ciudad era nuestro campo de conocimiento y ahora que releo a Bonifaz me doy cuenta de que también está presente en toda su obra. Su discurso de ingreso a El Colegio Nacional se llama “La fundación de la ciudad.” Cuando entras en una ciudad nueva que no conoces es como hacer el amor a una ciudad: caminarla, recorrerla o conocerla otra vez, reconocerla, si ya estuviste en ella. Como en el amor, hay ciudades que te decepcionan.
–¿Qué te dice el binomio correr-escritura al que te refieres en La invencible?
La carrera es algo solitario, gratuito, desinteresado aunque compitas contra otros. Por eso decía Robert Frost que el poeta es un hombre de proeza como el atleta, porque lleva a cabo una hazaña. Creo que la creación es lo que nos mantiene aquí.
–Eres especialista en literatura de monstruos, ¿a cuál le temes más?
A Dr. Jekyll and Mr. Hyde, porque nace dentro del corazón, dentro del alma, y desata sus amarres sin que te puedas dar cuenta.

LLUVIA, Efraín Bartolomé


Lluvia
Efraín Bartolomé

Ilustración de Steven Daiber
Vienen cien nubarrones colosales. Mugen como una bestia amenazante. Sopla un viento violento. Un incesante rumor de acoso y furias demenciales. Truena el trueno en los campos celestiales con un turbio fervor relampagueante. De pronto un rayo estalla y al instante cae la lluvia: brotan los raudales. Caen espesos goterones densos en ráfagas arteras que golpean los oscuros ramajes indefensos y vientos más oscuros merodean las anchas hojas. En los ríos inmensos, fragmentos de la luz caracolean. Viene la lluvia en golpes torrenciales con tropel de manada trepidante. Muge el violento viento alucinante sobre las altas cumbres terrenales. Caen espesos goterones densos en ráfagas sombrías que golpean las anchas hojas. Luego abofetean los espesos ramajes indefensos. Lluvia de las verdades primordiales. Lluvia infinita, espesa: lluvia ronca. Lluvia que desbarata cafetales. Lluvia de los misterios forestales de la vida y la muerte. Lluvia bronca. Lluvia de los dolores ancestrales. Lluvia animal que brama en las alturas y se mantiene luego en un continuo gañido lento. Brilla el duro relámpago violento contra el ciego diluvio y sus conjuras. Lluvia bestial que brama en las alturas y se alarga despacio en un parejo mugido lento. A veces se oye un dejo de hondo placer o vagas amarguras. Lluvia lavando selvas y montañas. Lluvia toro rompiendo su corral. Lluvia que tumba troncos como cañas. Lluvia estampida. Lluvia virginal. Lluvia ingenua y salaz. Lluvia en marañas. Lluvia como una danta colosal. Lluvia que resucita cafetales con un golpe de savia. Lluvia amarga. Lluvia que suelta su violenta carga contra los altos montes capitales. Lluvia de los placeres celestiales. Lluvia torva, inflexible, manilarga. Lluvia de peso muerto y sobrecarga. Lluvia de los delirios terrenales. Lluvia donde el buen Dios relampaguea herido de placer sobre la Madre. Lluvia con la que el tiempo aguijonea al Cielo fértil para que taladre la femenina entraña que desea ser penetrada por la lluvia padre. Oigo caer la lluvia más brutal. El fragor de la lluvia deletrea sombras y vagos nombres. Juguetea caldos de vida y muerte. El temporal es una bestia oscura que babea en los campos del cielo, anchos y amargos. Lluvia que arrastra troncos y letargos. Lluvia que brama y grita y se pandea. Oscura tempestad, torvo animal. Lluvia herida, encendida, radical. Nubarrón de murciélagos. Marea de los mares del cielo desatada. Lluvia bisonte atroz. Lluvia manada. Lluvia que en su derrumbe se recrea. Lluvia violenta que en su atroz descenso raja troncos enormes y atropella cuanto encuentra a su paso. Deja huella en la tierra, en la noche, en lo que pienso. Cada vez que un relámpago destella bajo el bruto poder del cielo inmenso, cuando prueba su fuerza el rayo intenso y quema un árbol o borra una estrella, me doblego a sus leyes. No hay querella contra su artera voluntad. Resuella la gran Madre gozando del extenso abrazo de los cielos. En suspenso, la miro disfrutar lluvia y centella. Y entiendo y callo en mi refugio: tenso. Lluvia macho. Feliz lluvia que pasa. Enjambre tenso que de pronto estalla. Lluvia que cuando surge todo acalla. Lluvia que viene y cunde y todo arrasa. Lluvia como un ramaje que se abate. Esta lluvia total, lluvia que ultraja, del ancho árbol del Cielo se desgaja. Lluvia amor y dolor. Lluvia combate. Santa lluvia violenta y enfermiza. Lluvia que lava y preña y fertiliza.
Lluvia cansándose.
                                               Lluvia acompasándose.
                                                                                                          Lluvia asfixiándose.
Lluvia apaciguándose.
                                                    Dulce lluvia feroz.
                                                                                                         Lluvia vencida.
Lluvia herida de muerte
                                                       que da vida.
(Del libro Cantando el triunfo de las cosas terrestres,
Universidad de Ciencia y Tecnología Descartes y Casa Juan Pablos, México, 2011.)

Hoy cumplo 64 años...

sábado, 30 de marzo de 2013

PETICIÓN, Rafael Sánchez Vargas

Petición


Llagas de Cristo en mí quedad grabadas.
Espinas de Jesús dejadme herido.
Herida del Costado sé mi nido.
Dadme ojos ya sin luz vuestras miradas.

Dame Boca sin voz voces calladas.
Lanza del Centurión tu Sangre pido.
Dame Pecho de Cristo tu gemido.
Dadme agua y sangre Venas agotadas.

