lunes, 31 de diciembre de 2012

CANCIÓN PARA MI MUERTE

EL OTRO YO, Mario Benedetti


EL OTRO YO
Del “El otro yo”
Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los
pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable».
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.
Mario Benedetti
Música: "Canción para mi muerte" de Sui Generis.

LOS ESCRITORES Y LA INMORTALIDAD, Guillermo Piro


Hay una nouvelle de Arno Schmidt paticularmente encantadora titulada Tina o de la inmortalidad. En ella el narrador (el propio Arno, un escritor que vive malamente, un poco erudito en casi todo y un poco sexópata) es invitado por un desconocido a visitar el centro de la Tierra, al que se accede por un ascensor oculto detrás de un puesto de diarios atendido por una señora atractiva y callada llamada Tina Halein. El desconocido resulta ser Christian August Fischer, un escritor alemán de poca monta muerto en... 1829. Fischer logra convencer a Schmidt de que baje con él luego de explayarse en la descripción del estado de cosas: al morir, y en tanto y en cuanto los escritores siguen siendo mencionados en la corteza terrestre (en enciclopedias, en cartas, en discursos), viven una vida inmortal en el centro de la Tierra, donde se les permite elegir la edad en la que prefieren continuar su segunda vida y donde simplemente se alimentan de aire distribuido gratuitamente en pequeños comprimidos. Fischer explica: una vez cada veinte años, invitan a un escritor para que pase 24 horas entre sus pares difuntos para que de ese modo comprendan lo terriblemente dañino que resulta escribir libros, esperando que de ese modo abandonen la tarea y se dediquen a otra cosa más beneficiosa. En distintas épocas, el francés Julio Verne fue invitado, el danés Ludvig Holberg, el veneciano Giacomo Casanova, el alemán Ludwig Tieck..., todos los que de un modo velado terminaron cometiendo traición y escribiendo sobre el centro de la Tierra, inventando fantasías pero ocultando la verdad, que en última instancia resulta más increíble que la fantasía misma, inverosímilmente ridícula.
Hay escritores condenados para siempre a la inmortalidad, como Goethe, citado, plagiado y apelado    día a día. O el escritor más amado por Arno Schmidt, Fenimore Cooper. Arno, al verlo pasar en el cuerpo juvenil elegido por el fundador de la novela norteamericana, siente la tentación de abalanzarse sobre él para contarle que él mismo se ocupó de traducirlo y venerarlo, y que hasta escribió ensayos sobre su vida y su obra, pero Fischer consigue detenerlo a tiempo, escondiéndolo debajo de un banco de plaza: al ser Arno uno de los que mejor contribuyeron a que el nombre de Cooper siga en circulación, el norteamericano lo mataría. O al menos lo intentaría. En suma: nadie quiere vivir esa vida inmortal, todos sueñan con disolverse en la nada, que no es una forma distinta de energía sino simplemente eso, la nada. Al finalizar la jornada, Arno Schmidt vuelve a la superficie y no cumple con su promesa, contando todo lo visto y oído con lujo de detalles.
Como introducción, reconozco que es un poco larga, pero más o menos ésa es la historia que recuerdo cada vez que se muere un escritor, sin importar si es o no es de mi agrado.
Vaya como inventario fúnebre la lista de los escritores que se fueron a vivir una segunda vida al centro de la Tierra este 2012: Wislawa Szymborska, Ray Bradbury, Gore Vidal, Carlos Fuentes, Esther Tusquets, Antonio Tabucchi, Héctor Bianciotti.
No creo que vaya a ofenderse algún escritor si acaso me olvidé de su nombre. Desde donde viven ahora alimentándose de aire no pueden subir para perseguirme por difamación.

