lunes, 17 de diciembre de 2012

V E C I N A S


Eran bellas, bellísimas. Llegaron más o menos poco después de que había empezado la primavera. Las dos con un porte y una sensualidad impresionantes. Una, de enormes pestañas y cabellera rubia; la otra, con una boca de una sexualidad apabullante y de una espesa, negra, abundante pelambre. Las miré, me miraron. Estoy seguro que no les caí mal, porque incluso tuve la impresión de que, coquetas, ambas me sonrieron, mirándome de soslayo; y aunque no me hubieran sonreído, me vieron, de eso estoy cierto y con eso me basta.

Cuando llegaron, no lo podía creer. Ese par de hembras tan bien dotadas, de pronto, de la noche a la mañana, convertidas en mis vecinas, a un lado de mi casa, que desde ese momento se convirtió para mí en una verdadera prisión por saberlas a mi lado y yo en la imposibilidad de hacer otra cosa que mirarlas, obsesiva y eróticamente: mirarlas.

Desde el día en que llegaron creo no haber hecho otra cosa que mirarlas. Si acaso interrumpía ese ritual admirativo sólo para medio comer y dormir un poco, dejaba a medias esas labores a las que la fisiología me obligaba y volvía a asomarme por una especie de ventana que me permitía indefectiblemente verlas, no perderme ni uno
solo de sus movimientos.

Es imposible mentir y dejar de confesar que a unos pocos días de la llegada de este par de virtudes corporales, yo era un enfermo enamorado que no podía hacer a un lado los sueños y las ideas eróticas. Deseaba poseerlas, no lo niego, ansiaba hacerlo; no pensaba en otra cosa que no fuera estar encima de ellas, copulando; primero sobre una, luego sobre la otra; así: de ser factible hasta la eternidad.

Me creía con tal ardiente deseo que hubiera apostado mis pobres posesiones a que tendría la fortaleza de estar en tratos carnales con las dos, al mismo tiempo, por siempre: incansablemente.

Creo que hasta perdçi peso. Me puse triste y ojeroso. Y hubo ocasiones de desventura y desesperanza en que llegué a planear el suicidio. Pero la idea, ya un poco más reposado, me pareció ridícula: ¿qué se iba a decir, en un momento dado, en las páginas de los diarios, de un burro que se quita la vida en un zoológico, al parecer por el imposible amor que sentía por las yeguas de una jaula contigua?...

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