Clavos dadme a beber vuestra bebida.
Dulce Cruz pueda siempre poseerte.
Alma de Cristo muerto dame vida.

Mi salvación, Jesús, está en tu muerte.
Pasión de Cristo deja que te pida
en mi cuerpo y en mi alma siempre verte. 
(RSV)

CIEGO DIOS, Alfredo R. Plascencia (1875-1930)


Ciego Dios


Así te ves mejor, crucificado.
Bien quisieras herir, pero no puedes.
Quien acertó a ponerte en ese estado
no hizo cosa mejor. Que así te quedes.

Dices que quien tal hizo estaba ciego.
No lo digas; eso es un desatino.
¿Cómo es que dio con el camino luego,
si los ciegos no dan con el camino?...

Convén mejor en que ni ciego era,
ni fue la causa de tu afrenta suya.
¡Qué maldad, ni qué error, ni qué ceguera!
Tu amor lo quiso y la ceguera es tuya.

¡Cuánto tiempo hace ya, Ciego adorado,
que me llamas, y corro y nunca llego!
Si es tan sólo el amor quien te ha cegado,
ciégueme a mí también, quiero estar ciego.

viernes, 29 de marzo de 2013

EL SONIDO DEL SILENCIO, Manuel Ramos Martínez


El Sonido del Silencio


Agotado de tanto cansancio, me recosté casi con  urgencia, en mi alcoba, francamente, muy respetuoso por los elogios que llevan mis sueños, y con una sonrisa llena de placer deje que mis párpados bajaran lentamente al escenario maravilloso de los violines, de los pianos, de las guitarras, flautas y trompetas.
Ahí o acá músicos célebres con sus hermosos trajes de época y rostros magistralmente encendidos por la furia de querer mostrarse al público y entonar aquellas notas musicales que tocan en lo más profundo de la tierra y, por arte de magia, se elevaban al inmenso cosmo, cómplice o no, de esos coros arremolinados de cándidas estrellas que entonaban notas de silencio.
Arremetidas y vibrantes melodías, sinceramente, que jamás me habría atrevido a escuchar, porque ocupaban cada espacio de mi sublimada paz y seguridad absoluta.
Cautivado de atrevimiento y placer pensé descubrir en ellas “la octava nota”, pero un llamado, apiñado en mi conciencia me arreó, como sacudones de temblores, para que abandonara el embate que se había tejido en mi mente.
¿Manuel Ramos, cómo puedes atreverte a descubrir la octava nota, si ni siquiera sabes bien lo que es el pentagrama de la vida?
Al instante deseé caminar junto a este concierto, por los largos, anchos y angostos caminos de este mundo, descubrir sus abismales dimensiones, sus pentagramas, sus proyectos y desenlaces.
Y me vino a la memoria mi simpática vecina, ocupada en escuchar a Bach, Vivaldi, Mozart, Beethoven, Tchaikovski, Strauß y tantos otros compositores. Seguramente ella está escuchando piezas musicales de estos maestros – pensé -  y de súbito desperté.
Regocijado en este sueño, deseoso en descubrir su origen, tire una hojeada al viejo reloj, que marcaba las cinco de la madrugada.
Mi entorno dormía apaciblemente y ansioso, puse mis oidos en la muralla y tan solo su frío indiferente, percibieron mis orejas ¡cemento mudo, materia que construyes estatua a la sin razón!, le grité en silencio mi desilusión.
Para que un deseo indescriptible; me llevara a juntar los sonidos del silencio.
Aquí está me dije: el reloj con su constante e inevitable tic ,tac,tic, tac, tic,tac, el rumoreo tibio de alegría, de la vieja gata, la ventana que dejamos abierta, dándole paso a la brisa de otoño con su ruido de hojas secas y humedad, una eterna gota de agua que caía con constancia sobre la fuente de metal, el ronquido leve y angustioso de mi hijo y el mismo grillo de siempre que desde lejos nos cantaba sus viejas melodías.
¡Que hallazgo! Mi mente había conjugado estos sonidos en una bella sinfonía. Tal vez la octava nota – pensé sonriéndome – para volver a cerrar mis párpados, imaginando un nuevo concierto.

A GUILLERMO FERNÁNDEZ, Alfonso Sánchez Arteche


PARA GUILLERMO FERNÁNDEZ
A UN AÑO DEL CRIMEN IMPUNE


¿Por qué no dejas de doler, Guillermo?,
¿por qué sigue vagando tu alma en pena?
¿Qué sombra enturbia tu vejez serena?
¿La hora rota sobre el sitio yermo?

Es el sol que no cae lo que envenena,
la noche que no envuelve un cuerpo enfermo
sino un torpe guiñapo, el estafermo
de lo que fuera luz en fuerza plena.

Nos duele tu partir tan sin motivo,
el arrebato de saberte ausente
cuando tanto fulgor cabía en tu mente.

No haya perdón para el rencor altivo
que nos robó el placer de hallarte vivo
y el don seráfico de mirar tu frente.

jueves, 28 de marzo de 2013

PERSEVERANCIA -poemínimo-, Benjamín A. Araujo Mondragón


PERSEVERANCIA

Tanto va el cántaro al agua,
que es menester cambiar sistema.

CONSEJA (poemínimo), Benjamín A. Araujo Mondragón


CONSEJA

No por mucho madrugar
llegues ayer.

JAMES BALDWIN

JAMES BALDWIN

NEGRO, POBRE Y GAY, Ricardo Silva Romero (Tomado de Revista Arcadia)



El escritor norteamericano James Baldwin.

Otros hombres

El escritor norteamericano James Baldwin, emblema de la lucha por los derechos civiles, murió hace casi veinticinco años: lo tienen sano y salvo en el mundo hoy, sin embargo, los clásicos de la literatura y las conferencias envolventes que pronunció en el exilio.