LOS ESCRITORES NO SE JUBILAN, Jorge Edwards


Decidió que era tiempo de compartir su historia, así que hace unas semanas llegó a México la primera parte de sus memorias, que lleva el título de “Los círculos morados”.
Ciudad de México- Jorge Edwards, el gran narrador chileno vivo que ha compartido su ejercicio literario con su labor diplomática -tarea que aún ejerce aunque con mucho menos ganas que en los primeros años- decidió que era tiempo de compartir su historia, así que hace unas semanas llegó a México la primera parte de sus memorias, que lleva el título de “Los círculos morados”.
Edwards, embajador de Chile en Francia, dice a EL UNIVERSAL que “Los círculos morados” es una evocación muy íntima, un retrato literario de una vida y una época.
“¿Sabe porque se llama así?, yo descubrí primero la literatura en los libros de la casa, en los libros del colegio, empecé a escribir; descubrí a los grandes autores, pero los descubrí solo, a Rimbaud, a Baudelaire, a San Juan de la Cruz, a García Lorca, a Neruda; yo no sabía quién era Neruda, un día llegó un chico a la clase y preguntó: ‘¿ustedes saben quién es Pablo Neruda?’, y entonces él leyó el primer poema de los `Veinte poemas de amor´... ‘Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos...’, era un poema tan erótico que todos quedamos iluminados y nos fuimos a leer a Neruda.
“Después conocí a algunos de los poetas de Chile, íbamos a las tabernas, muy sórdidas, en unos subterráneos, medio infernales y bebíamos vinos malos, salíamos de ahí con un círculo de color lila alrededor de la boca del vino malo, yo pensé siempre: este es el signo delator, ¿delator de qué? De que uno se pasó de la casa burguesa a la poesía, a la escritura, a la taberna infernal.
Yo tenía mucho miedo de que mi madre me sorprendiera con los círculos morados”.
Aquí relata cómo descubrió la literatura Es el tema de la salida del orden en cierto modo y la aventura, hay grandes poemas sobre el tema del orden y de la aventura en el arte, del descubrimiento de la palabra, de la salida del orden para entrar en un mundo de aventura intelectual e incluso espiritual.
¿Cuándo decidió que era tiempo de contar las memorias? Decidí que era tiempo hace tiempo, cuando tenía 15 años de edad y actué conforme con esa idea, estudié Derecho para dejar contenta a la familia, pero cuando recibí el título lo metí en un canasto y lo olvidé; ese descubrimiento es muy antiguo; pero de repente descubrí que yo podía escribir un libro que cuenta esa historia.
En el segundo voy a hablar de mi conocimiento y de mi experiencia y relación con los grandes escritores latinoamericanos que vinieron después, que conocí antes de que fueran tan famosos: Julio Cortázar, a quien conocí en la casa de Mario Vargas Llosa; Carlos Fuentes, que era un gran bailarín, era un gran trabajador pero al final del día le gustaba mucho bailar, era muy simpático, después nuestras relaciones se complicaron un poco pero tuvimos una estupenda reconciliación en París, estuvo en mi casa, poco antes de morir.
Yo pensaba “después de esta reconciliación espero tener tiempo para conversar con él, para hablar de todos estos años que han pasado que hemos estado con cierta distancia”, pero se murió.
¿Por qué el distanciamiento? Hubo cierta vacilación y cierta distancia por mi libro sobre Cuba, en ese tiempo era muy difícil ese libro, muy arriesgado.
¿Cómo evalúa esos primeros años? Los evoco como años irrepetibles, luminosos. Cuando empecé a escribir tenía un pariente escritor que ya era bastante conocido, después sacó el Premio Nacional de Literatura; se llamaba Joaquín Edwards Bello, primo hermano de mi padre.
Él estaba alejado de la familia, justamente se había alejado para escribir, en la familia se hablaba de él como “el inútil de Joaquín”, entonces cuando yo me metí en el mundo de escritor, me metí en la inutilidad, del riesgo vital, pero así lo hice.
Tenía una vieja tía que era muy baja de estatura y muy narigona, era tía abuela, muy simpática; me mostraba las tapas del libro de Joaquín, pero lo hacía casi a escondidas y me decía “tu sabías que tienes un tío escritor”.
Yo me reía. Después lo conocí y escribí una novela sobre él porque era un personaje muy misterioso para mí; era un personaje de la familia que nunca estaba, estaba muy lejos o de viaje o en un barrio de Santiago que ya no era bien visto.
¿Nunca lo llamaron “el inútil de Jorge”? Cuando comenzaba a escribir yo fui calificado por mucha gente; era un buen alumno en el colegio, era rápido, sacaba las mejores notas, creían que yo iba a ser un gran abogado, que me iba a enriquecer y cuando empecé a aparecer como escritor la gente empezó a decir, “el niño de Sergio -mi papá se llamaba Sergio- que prometía tanto y se puso tonto”.
¿Nunca se ha arrepentido de dedicarse a la literatura? No, al contrario, mi padre vivió hasta muy viejo y al final estaba un poco orgulloso de mí, lo disimulaba, cuando fui a la ceremonia de admisión a la Academia de la Lengua Chilena, mi padre a la vuelta me dijo una cosa que me pareció muy cómica, quizás él no se dio cuenta de lo cómica que era, pero me dijo: “fuiste el mejor”.
Ya había un reconocimiento paternal allí.
¿Ya trabaja el segundo volumen? No, porque estoy terminando una novela, cuando la termine me meto en el segundo volumen, me meto fuera de la embajada, eso lo juro porque el segundo volumen como va a ser un volumen con muchos personajes literarios que conocí, algunos de ellos vivos, quiero hacerlo acompañado de una relectura muy extensa de todos esos personajes, de todas esas novelas, a Neruda no necesito releerlo, pero quiero releer a Alejo Carpentier, hasta llegar al día de hoy.
Así que tengo mucho trabajo por delante. Eso es lo bueno de ser un viejo escritor, que los escritores no se jubilan.
Claro si se ponen tontos los jubilan los lectores, ellos no se dan cuenta.
¿En el segundo tomo de sus memorias aparecen escritores mexicanos? Claro, por lo menos aparecen dos, Carlos Fuentes y Octavio Paz, y algunos más como José Emilio Pacheco.
Carlos Fuentes me dijo: “No vas a escribir el segundo tomo porque hay mucha gente viva”.
Yo le dije: “No, yo sé presentar una cosa sin ofender”. Y eso es cierto. Así que voy a escribir tres.

PEDRO DE ALVARADO, EN EL COLEGIO DE SAN ILDEFONSO


Éricka Montaño Garfias
 
Periódico La Jornada
Lunes 31 de diciembre de 2012, p. 8
Y de pronto el ruido cesa. Nada más se cruzan las puertas del Antiguo Colegio de San Ildefonso desaparecen los gritos de los ambulantes que ofrecen sus mercancías capoteando a los policías, y los claxonazos de los conductores desesperados que intentan sortear el tráfico típico de esta zona y de esta temporada. El museo se convierte en refugio, y qué mejor si en ese oasis citadino puede verse una exposición; la que se presenta aquí es Forma y metáfora, una selección de la obra (1983-2012) de Pedro Diego Alvarado.
Esta muestra se inauguró en noviembre pasado y continuará hasta el 10 de marzo. En estos días el Antiguo Colegio de San Ildefonso permanecerá abierto, excepto el 1° de enero.
Forma y metáfora es la reunión de 54 obras de este artista nacido en 1956 en la ciudad de México. Las piezas, de mediano y gran formato, fueron realizadas con la técnica de óleo sobre lino. Son campos sembrados de lavanda, magueyes o vides; por ahí hay un apio y unas cebollas, nopales, jitomates, guanábanas, piñas, sandías, carambolos, limones verdes y amarillos, mandarinas, frutas y verduras que piden una mordida y que despiertan antojos. Casi se pueden oler.
Para poder digerir el caos cotidiano se necesita del silencio, y las pinturas de Pedro Diego nos otorgan ese lapso de quietud indispensable como estrategia de supervivencia, se lee, en las palabras de la crítica de arte Luz Sepúlveda, en uno de los textos que acompañan la exposición.
Además de los paisajes y los bodegones se aprecian piezas de otros temas, como Mesa de pintor (taller de Ricardo Martínez), realizado en 1983, y que es la obra de mayor edad en esta exposición. Ricardo Martínez fue uno de sus maestros.
En una entrevista publicada en este diario en 2007, Alvarado dijo: Iba a diario, casi un año; tenía mis colores y pintaba en los rincones de su taller. Fue fantástico, porque ver pintar a alguien te enseña más que la escuela. Él me daba consejos y hablábamos mucho de pintura. Me dejó muy marcado lo dicho por Cézanne, que el gran maestro del pintor es la naturaleza.
También fue alumno de Henri Cartier-Bresson (hay un cuadro hermoso de la vista del jardín de las Tullerías desde la casa de Bresson), Gilberto Aceves Navarro, Kati Horna y del pintor nicaragüense Armando Morales.
Pedro Diego Alvarado es nieto de Diego Rivera, y su tío es el grabador Carlos Alvarado Lang. Ha expuesto su obra en ciudades de México, Estados Unidos y Francia.
Como actividades complementarias a la exposición se realiza el taller Forma y metáfora al cubo (se reanudará el 5 de enero) dirigido al público en general, de martes a viernes (previa reservación y a partir del 2 de enero). Las visitas escolares con taller y los recorridos guiados por la exposición se reanudarán en la misma fecha.
Mayores informes: sanildefonso

PEDRO DIEGO DE ALVARADO, OBRAS


El Colegio de San Ildefonso alberga las obras del artista
Forma y metáfora, muestra de Pedro Diego Alvarado, un refugio citadino
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Una de las salas donde se exhibe la selección de obras del pintor Pedro Diego AlvaradoFoto Luis Humberto González

Éricka Montaño Garfias

QUSIERA ESCRIBIR COSAS COLOR DE ROSA, PERO...:Elmer Mendoza



 
Periódico La Jornada
Lunes 31 de diciembre de 2012, p. 7
A propósito de su novela más reciente, Élmer Mendoza manifiesta a La Jornada: Soy un escritor realista; siempre termino ocupándome de algo vinculado con los problemas de mi país. La verdad, ya quisiera escribir cosas rosas, pero la realidad es muy fuerte.
En su libro Nombre de perro(Tusquets), el protagonista Édgar, el Zurdo Mendieta, investiga la ola de asesinatos de dentistas y termina sumergido en las redes del narcotráfico.
Autor de La prueba del ácido yBalas de plata, Mendoza explica que desde hace 50 años mantiene una relación emocional con el tema del narcotráfico y sus obras reflejan lo que ha visto. Sin embargo, su percepción sobre los narcos y la violencia ha cambiado.
“La violencia actual, pienso que no tiene que ver con mi escritura. Es un fenómeno con el que he convivido muchísimos años, dije 50, a lo mejor son más. Esto me da una perspectiva de una relación con el tema probablemente distinta a la de los que escriben impresionismo de lo que sucede; así, debo soportar los calificativos denarcoescritor, narconovela, aunque piense que mis novelas tienen más cosas que el tema.”
Élmer Mendoza considera que el narcotráfico se ha afinado; comenzó como un negocio de cierto riesgo, luego requirió una dosis de violencia, de toma de posesión y defensa de territorios hasta lo que hoy es: un gran negocio con un saldo mortal demasiado alto.
“He visto en la prensa –señala– que se han cometido más delitos, pero siempre se han cometido muchos que no se han juzgado, mucho menos castigado. El cambio puede ser eso, que hay una focalización del delito, el más cierto, el más puntual, y también creo que hay un incremento en la crueldad en el tráfico de personas y la prostitución infantil, que son también fuertes. Parece que el narcosigue funcionando, no tranquilamente, pero sí abasteciendo el mercado con puntualidad.”
Respecto del auge de la literatura sobre el narcotráfico y la violencia que genera, el escritor asegura que dentro de la novela negra existe un grupo de autores mexicanos y latinoamericanos que han creado obras actuales.