Por: Ricardo Silva Romero
Publicado el: 2011-06-22
Es una escena incómoda de la televisión de finales de los setenta. El entrevistador le dice: “cuando usted estaba empezando como escritor era un hombre negro, pobre y homosexual, y debió pensar ‘Dios mío, ¿con cuántas desventajas más puedo cargar?’”. Y el narrador neoyorquino James Baldwin, que compuso novelas y ensayos con el oído de predicador que afinó en las capillas de Harlem, y que vivió toda una vida en el exilio, pero nunca tuvo miedo a gritarle a Estados Unidos que “odiar es odiarse a sí mismo”, responde con los ojos muy abiertos: “no, yo pensé ‘Dios mío, me saqué el premio mayor’”. Y, sobre las risas del público, agrega: “era tan absurdo que lo único que me quedaba era pensar de qué manera usarlo”.

Baldwin nació el sábado 2 de agosto de 1924 en Harlem, Nueva York, en aquellas calles plagadas de sombreros y de escaleras de emergencia. Se vio obligado a cuidar a sus ocho hermanos menores desde muy niño. Sobrevivió a un padrastro inflexible que, apenas lo vio cumplir catorce años, lo forzó a seguir la carrera de predicador en la severa Iglesia pentecostal. Gracias a que leyó “todos los libros que había en la biblioteca de mi barrio”, y descubrió “que lo que pasaba en la ficción era lo mismo que pasaba a mi alrededor”, pudo sobrellevar el hambre y el miedo, y el ruido de los trenes que pasaban junto a la casa desvencijada de Park Avenue. Supo muy pronto, en sus brillantes años de colegio, que era negro, pobre y gay. Y en 1942, apenas cumplió los diecisiete, dejó la prédica pentecostal para dedicarse a escribir: escribir lo aliviaba.

Se fue lejos de su barrio: a Greenwich Village. Se fue lejos de su padre: a cualquier sitio donde Dios no pudiera condenarlo. Llevó a cabo todos los trabajos imaginables con el objeto de comprar el tiempo necesario para escribir los relatos, los ensayos y las reseñas que años después aparecerían en la compilación Notas del hijo de un nativo (1955). Y, cuando se dio cuenta de que las iracundas iglesias negras tarde o temprano caían en el lugar común de hablar de “los demonios blancos”, de que, mejor dicho, el “hombre rotulaba al hombre para fingir que odiar a otro no es odiarse a uno mismo”, tomó la decisión de “ser nada”: dejó la vida en las iglesias pentecostales convencido, de ahí a la muerte, de que lo mejor de la prédica eran las palabras: su significado, su sonido.

Y entonces, ya que en su país, en 1948, no iba a ser nunca una persona sino siempre un negro homosexual, “y ya no podía ser doblado, solo partido”, se fue a vivir a Francia. Y fue en su doloroso exilio de toda una vida, en la ribera izquierda de París, donde hizo las paces con lo que veía en el espejo: “todo lo que te pasa te pasa en este marco, en esta casa, en este sobre mortal”, dijo señalándose a sí mismo en Londres, en 1962, en una de sus conferencias, “todo lo que tienes que hacer, y si lo haces antes, mejor, es aceptarte a ti mismo”. Su vida lejos de los prejuicios de Estados Unidos le sirvió para darse cuenta de “la gran paradoja”: “entre más particular seas, más serás un ser humano”. “Cuando yo era joven, no encontraba escritores negros que me sirvieran de modelo: Jim, el negro de Huckleberry Finn, no podía ser mi modelo”, pero ahora, en París, todo comenzaba a tomar forma.

Lejos de las miserias de Harlem, de las miradas de reojo, Baldwin fue capaz por fin de captar el ritmo del lenguaje de las personas que lo habían rodeado: fue capaz “de oír la música de mis propias palabras”, de ser un hombre homosexual, de ser ni menos ni más que un escritor negro. Se sentó a escribir un clásico norteamericano, la novela autobiográfica de iniciación Ve y dilo en la montaña (1953), en clave de canción, en clave de sermón gospel (“Men spoke of how the heart broke up, but never spoke of how the soul hung speechless in the pause, the void, the terror betwen the living and the dead”: “los hombres hablaban sobre cómo se rompe el corazón, pero nunca hablaban sobre cómo el alma pende muda en la pausa, en el vacío, en el terror entre los vivos y los muertos”) con la convicción de que “lo que todo escritor debe saber es que se encuentra adentro de un idioma al que tiene que trasformar, que encarar, que remontar hasta llegar a su esencia”. Desde esa primera novela, quizás por el respeto que inspiró siempre a sus colegas, fue considerado un autor de fondo.

La fascinante Ve y dilo en la montaña fue su presentación en el mundo: su trama de novela de iniciación subvertida no acaba, como suele suceder, con el momento en el que su protagonista reconoce que es parte del mundo, sino en la caída en la que se rinde ante Dios. Sus personajes, el joven predicador John, su hermano Roy, su madre Elizabeth, su padre Gabriel, la pecadora Florence, son prójimos de las personas que tenemos alrededor. Su lenguaje, el lenguaje de las plegarias, envuelve al lector desde el principio hasta el final. Su música de sermón, “si llamas al Señor, dijo él, Él te responderá, te pondrá de pie y te entregará el deseo de tu corazón: las promesas de Dios nunca fallan”, obliga a terminar la lectura como cuando se espera el silencio. Y sucede así en cada uno de sus textos.