Nombre de perro es el título de su novela más reciente, publicada por Tusquets
Quisiera escribir sobre cosas rosas, pero la realidad es muy fuerte: Élmer Mendoza
Con la guerra al narcotráfico nada se ha resuelto, sólo creció el número de muertos, asevera
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Élmer Mendoza en la colonia Condesa, con la portada ampliada de su libroFoto María Luisa Severiano
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“Hacemos –indica Mendoza– una novela de nuestro tiempo, con más intenciones que contar una historia, desarrollar una estética, una forma que marque y atestigüe la evolución de un género, y lo estamos consiguiendo.
“Nuestras novelas ya no son descalificadas a priori; son policiacas, llegan a los lectores y despiertan el interés de la crítica.”
A Élmer Mendoza le gusta utilizar el lenguaje de la calle en sus novelas, es parte de su personalidad, y los lectores saben que pueden encontrar en sus historias expresiones conocidas. El lenguaje, sostiene, informa sobre la evolución de un pueblo, cómo es su cultura, cómo nombran las cosas.
El lenguaje tiene mucho que ver con mi yo escritor. El manejo del lenguaje de la calle es la parte auténtica que tengo y con el trabajo requerido puedo crear buenas líneas. Es un ejercicio que me encanta, añade.
En Nombre de perro relaciona a los jefes del narco con el poder político y policiaco; critica la guerra contra el narcotráfico, pues cree que nada se ha resuelto.
El ex presidente apostó demasiado a la guerra; es espectacular la gente relacionada con la violencia. Todavía antes de dejar el poder, pensaba que lo hizo bien, que ejerció una política adecuada. Mi percepción es que no resolvió nada; lo único que hicieron fue aumentar el número de muertos.
A través del detective el ZurdoMendieta describe los pactos, las traiciones y las venganzas en el mundo del narcotráfico.
La nueva novela sobre el ZurdoMendieta tiene como eje la venganza, porque al autor le interesó adentrarse en los motivos de las personas para vengarse; qué deudas vale la pena cobrar y cuánto tiempo tiene que pasar para que prescriban, y si no prescriben, por qué.

MORENA MÍA

domingo, 30 de diciembre de 2012

EL ALMOHADÓN DE PLUMAS, Horacio Quiroga



Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. El, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía no poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia paso todo el otoño. No obstante había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de su marido. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó muy lento la mano por la cabeza, y A1icia rompió enseguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aun quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni pronunciar una palabra.
Fue ese del último día en que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole cama y descanso absolutos.
-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de la calle con la voz todavía baja-. Tiene una gran debilidad que no me explico. Y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme en seguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable, Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muere. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin que se oyera a el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, deteniéndose un instante en cada extremo a mirar a su mujer.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
- ¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia lanzó un alarido de horror.
- ¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola por media hora, temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella sus ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor, mientras ellos pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio, y siguieron al comedor.
-Psí... -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... Poco hay que hacer.
-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en subdelirio de anemia, agravado de tarde, pero remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas oleadas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama ni en que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaban ahora en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama, y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban
 fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el sordo retumbo de los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, cuando entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente y se dobló sobre aquél. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco
 que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
-Levántelo a la luz -le dijo Jordán. La sirvienta lo levantó pero en seguida lo dejó caer y se quedó mirando a aquí, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
-¿Qué hay? -murmuró con voz ronca.
-Pesa mucho -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandos. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchada que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón sin duda había impedido al principio su desarrollo; pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlo en los almohadones de plumas.
Horacio Quiroga
de Cuentos de amor de locura y de muerte

EL RETRATO OVAL, Edgar Alan Poe



El castillo en el cual mi criado se le había ocurrido penetrar a la fuerza en vez de permitirme, malhadadamente herido como estaba, de pasar una noche al ras, era uno de esos edificios mezcla de grandeza y de melancolía que durante tanto tiempo levantaron sus altivas frentes en medio de los apeninos, tanto en la realidad como en la imaginación de Mistress Radcliffe.

Según toda apariencia, el castillo había sido recientemente abandonado, aunque temporariamente. Nos instalamos en una de las habitaciones más pequeñas y menos suntuosamente amuebladas. Estaba situada en una torre aislada del resto del edificio. Su decorado era rico, pero antiguo y sumamente deteriorado. Los muros estaban cubiertos de tapicerías y adornados con numerosos trofeos heráldicos de toda clase, y de ellos pendían un número verdaderamente prodigioso de pinturas modernas, ricas de estilo, encerradas en sendos marcos dorados, de gusto arabesco.

Produjerónme profundo interés, y quizá mi incipiente delirio fue la causa, aquellos cuadros colgados no solamente en las paredes principales, sino también en una porción de rincones que la arquitectura caprichosa del castillo hacia inevitable; hice a Pedro cerrar los pesados postigos del salón, pues ya era hora avanzada, encender un gran candelabro de muchos brazos colocado al lado de mi cabecera, y abrir completamente las cortinas de negro terciopelo, guarnecidas de festones, que rodeaban el lecho. Quíselo así para poder, al menos, si no reconciliaba el sueño, distraerme alternativamente entre la contemplación de estas pinturas y la lectura de un pequeño volumen que había encontrado sobre la almohada y que trataba de su crítica y su análisis.

Leí largo tiempo; contemplé las pinturas religiosas devotamente; las horas huyeron, rápidas y silenciosas, y llegó la media noche. La posición del candelabro me molestaba, y extendiendo la mano con dificultad para no turbar el sueño de mi criado, lo coloqué de modo que arrojase la luz de lleno sobre el libro. Pero este movimiento produjo un efecto completamente inesperado. La luz de sus numerosas bujías dio de pleno en un nicho del salón que una de las columnas del lecho había hasta entonces cubierto con una sombra profunda. Vi envuelto en viva luz un cuadro que hasta entonces no advirtiera.
Era el retrato de una joven ya formada, casi mujer. Lo contemplé rápidamente y cerré los ojos. ¿Por qué? no me lo expliqué al principio; pero, en tanto que mis ojos permanecieron cerrados, analicé rápidamente el motivo que me los hacía cerrar. Era un movimiento involuntario para ganar tiempo y recapacitar, para asegurarme de que mi vista no me había engañado, para calmar y preparar mi espíritu a una contemplación más fría y más serena. Al cabo de algunos momentos, miré de nuevo el lienzo fijamente.
No era posible dudar, aun cuando lo hubiese querido; porque el primer rayo de luz al caer sobre el lienzo, había desvanecido el estupor delirante de que mis sentidos se hallaban poseídos, haciéndome volver repentinamente a la realidad de la vida.