De 1961 a 1985, publicó una decena de libros de ensayos que, en aquellos Estados Unidos que trataban de digerir los mensajes de Martin Luther King, Malcolm X y Angela Davis, lograron encender plenamente la lucha por los derechos civiles. Trabajó en dos aclamadas obras de teatro que hoy siguen poniéndose en escena: La esquina del amén (1954) y El blues para el señor Charlie (1964). Y presentó cinco novelas más que describían sin eufemismos todos los rasgos de su mundo: La habitación de Giovanni (1956), Otro país (1962), Dime cuánto hace que el tren se fue (1968), Blues de la calle Beale (1974) y Sobre mi cabeza (1979). “El método de sus novelas es siempre el mismo”, escribe David Leeming, su secretario personal, en el libro más completo sobre su obra: “Baldwin usa eventos rastreables de su propia biografía como punto de partida para explorar una ficción que en verdad es una alegoría de su filosofía de la vida”.

You Tube está cargado de pequeños videos en donde el tímido Baldwin enseña sus experiencias de maestro. Murió el martes 1 de diciembre de 1987 en Saint-Paul de Vence, en Francia, en una clínica para el tratamiento del cáncer. Fue enterrado en un cementerio a unas millas de Nueva York. Pero está vivo, con sus ojos saltones, su voz pausada y su tos nerviosa de estar a punto de poner el dedo en la llaga, en cientos de páginas de internet. Resulta increíble pasar días enteros frente a sus palabras. Todo un viaje en el tiempo. Son los años sesenta. Baldwin vive en París, en paz, acompañado por uno de sus hermanos menores. Y de tanto en tanto viaja a Estados Unidos, su país, donde es entrevistado como un valiente escritor en el exilio. Y, frente a las cámaras en blanco y negro, lanza atrevidas sentencias como “soy un sobreviviente de la última rebelión de los esclavos”; “si uno pelea por sus derechos, es porque no es, aún, un ciudadano”; “no soy pobre ni negro ni gay ni norteamericano: esas son distracciones que no dejan a los demás verme como un ser humano”.

Es 1962. Ya es, según los críticos, “el mejor escritor negro”. Va de tour por el sur de los Estados Unidos, de Durham a Nueva Orleans, explicándoles a los atentos estudiantes de la época su posición sobre los conflictos raciales. No invita ni al pacifismo del Doctor King ni a la venganza del profeta Malcolm X. No se siente víctima ni victimario. “Fui comprado y vendido como una mula”, dice escogiendo palabra por palabra, “pero no fui nunca una mula”. “No estoy hablando de razas ni de colores”, responde a una pregunta angustiada, “estoy hablando de cómo el lenguaje puede modificar a un hombre: soy un ‘negro’ porque así me nombraron hace cuatrocientos años”. “He estado llegando a la conclusión de que sirvo mucho más muerto que vivo”, piensa en voz alta, “los exilios ajenos sirven profundamente a quienes se los toman como una alegoría”. “¿Quién soy?: un hombre que trabaja del lado de Dios”, reconoce encogiéndose de hombros, “no soy humilde ante los demás hombres pero soy humilde ante Él”.

Su activismo político y sus ensayos sobre el racismo como trampa de la humanidad le sirvieron para no convertir su narrativa en la puesta en escena de sus temas: en la puesta en escena de una agenda política. “Son los políticos, no los escritores, los que se mueven por temas”, dice hoy, en You Tube, como si hoy por fin tuvieran sentido sus palabras. Quien lee sus relatos, lee, sobretodo, personajes: David, el ambiguo rubio a punto de casarse, que se enamora perdidamente de aquel italiano llamado Giovanni; Ruffus Scott, el músico, que se va perdiendo en los callejones de su propia cabeza; Leo Proudhammer, el actor promiscuo bajo los ojos de Dios, que sufre un ataque cardíaco en el escenario.

Quien lee sus relatos, lee, sí, una alegoría, pero detrás de todos se encuentra la moraleja de las grandes obras de arte: que tarde o temprano tendremos que reconocer que lo único que tenemos en nuestras manos es no odiarnos.

miércoles, 27 de marzo de 2013

CUBANIDAD


CUBANIDAD

Todo lo que se estanca
huele mal.

lunes, 25 de marzo de 2013

VÍCTOR SANDOVAL, QEPD



Fallece Víctor Sandoval, creador de las casas de cultura en México

Exdirector del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), padecía Alzheimer. Tenía 83 años al momento de morir.
Claudio Bañuelos, corresponsal
Publicado: 24/03/2013 18:22
Aguascalientes, Ags. Víctor Sandoval, creador de las Casas de la Cultura en el país, exdirector del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y ex Ministro de Cultura de México en España, entre otras cuestiones, perdió la vida a la edad de 83 años en la capital del país.

Nacido en Aguascalientes tierra el 31 de octubre de 1929, creó en la segunda mitad de la década del 2000 el Premio Poetas del Mundo Látino.

De acuerdo con la vocera del Instituto Cultural del Estado, Clara Müller quien confirmó el deceso de este escritor en las próximas horas podrían ser trasladados sus restos a esta ciudad, para que el gobierno del estado que encabeza el priísta, Carlos Lozano de la Torre realice un homenaje póstumo.

Su obra ha sido traducida al inglés, italiano, griego, neerlandés, alemán, rumano, árabe y francés. Ha publicado en los suplementos y revistas más importantes del país, entre ellos Excélsior, México en el Arte y Tierra Adentro.
También a él se debe el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes y el Encuentro Nacional de Arte Joven, entre otros.

El gobernador del estado publicó en su cuenta de twitter @CarlosLozanoAgs  "Me entero que ha fallecido un gran amigo y un ilustre divulgador de la cultura. Descanse en paz don Víctor Sandoval".

El hoy occiso padecía desde hace varios años de Alzheimer.

DESAGRAVIO DE MASCARELL A SIETE ESCRITORES


Desagravio a los escritores en castellano
Mascarell se lleva a autores en lengua castellana después de que Tresserras les vetara en Frankfurt
Imagen de los autores que estarán en París
Imagen de los autores que estarán en París
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Siete autores catalanes que escriben en castellano también representarán a Catalunya en el Salón del libro de París, a diferencia de lo que ocurrió en 2007 en la Feria de Frankfurt, en la que sólo se invitó a escritores en lengua catalana.