El cuadro representaba, como ya he dicho, a una joven. Se trataba sencillamente de un retrato de medio cuerpo, todo en este estilo, que se llama, en lenguaje técnico, estilo de viñeta; había en él mucho de la manera de pintar de Sully en sus cabezas favoritas. Los brazos, el seno y las puntas de sus radiantes cabellos, perdianse en la sombra vaga, pero profunda, que servía de fondo a la imagen. El marco era oval, magníficamente dorado, y de un bello estilo morisco. Tal vez no fuese ni la ejecución de la obra, ni la excepcional belleza de su fisonomía lo que me impresionó tan repentina y profundamente. No podía creer que mi imaginación, al salir de su delirio, hubiese tomado la cabeza por la de una persona viva.

Empero, los detalles del dibujo, el estilo de viñeta y el aspecto del marco, no me permitieron dudar ni un solo instante. Abismado en estas reflexiones, permanecí una hora entera con los ojos fijos en el retrato. Aquella inexplicable expresión de realidad y vida que al principio me hiciera estremecer, acabó por subyugarme. Lleno de terror y respeto, volví el candelabro a su primera posición, y habiendo así apartado de mi vista la causa de mi profunda agitación, me apoderé ansiosamente del volumen que contenía la historia y descripción de los cuadros.

Busqué inmediatamente el número correspondiente al que marcaba el retrato oval, y leí la extraña y singular historia siguiente:

"Era una joven de peregrina belleza, tan graciosa como amable, que en mal hora amó al pintor y, se desposó con él.

"El tenía un carácter apasionado, estudioso y austero, y había puesto en el arte sus amores; ella, joven, de rarísima belleza, todo luz y sonrisas, con la alegría de un cervatillo, amándolo todo, no odiando más que el arte, que era su rival, no temiendo más que la paleta, los pinceles y demás instrumentos importunos que le arrebataban el amor de su adorado. Terrible impresión causó a la dama oír al pintor hablar del deseo de retratarla. Mas era humilde y sumisa, y sentóse pacientemente, durante largas semanas, en la sombría y alta habitación de la torre, donde la luz se filtraba sobre el pálido lienzo solamente por el cielo raso.

"El artista cifraba su gloria en su obra, que avanzaba de hora en hora, de día en día.

"Y era un hombre vehemente, extraño, pensativo y que se perdía en mil ensueños; tanto que no veía que la luz que penetraba tan lúgubremente en esta torre aislada secaba la salud y los encantos de su mujer, que se consumía para todos excepto para él.

Ella no obstante, sonreía más y más, porque veía que el pintor, que disfrutaba de gran fama, experimentaba un vivo y ardiente placer en su tarea, y trabajaba noche y día para trasladar al lienzo la imagen de la que tanto amaba, la cual de día en día. tornábase más débil y desanimada. Y, en verdad, los que contemplaban el retrato, comentaban en voz baja su semejanza maravillosa, prueba palpable del genio del pintor, y del profundo amor que su modelo le inspiraba. Pero, al fin, cuando el trabajo tocaba a su término, no se permitió a nadie entrar en la torre; Porque el pintor había llegado a enloquecer por el ardor con que tomaba su trabajo, y levantaba los ojos rara vez del lienzo, ni aun para mirar el rostro de su esposa. Y no podía ver que los colores que extendía sobre el lienzo borrábanse de las mejillas de la que tenía sentada a su lado. Y cuando muchas semanas hubieron transcurrido, y no restaba por hacer más que una cosa muy pequeña, sólo dar un toque sobre la boca y otro sobre los ojos, el alma de la dama palpitó aún, como la llama de una lámpara que está próxima a extinguirse. y entonces el pintor dio los toques, y durante un instante quedó en éxtasis ante el trabajo que había ejecutado; pero un minuto después, estremeciéndose, palideció intensamente herido por el terror, y gritando con voz terrible:

"-¡En verdad esta es la vida misma!- Volvióse bruscamente para mirar a su bien amada, ... ¡estaba muerta!". 