Así, Juan Goytisolo, Eduardo Mendoza, Javier Cercas, Berta Marsé, Javier Calvo y Alicia Giménez Bartlett, que escriben en castellano, estarán con la delegación catalana. Además, se rendirá homenaje a Manuel Vázquez Montalbán.

La principal diferencia entre la Feria de Frankfurt y el Salón del libro de París de este año es que en 2007 se invitó a una lengua -la catalana-, mientras que ahora los organizadores han invitado a la ciudad de Barcelona. Es por eso que se han elegido escritores barceloneses de renombre, sin tener en cuenta si escriben en catalán o en castellano. Así, también, se evita una polémica como la del 2007.

El consejero de Cultura, Ferran Mascarell, el alcalde de Barcelona, Xavier Trias, el teniente de alcalde de Cultura, Conocimiento, Creatividad e Innovación del Ayuntamiento de Barcelona, Jaume Ciurana, el director del Instituto Ramon Llull, Vicenç Villatoro, y el director adjunto del Institut Ramon Llull (IRL), Àlex Susanna; asistirán este jueves a la inauguración del stand de Barcelona a París, promovido por el IRL, que orgánicamente depende del Departamento de Cultura.

También asistirán a la inauguración, entre otras autoridades, el secretario de Asuntos Exteriores de la Generalitat de Catalunya, Roger Albinyana, y la delegada de la Generalitat en París, Marysse Olivé.
A partir de las 19 horas comenzará un recorrido de autoridades por el recinto ferial encabezadas por el presidente de la República Francesa, François Hollande, y la ministra de Cultura y Comunicación de la República Francesa, Marie Aurélie Flippetti, acompañados de autoridades francesas y catalanas.

Barcelona será la ciudad invitada en el Salón del libro de París 2013, uno de los más importantes del ámbito internacional, que se celebrará del 22 al 25 de marzo. Bajo el lema Barcelone, ville des prodiges se presentarán una treintena de autores traducidos recientemente al francés, cuya obra está estrechamente vinculada a la capital catalana.

Aparte de los escritores ya citados que escriben en castellano, estarán también los que lo hacen en catalán Sebastià Alzamora, Arnal Ballester, Jordi Bernet, Jaume Cabré, Maite Carranza, Miguel Gallardo, Mercè Ibarz, Salvador Macip, Gabriel Janer Manila, Imma Monsó, Miquel de Palol, Sergi Pàmies, Marc Pastor, Rubén Pellejero, Jordi Puntí, Carme Riera, Albert Sánchez Piñol y Francesc Serés.

Además, se prevén actos relacionados con Josep Pla, Joanot Martorell, Maria-Mercè Marçal, Mercè Rodoreda y Manuel Vázquez Montalbán.

domingo, 24 de marzo de 2013

ABURRIMIENTO, Benjamín A. Araujo M.


ABURRIMIENTO

No soporto que seas tan complicada,
siquiera detente por diez minutos.

EL PAPEL DEL POETA Y LA POESÍA EN LA SOCIEDAD (Parte I), Antonio Acevedo Linares


Leer y entender es algo; leer y sentir es mucho; leer y pensar es cuanto puede desearse. 
Anónimo 


El papel del poeta y la poesía en la sociedad (I Parte) 


Por: Antonio Acevedo L. 

El poeta es un trabajador de la cultura, un hombre o una mujer que ha hecho del ejercicio de escribir poesía, su proyecto de vida, su pasión, su vocación, su enamoramiento, su vicio, su estigma o su arma de lucha y de comunicación. La poesía es la continuación de la guerra por otros medios porque la poesía es también un arma por la liberación total del hombre y de los pueblos. El poeta es un ser con sensibilidad social que hace de la poesía su instrumento de convocatoria, de canto y de exaltación de las cosas más puras y bellas del ser humano, comprometido con la palabra y con su visión poética de la vida, porque el poeta vive la vida poéticamente y es un enamorado del lenguaje y sus metáforas. 

El poeta no es el loco de la sociedad, ni el bohemio ni el truhán ni el maldito, en esa visión caduca del poeta, sino el trabajador de la cultura, el intelectual que escribe y piensa y vive la poesía y reflexiona sobre la sociedad de su tiempo, aunque locos y suicidas y bohemios haya tenido la poesía. El poeta no es un romántico sino un antirromántico, porque esa visión idílica del poeta no existe en estos tiempos de la modernidad, es un ser desarraigado que muchas veces ha hecho de la marginalidad su ética de vida, porque no es un bufón de la corte, ni un adicto del poder, a lo sumo el único poder que le interesa a los poetas, es el ejercicio del poder de la palabra. 

La poesía le nace de las entrañas de su espíritu y de su intelecto o de la tierra o la sociedad en la que vive y sueña, pero el poeta no es un soñador a la manera del que sueña sin los pies en la tierra, el poeta es un soñador a la manera del que sueña imposibles y cree en las utopías. Cuando el ejercicio de escribir o leer poesía sea reconocido y respetado en la sociedad, todos los hombres y mujeres serán poetas, o al menos todos los hombres y mujeres se acercarán a la poesía como a un canto litúrgico en una iglesia. El papel de los poetas y de la poesía en la sociedad es la de sensibilizar y hacer de los seres humanos, seres más humanos y sensibles frente al mundo injusto y cruel que nos ha tocado vivir. Tal vez el poder de la poesía contribuya algún día a ese propósito y la poesía ya no sea expulsada de la República como en la época de Platón, sino que haga parte del ejercicio del poder de sus gobernantes. 