MÁS IGNORANCIA POÉTICA, Juan Domingo Argûelles


Juan Domingo Argüelles
Más ignorancia poética
Si en la escuela elemental y secundaria se enseñara metodología de la lectura, y si en estos niveles escolares se abrieran los espacios para leer y comprender la poesía y, en general, el idioma español y sus peculiaridades sonoras, rítmicas, sintácticas, semánticas, gramaticales, imaginativas, metafóricas, etcétera, nadie, absolutamente nadie que haya estudiado las nociones elementales del español, le pondría por nombre Mónica a su hija si su apellido paterno es Garza o Gómez, mucho menos haría un compuesto de nombres propios como Alma Marcela.
Los padres les imponen esos nombres a sus hijos porque no se detienen a pensar ni un momento en la mezcla explosiva que han conseguido. Las anfibologías, los nombres chuscos, los compuestos involuntariamente albureros y soeces que desgracian la vida de quienes tienen que sobrellevar dichos nombres, no son otra cosa que producto de la ignorancia poética, de la falta de experiencia y malicia para leer el idioma y comprender sus connotaciones.
Hay que imaginar con qué ilusión los padres nombran a sus hijos (porque les parece algo muy original, porque los quieren distinguir de otros con un sustantivo propio muy evocador, etcétera), y todo para que, al final, acaben construyendo una procacidad que a veces no advierten sino muchísimo tiempo después y especialmente cuando ya todo el mundo se ha burlado de ellos.
Pero esto no debería sorprendernos en los padres de familia, que son hijos de un sistema educativo que no tiene tampoco la más remota noción de las anfibologías y los juegos de palabras involuntarios, pues este mismo sistema educativo, al nombrar una prueba muy famosa la denominó enlace, que son las siglas de Evaluación Nacional del Logro Académico en Centros Educativos. Si quienes la nombraron así hubiesen tenido una mínima noción del idioma español, hubieran sabido que entre el Logro Académico y el Ogro Académico no hay mucha diferencia, por lo cual debieron evitar a toda costa el término “logro”. (¿Por qué no éxito, por qué no beneficio, por qué no aprovechamiento y otros tantos sinónimos? Muy simple: porque no le pensaron.) Es sabido que Colombia se enorgullece de su oro prehispánico, y que tiene todo un museo para celebrar lo que llama “El Oro de Colombia”, y es conocida la anécdota de que un colombiano muy hablador se convierte, gracias al ingenio de quienes sí saben del idioma, en “El Loro de Colombia”. Entre el oro y el loro no hay casi diferencia homófona.
Nuestras generaciones antipoéticas que ignoran el poder del idioma y sus peculiaridades son capaces de imponer a sus hijos nombres como los siguientes: Aniceto (apellidado Prieto), Alma (Martínez, de apellido paterno), Zoyla (apellidada Cerda), Rosa (Melo, de apellido paterno), Alan (apellidado Merlos), Verónica (de apellido Castro) y hasta Salomé (Terán, de apellido paterno) que va más allá del chascarrillo porque, efectivamente, hay más de una Salomé que se apellida Terán.
Eufonía (agradable sonoridad de la acertada combinación de los elementos acústicos de las palabras) y armonía semántica (la semántica se refiere a la significación de las palabras) no son cosas que se enseñen en las escuelas, y las personas padecen nombres horribles (sin eufonía) con significados espantosos producto de la pésima combinación de las palabras que dan por significado una aberración lingüística.
Para quienes creen que la poesía sirve para muy poco, habrá que decirles que sirve al menos para tener conciencia de que –como lo escribió Rosario Castellanos enPoesía no eres tú– “la palabra tiene una virtud:/ si es exacta es letal/ como lo es un guante envenenado”.
Le hemos puesto tan poca atención al idioma y a la poesía en los centros escolares que las generaciones antipoéticas se multiplican y se dan a conocer no sólo porque dicen que “no entienden” la poesía, sino porque, aun sin decirlo, es obvio que no la entienden, puesto que son capaces de construcciones verbales tan evidentemente antipoéticas que hasta la aclaración resulta innecesaria.
Incluso una buena parte de la narrativa más exitosa está llena de prosa antipoética, no de modo deliberado sino accidental, y esto es porque muchos narradores han olvidado que los grandes escritores, maestros del idioma y autores de novelas y cuentos magistrales, solían leer poesía y aspiraban a que su escritura no se quedara en lo prosaico.
Es necesario insistir en que la poesía regrese a las escuelas, puesto que será mucho más difícil que los maestros y los alumnos regresen a la poesía.

DIEZ CUENTWITTERS, Enrique Héctor González


Diez cuentwitters
Enrique Héctor González
Hermano menor (si ello es posible) del cuento breve, primo de la minificción, camarada del cuento súbito, el cuentwitter topa en 140 caracteres y es una forma que, dadas las nuevas reglas de la comunicación inmediata, pronto cobrará carta de naturalización. He aquí diez muestras de esta nueva versión de la narrativa vertiginosa.
Amor a primera pista
La vio lento –labio lento: la violentó.
Sinestesia funcional
El que tenga oídos para ver… que se las huela.
Espacio disponible
Tú escribe el cuento. Quien lo lea, jamás notará la diferencia.
Cotorreo
No me hagan caso: yo sólo hablo por instinto de conversación.
Discreción
No quiero que pienses en tu madre cada que cogemos: mi papá se pone celoso.
Historia del hombre que tenía sólo un testículo
Uno siempre vive de esperar algo. Eso parece inevitable. Él se quedó esperando que le creciera el otro.
Me(ga)lomanía
Cuando se trata verdaderamente de música, no eres tú el que la escucha: es ella la que te escucha a ti.
Ley de vida
Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve en las piernas de otro.
Epitafio
El humor fue su máscara más cara.
Mirror
Miro mi horror.