En el canto de los poetas se reconoce el espíritu de un pueblo o de una sociedad y aunque nos hemos acostumbrado a ver la poesía solo consignada en los libros, seria divino y maravilloso ver la poesía escrita en los muros de la ciudad, en los árboles, como los enamorados dibujan corazones atravesados por una flecha, en los periódicos, en las vallas publicitarias, en el cielo con o sin estrellas, en las señales de tránsito, en los semáforos, en las ventanas de los edificios, en todo lugar público donde la poesía se haga visible para recordarnos que la poesía y los poetas existen. Una ciudad sin poesía es la anticiudad escribió Rogelio Salmona. El día que el hombre recupere su sensibilidad perdida podrá ver la poesía en las cosas más insólitas o naturales como intenta la poesía hacerlas ver, visibilizarlas. 

POESÍA 

Poesía 
perdóname por 
haberte ayudado 
a comprender 
que no estás hecha 
sólo de palabras 1 
y perdóname por haberte 
ayudado a comprender 
que también estás en la calle 
al pie de las bronceadas 
estatuas por la lluvia y el sol 
en la luna llena que posee 
como un demonio a los gatos 
y los poetas, en un río dulcemente 
inerme como el follaje en los 
patios en verano, en la lluvia 
que acodado en la ventana miras 
mientras desnuda una mujer fuma 
en el lecho, en una calle olorosa 
del mercado de frutas, hierbas 
y pescado, en los árboles que bajo 
su sombra se besan eternos y amorosos 
los amantes y arrecia el viento 
como la tarde sobre los tejados 
de la ciudad tórrida, en la noche 
bohemia de vino, dulzura y música 
en la página blanca abierta 
como muslos y, a veces 
también en el poema. 

Roque Daltón. 


El poeta es un ser de lavar y planchar y no un arribista del lenguaje o la imagen, aunque muchos se confundan a veces y proyecten esa imagen, los egos individuales a veces distorsionan la obra del poeta y se pierden en la verdadera función social que deben realizar o su propia poesía se vuelve tan oscura o hermética que no los entiende nadie o su lenguaje es tan vacio y sin estética que no cumplen con comunicar el mundo que intentan poetizar o elaboran una manera muy burda de comunicarlo. Al poeta por su obra lo reconoceréis, y lo reconocerá la sociedad, si no la de su tiempo, porque no la ha comprendido o por mezquindad, si la de otros tiempos y sociedad porque como ya es un aforismo, nadie es poeta en su tierra.

MÁS ÁRBOLES QUE RAMAS, Jorge Wagensberg

Más árboles que ramas. 1116 aforismos para navegar por la realidad. 


El autor es ya un indiscutible maestro del género aforístico, una forma literaria que le permite cazar al vuelo un pensamiento, formular una idea en una línea, sintetizar un razonamiento, lanzar una intuición, decantar impurezas, exprimir al máximo una reflexión, ponerla a prueba y comprobar cómo se iluminan mutuamente arte, ciencia, literatura, economía, sociología y filosofía. Adquirir conocimiento inteligible: he aquí la cuestión de todas las cuestiones humanas. Pero advertir diferencias en lo similar y similitudes en lo diferente, dudar sistemáticamente, hallar una buena pregunta ante una respuesta que la naturaleza pone ante nuestros ojos, y si hace falta… cambiar de pregunta, no es sólo un buen método para sortear la siempre peligrosa incertidumbre de nuestro entorno, sino que constituye una fuente de insospechado, inagotable gozo intelectual. Como en anteriores libros, en esta nueva colección de más de mil aforismos Jorge Wagensberg se interna en la aventura de la interdisciplinariedad, mostrando cómo los distintos saberes se hibridan promiscuamente entre sí para ganar inteligibilidad y plantear preguntas como, por ejemplo: ¿existe el progreso moral?, ¿cómo hallar el equilibrio justo entre lo individual y lo colectivo?, ¿en qué trivialidades se apoya siempre todo lo fundamental?, ¿cómo discriminar entre una tradición absurda y una buena costumbre? …………………………………………………………………………………………………………..  Jorge Wagensberg. Nació en Barcelona, en 1948. Es doctor en Física y profesor de Teoría de los Procesos Irreversibles en la Universidad de Barcelona. Además de investigar, es un dinámico animador del debate de ideas, lo que le ha valido, entre otros, el Premio Nacional de Pensamiento y Cultura Científicos en Cataluña. Es director de la colección Metatemas y director científico de la Fundación La Caixa, después de haber dirigido por 15 años CosmoCaixa, referente de los museos de la ciencia de todo el mundo. Es autor de diecinueve libros y de múltiples trabajos de investigación sobre termodinámica, matemáticas, biofísica, microbiología, paleontología, entomología, museología científica y filosofía de la ciencia. Tusquets Editores ha publicado, con gran éxito de la crítica y de los lectores, sus títulos Ideas sobre la complejidad del mundo (Metatemas 9 y Fábula 205), Ideas para la imaginación impura (Metatemas 54), Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta? (Metatemas 75 y Fábula 274), La rebelión de las formas (Metatemas 84), A más cómo, menos por qué (Metatemas 92), El gozo intelectual (Metatemas 97), Yo, lo superfluo y el error (Metatemas 107) y Las raíces triviales de lo fundamental (Metatemas 112).