EL MËXICO DE IVÁN OROPEZA, Ana Paula Pintado

El México de Iván Oropeza



Ana Paula Pintado 

Familia mexicana de la Montaña alta de Guerrero. Foto: juanpancho/ Flickr
La primera palabra que aprendió del español fue “no”. Desde muy pequeño, Iván Oropeza Bruno, casi siempre acompañado de sus primos, salía al monte a cazar, a recolectar leña o a pastar los chivos; pero era peligroso pues podían aparecerse losmbòo màxiin, es decir, los hombres de verde, los que hacían muchas preguntas, los soldados. De ahí que su abuela le enseñó a que su respuesta siempre debía ser no. Ya más grande, su abuelo le dio otro consejo: ser astuto al responder las preguntas de cualquier persona que no perteneciera a su comunidad. Ser rápido, ágil y osado. Iván aprendió con gran destreza el arte de la defensa con palabras, el arte de responder sólo lo necesario, de no mostrar miedo y de zafarse ante cualquier situación peligrosa.
Cuenta Iván que una tarde, de regreso a su casa, habiendo cazado veinte pájaros carpinteros y un conejo, aparecieron los hombres de verde. Como siempre, hicieron preguntas: “¿A dónde vas con tantos pájaros?, ¿qué no sabes que están en peligro de extinción? A lo cual él de inmediato respondió: “Es nuestra comida, si no me los llevo, mi familia es la que va a estar en peligro de extinción.” Los soldados se rieron y él se graduó en el arte de la sobrevivencia.
Como todos los pueblos indígenas de nuestro país, los me’pháá, como ellos se autodenominan, aunque nosotros los llamemos tlapanecos, conocen su entorno, lo respetan y lo cuidan…“Y es que la gente no sabe que nosotros sabemos cuándo cazar, porque no se caza en cualquier temporada. Por lo regular lo hacemos en temporada de lluvia, cuando hay más vida, cuando hay abundancia.” Refiriéndose al comentario de “peligro de extinción”.
Iván es de La Unión de las Peras, una lejana comunidad de la Montaña de Guerrero donde habitan trescientos me’pháá; sin embargo, los días de fiesta se reúnen hasta ochocientos. Se dicen hermanos todos aquellos que hablan el me’pháá; el resto son extraños.
En su escuela aprendió que su lengua, el me’pháá, no se debía hablar. Cada vez que lo hacían, él o alguno de sus compañeros, recibían un reglazo en la mano. A pesar de ello, Iván no se dio cuenta de lo que realmente significaba ser me’pháá en México (su país) hasta que un buen día su abuela, en una de sus idas a comprar la despensa, lo llevó a Tlapa. Después de un trayecto de dos largos días caminando, se encontró con un nuevo mundo lleno de gente, no sólo de esa ciudad, sino de todas las comunidades de la región de la montaña de Guerrero. Allí fue cuando, por primera vez, escuchó la palabra “indio”. Sucedió en el momento en el que su mirada se puso sobre un estéreo alpine, allí, con su español –aprendido de la abuela y otro poco en la escuela– preguntó al tendero cuánto costaba el alpine, a lo que éste le respondió: “No es alpíne, ¡indio!, es alpain.
“Se supone que, como mi abuela no quería que sufriera, me enseñó español, pero erasu español”, dice Iván. Allí se dio cuenta que había distintas maneras de expresarse en esa lengua y que para que no lo tacharan de “indio” debía aprenderla tal y como los mestizos la hablan. Sin embargo, “si vienes con huaraches y morral, y aunque hables bien el español, cuando bajas de la montaña hueles a humo. A la gente de ciudad no les gusta ese olor y se te queda viendo raro”.
Pero ese no fue el choque más fuerte, sino el que surgió cuando se fue a estudiar la secundaria a Chilpancingo. Su maestra de la primaria, Gaudencia, lo convenció que saliera a estudiar. Así, con el apoyo de su padre y de sus abuelos, salió de su comunidad y llegó el día que esperaba con tanta emoción: su primer día de clases. Cuando entró al salón descubrió que era la clase de inglés, lengua que él aún no aprendía. Unos minutos después de que empezara la clase, el maestro se dirigió a él y le pidió que leyera un texto. Él no tuvo más remedio que leerlo de acuerdo a la fonología del español. Rápidamente se empezaron a escuchar las risas de sus compañeros. Iván quiso detener su lectura, pero el maestro no lo dejó, prosiguió hasta que no lo soportó más; cerró el libro de golpe y se levantó. El maestro lo detuvo y le preguntó de dónde era, Iván le respondió y el maestro dijo: “Ah, entonces ¿eres indígena?”
A raíz de ese incidente sus compañeros no dejaron de molestarlo. “A la hora de la salida me golpeaban, recuerdo que yo sólo tomaba mi mochila y me ponía en posición fetal para protegerme.” Por primera vez Iván no fue un buen estudiante; el padre le reclamaba, pero él jamás le confesó la razón, era demasiado dolorosa.
Poco a poco fue encontrando gente que lo apoyó en su camino: Rafa, al que todos le tenían miedo pues era un tipo grandote. Mientras Iván le ayudaba a estudiar, Rafa lo protegía. También su maestro el Toro que un día pidió que dijeran los nombres de tres poetas latinoamericanos y el único que respondió fue Iván. Desde ese momentoel Toro le daba libros a leer y le repetía una y otra vez: “No importa lo que te pase, tú tienes que venir.” Iván no volvió a decir nunca que era indígena, pues “no conviene si quieres salir adelante”.
Estas vivencias le provocaron sueños perturbadores, y es que se había enfermado del alma. En una ocasión soñó con su difunto primo Cristóbal, a quien quiso mucho. Iván se encontraba jugando sobre una loma muy lodosa, mientras su primo estaba sobre un pasto muy verde. Iván le decía: “Primo, quiero estar contigo porque aquí me ensucio.”
Su abuelo decidió cambiarlo, lo llevó a un cerro y lo cambió por otro animal. Y es que los me’pháá, como muchos otros pueblos indígenas, nacen con un animal compañero, que los acompaña a lo largo de sus vidas.
Como carrera estudió Lingüística en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Nunca imaginó el alcance que iba a tener, pues aprender una lengua es comprender los profundos significados de un pensamiento.
Hoy día Iván trabaja para promover el fortalecimiento de las lenguas indígenas. Pertenece a una asociación que él mismo fundó: Antropología en Lingüística Aplicada. Su organización busca involucrarse con el sistema educativo indígena, desde el contenido hasta la organización. Por ejemplo, capacita a los maestros bilingües para que adapten sus programas al contexto de la comunidad en donde se encuentran. Se les insiste mucho en que hagan trabajar en equipo a sus alumnos, pues es parte trascendental de la cultura indígena resolver los problemas en comunidad. “Nuestros padres nos enseñan que se debe trabajar en comunidad, pero llegas al salón de clases y lo primero que te dicen es ‘siéntense por hileras y hagan este trabajo solos’. Nosotros hablamos con los maestros para que no dejen su lengua, y que desde la lengua expliquen conceptos que vienen en los textos educativos en español”, pues lo entienden mejor. Como aquel día que un maestro estaba desesperado porque sus alumnos me´pháá no lograban entender qué es la fotosíntesis. Iván le decía que lo explicara en su lengua y así, un día, desesperado, lo hizo. La respuesta de los alumnos fueron carcajadas y un “no manche maestro, si eso ya lo sabíamos”. Desde siempre lo sabían, desde pequeños, mientras pastaban chivos o recolectaban leña.
De igual manera explica que los libros no deben escribirse en una sola variante, puesto que para unos un vocablo significa tamal y para otros es la parte íntima de la mujer.
En muchas regiones indígenas de la República Mexicana, los maestros llegan a dar clases el martes y se van el jueves. Entre más lejos esté una comunidad, peor es el maestro, pues lo utilizan como un castigo al mal profesor. Como sabemos, los maestros están muy politizados y continuamente están en manifestaciones y reuniones políticas. Para los días festivos, si cae en martes, el maestro se toma toda la semana. Resulta casi milagroso que alguien como Iván, habiendo estudiado en tal precariedad, haya llegado hasta donde está. Inclusive ahora que existen las universidades interculturales, Iván las cuestiona: “Deberían ser para los mestizos, pues nosotros sí sabemos qué es la interculturalidad. ¿Para qué nos enseñan algo que ya sabemos?” Y es cierto, en México aún no nos reconocemos como país pluricultural.
Iván es una persona comprometida con su comunidad y cree que el conocimiento que él ha adquirido debe transmitirlo a otras comunidades: “Mi abuelo me decía que ‘desde donde estés, desde tu trinchera, tienes que aportar algo.’ Nosotros hemos crecido en esta cultura del esfuerzo, de que nada se nos va a regalar, tenemos que trabajar mucho para lograr lo que queremos. Tienes el jumá (el pensamiento) y tienes estas manos que no son tuyas (los dedos son los hijos de tu mano), pero ellas te van a permitir ser algo en esta vida (las manos y sus hijos). Y afirma: “Queremos caminar junto con el Estado para buscar un progreso dentro de nuestra nación. Queremos trabajar hacia el reconocimiento de la gran riqueza que tienen nuestros pueblos. Si todos los mexicanos supiéramos algo sobre el conocimiento 