Este contenido ha sido publicado originalmente por SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección: http://www.sinembargo.mx/22-03-2013/548054. Si está pensando en usarlo, debe considerar que está protegido por la Ley. Si lo cita, diga la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. SINEMBARGO.MXJorge Wagensberg. Tusquets Editores


UN FILÓSOFO, Vilma Fuentes


Un filósofo
Vilma Fuentes
No recuerdo cuál Carlos me presentó al otro. Si Payán a Félix o Félix a Payán. Quién de los dos me obsequió el regalo. Sucedió antes del ‘68, tal vez desde 1966 cuando me iba de pinta del colegio Francés para ir… a la facultad de Filosofía en la Universidad. Al café, no a sus aulas, “¡oh, pues, enferma!”, habría agregado el insepulto Carlos Félix.
Si en los salones de clase tuve la suerte de escuchar a Nicol y a Alejandro Rossi, en la cafetería pude dialogar, entre las sombras platónicas de Sócrates y Alcibíades, con fray Alberto de Ezcurdia, Salvador Elizondo y Carlos Félix. Nicol nos transportaba a épocas donde las brumas se desvanecen y nace el pensamiento occidental en Grecia. Ezcurdia nos devolvía a los tiempos cuando los hombres confundían el sueño y la vigilia. Rossi trataba de enseñarnos a pensar, no sin ironía, por nosotros mismos… ¡menuda tarea! Elizondo, alérgico a políticas correctas, conformistas y uniformes, me inoculó el instinto que permite al pensamiento sobrevivir a conceptos prefabricados y libera la reflexión de las idées reçues satirizadas por Flaubert. De él adquirí también la insolencia de la libertad mental. De Carlos Félix aprendí, si no a leer el pensamiento de los otros, sí a descubrir lo que el otro se ocultaba a sí mismo: sus más viles inclinaciones como sus más altos anhelos, sus vicios y sus dones. Maniqueísmos que chocaban a la dialéctica felixiana: Carlos no concebía la vileza sin honestidad ni la virtud sin corrupción. Visitarlo era someterse, más que a una observación de nuestros males, a una autopsia. Hurgaba y extraía a la luz de los propios ojos del “enfermo”. Su diagnóstico era inapelable. ¿La prueba? Quien, triunfante, llegaba a visitarlo, salía con el sentimiento de su derrota. Quien entraba vencido a sus “aposentos” –como Félix llamaba a los cuartuchos que le servían de albergue–, se iba con la sensación de la victoria. La pecadora partía purificada. La mujer que se creía virtuosa, arrepentida. Sus exabruptos eran impertinentemente pertinentes y, por su verdad y su descaro, molestaban. Carlos no soportaba las poses, lo incitaban de manera automática al ataque en regla. Más valía quitarse las máscaras al penetrar en su madriguera.
Philosophie du boudoir, dirían desdeñosos quienes de esta obra de Sade sólo conocían el título. Sus reflexiones y sus palabras eran las de un permanente transgresor de ideas fijas, normas, autoengaños, vanidades.
Cuando alguno de sus comensales, en un afán del heroísmo suicida a la moda, comenzaba a recitar las lamentaciones del Kaddish de Ginsberg: "He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura", Carlos Félix, con los ojos enrojecidos por la cólera, dando uno de sus saltos de felino, espetaba con su voz cavernosa: "Salvadas, enfermo, salvadas por la locura, ¡oh, pues!" Antes de soltar una estridente carcajada ante su solemne enojo. Félix conocía bien la diferencia entre la lúcida seriedad del espíritu y el pomposo espíritu de seriedad.
Imprevisible, a contracorriente pero nunca en el sentido esperado, Carlos Félix fue un personaje novelesco o más bien teatral por excelencia. Las anécdotas inspiradas por él eran numerosas, cada una tenía un acto, un gesto, unas palabras sorprendentes que hacían reír a todos, los mismo a quienes concernía la burla, pero preferían no pensar imitando sólo la risa, el ruido, no el furor.
Autores, no pocos y reconocidos académicos –Carlos habría reído con profunda seriedad de sus homenajes– trataron de hacer de Félix un personaje de sus relatos. Un Falstaff con su pasado épico legendario que se pierde en las brumas de un presente más que turbio. Pero no todos tienen el talento de Shakespeare para crear un Falstaff aunque lo tengan a su mano. Las tentativas fueron más que fallidas, la tradición oral se impuso a sus trovadores.
Se arrebataron la palabra para tratar de convencerme que Carlos estaba bien muerto y sepultado. Fue en Tepoztlán el entierro póstumo del Insepulto. Entre cubas libres a su salud eterna y algunos cognacs por el alivio del imaginario “enfermo”.
¿No se dejó arrancar todos los dientes por Lalo? En nombre de la ciencia, enfermo, completa Ignacio, el apodado “poeta” por Carlos, de quien imita la voz ronca al repetir esta frase del Insepulto.
Lalo le hizo una dentadura. Que nunca usó. Algunas veces. Como otros la corbata, para las grandes ocasiones. Cuando fue a Los Pinos. Una idea de Juan Garzón. Fue uno de los desayunos que le organizaban a Echeverría. Con las mujeres, con los intelectuales, con los jóvenes, con los chichimecas, con los escolares, con … En el Museo de Antropología. El de las mujeres fue en Los Pinos;¿no se llevaron hasta el mantel con la vajilla como recuerditos? Juan organizó el de los intelectuales de izquierda o algo así. Convenció a Carlos de asistir. Pero le quería poner la dentadura. Carlos se negaba. ¿Para qué, si no voy a morder? Total, se la quitó al llegar a Los Pinos: “Cuarenta y tres años de militancia bolchevique arrojados por la borda, enfermo, ¡oh, pues!”, nos repetía Félix después de su visita a la residencia presidencial, los ojos llorosos de rabia, antes de la sempiterna carcajada con que se burlaba de él mismo. “A lo mejor dejé de ser la miserable excepción.” Carlos nunca se avergonzó de ser así calificado por algunos antiguos camaradas cuando aceptó la autocrítica infamante exigida por el Partido Comunista, mientras Revueltas y otros formaron, a raíz de su expulsión, la Liga Espartaco.
Las anécdotas sobre Carlos salpicaron una sobremesa que nos llevó a la medianoche. Félix estaba presente, vivo, insepulto. Había que conseguir dinero para enterrarlo, o al menos para velarlo. Un difunto se vela con algo de respeto, así sea ahogado de borracho. Las quemaduras de cigarro con que se probó su deceso eran claras: Félix había muerto: una vez el dinero reunido, se compró un litro de ron en honor del difunto: ¡Milagro! El olor de la bebida favorita de Carlos lo resucitó.
Como decía Platón, ¡oh, pues, enfermo!, salud.

TRIPITACA, Gonzalo Rojas


Tripitaca

Un árbol bebe sombra
luego se queda quieto por un día y me dice:
da todo lo que puedas
no digas mentiras
y no te enojes
Un árbol sin dueño
exhala una bendición y se demora
con sus lentejuelas de resina goteando en el sopor
Como palabras sordas, obtusas, sedientas
acodadas al borde de la fuente
Allí donde mi corazón encuentra alivio
y se duerme en el brocal
de una historia carente de palabras
Si es la hora
aquí me dormiré
hasta quedar despierto
Sí, aquí me voy a dormir
hasta que despierte todo
Aquí voy a dormir y a despertar
Gonzalo Rojas

EDICIONES DE POESÍA, Juan Domingo Argûelles


Juan Domingo Argüelles

Ediciones de poesía

Es un lugar común decir que no se puede juzgar un libro por su portada, y sin embargo esto no es del todo exacto. Desafortunadamente, sí se puede juzgar un libro por su portada. Si vamos a oponer lugares comunes, otro de ellos dice que de la vista nace el amor.
Esto ocurre muy especialmente con las ediciones de poesía. De la elegancia austera pasaron a la pobretería (que no es lo mismo que a la pobreza), es decir, a la extraña tacañería de hacer un libro feo con los mismos recursos con los que podrían hacer un libro elegante y bello.
Las ediciones del Estado y, en general, las institucionales, son especialmente ejemplares en esto. Los libros no se diferencian (en el papel y en la impresión) de los de narrativa o ensayo, pero en cuanto a cubiertas e interiores la diferencia es notable: mientras los libros de narrativa y ensayo tienen imágenes en portada (generalmente con selección de color), los libros de poesía no tienen a veces ni una triste viñeta; mientras los libros de narrativa y ensayo brillan por su barniz o por su plastificado, a los de poesía les matan el brillo: deben ser mate o no ser (es cierto que no todo lo que brilla es oro, pero no hay que exagerar), y mientras los libros de narrativa y ensayo tienen una tipografía legible, los de poesía poseen una letra pulga que dificulta la lectura.
¿Quién les dijo a los editores y a los diseñadores que la poesía debe ser pobremente editada para avisarles a los lectores que se trata de un libro de poesía? Si de antemano los lectores, en general, se abalanzan sobre la narrativa, sea buena, regular, mala o pésima, y ni siquiera tocan un libro de poesía, con el recurso de la pobretería editorial para la poesía, son los propios editores y diseñadores los que conspiran contra la lectura de poesía.

Imagen de Silvio Baldessari
Lo que se hace es avisarle al lector: “Prepárate (o parapétate): este es un libro de poesía. Te vas a aburrir con él. Por eso lo editamos y diseñamos tan insípidamente, tan incoloramente.” A diferencia de los insectos y batracios de colores fuertes, que anuncian a los depredadores su sabor desagradable, los incoloros libros de poesía advierten, a los lectores, que pueden ser muy desabridos.
El falso concepto de que la poesía siempre se lleva con una portada “sobria” o austera, cuando no fúnebre, ha derivado, en un mayor extremo, hacia productos editoriales anodinos cuando no horribles. Revisando los viejos libros de poesía, decimonónicos y de la primera mitad del siglo XX, encontramos que casi todos ellos tenían al menos una hermosa viñeta así fuera en blanco y negro. Hoy, prácticamente no tienen nada, salvo la tipografía, y son más gélidas que un bloque de hielo. Y, en cuanto a los interiores, la caja, la tipografía y los interlineados, éstos respiraban antes la mar de bien, mientras que hoy se ahogan irremediablemente. Se entiende que muchos diseñadores no leen poesía, ¿pero y los editores?
En la segunda mitad del siglo XX, las cubiertas españolas de Daniel Gil, para Alianza Editorial, hicieron época, al igual que las argentinas de Silvio Baldessari, para Losada; hoy, en cambio, en el otro extremo, de la austeridad se ha pasado al absurdo, por ejemplo con las cubiertas de los libros de poesía del Fondo de Cultura Económica, que privilegian una imagen (generalmente una fotografía rebasada hasta las solapas), y sólo en tipografía pequeñita, vergonzantemente, no en la cubierta, sino en una fajilla, ponen el título y el nombre del autor. ¿Qué anuncian y venden: libros de arte? ¡No: libros de poesía! ¿Quién, que sea lector de poesía, no recuerda loscollages de Alberto Blanco y de otros artistas en las portadas de los libros de poesía del Fondo? ¿Quién, que sea lector de poesía, no recuerda las tipografías de doce puntos y los interlineados aireados en la colección Letras Mexicanas? Pues eso es historia.
Otras colecciones institucionales, que antes se caracterizaban por sus coloridas viñetas o por sus hermosos juegos tipográficos en cubierta, hoy no pueden ser más grises y anodinas. Únicamente algunas pocas editoriales, y no por cierto del Estado o institucionales (una excepción es Poemas y Ensayos de la UNAM), se mantienen invictas en el buen gusto editorial para invitar a leer poesía. Ediciones Era, sin duda, y más recientemente Almadía y otras editoriales independientes especializadas en poesía.
Lo cierto es que se gasta lo mismo en hacer un libro bello que un libro horrible, pero hoy muchos editores y diseñadores se afanan en hacerlos horribles para avisarle al lector que se trata de un libro de poesía.