EL INFIERNO SEGÚN STRINDBERG, Omar Alain Rodrigo

El infierno según
Strindberg
Omar Alain Rodrigo
Nacido con la nostalgia del cielo, ya de niño derramé
lágrimas por la suciedad de esta cochina existencia,
sintiéndome extraño y sin patria en medio de mi
familia y de la sociedad en que vivía. Desde mi
niñez he buscado a Dios, pero sólo he
encontrado al diablo.

Strindberg
Strindberg, autorretrato, entre 1892 y 1893.
Foto: Biblioteca Nacional de Suecia, colección de manuscritos

August Strindberg muere de cáncer un 14 de mayo, reconciliado con la vida y adorado por toda su nación. Más que una despedida, su sepelio fue un encuentro multitudinario de 60 mil almas unidas para rendir homenaje y reconocer la genialidad creadora del más grande de los escritores suecos. De sensibilidad extrema y aguda inteligencia, incomprendido, rebelde frente a las injusticias y poseído desde niño por ideas alucinantes, su sufrimiento prematuro atiza el fuego que iluminará la creación de una obra descarnada, corrosiva, tenebrosa, brutal, lúcida y reveladora. Impresionante legado que ya forma parte de la literatura universal. En su obra dramática resplandecen todo tipo de géneros y estilos; tragedias naturalistas, obras poéticas, teatro fantástico, comedias de boulevard, obras oníricas y expresionistas, simbolistas, dramas históricos y obras de cámara para un teatro íntimo. Es en este teatro íntimo e intimidatorio donde Strindberg despliega su máximo potencial dramático, utilizando como arsenal sus propias vivencias; encrucijadas, nudos y torceduras de una existencia azotada por angustias, combates, delirios, traiciones y venganzas. Su obra autobiográfica es un compendio que incluye su teatro más famoso y representado como Señorita JuliaAcreedoresLa sonata de los espectrosEl padreEl pelícano yLa más fuerte; abarca también las novelas que dan cuenta de su historia, su dolor constante y su supuesta locura, desde Hijo de sirvienta hasta Alegato de un loco eInfierno. Diagnosticado como esquizofrénico, padecimiento equiparado a la locura en aquella época, el autor explora su propia enfermedad con manifestaciones más o menos diferentes en los personajes más emblemáticos de sus obras; la neurosis enSeñorita Julia, la paranoia en La más fuerte, el delirio de persecución de la madre enEl pelícano, hasta la supuesta locura del capitán en El padre. La enfermedad mental es una marca distintiva en la construcción de sus personajes protagonistas y por eso serán castigados, confinados y orillados a la muerte.
Infierno y Alegato de un loco, sus novelas más terribles, son el alarido de un ser torturado que se retuerce tratando de encontrar sentido a su dolor. Infiernofue escrita en 1896 en medio de una de sus peores crisis después del divorcio de su segunda mujer, en ella quedan al descubierto todas sus fobias, obsesiones y delirios; “potencias indeterminadas” que lo acosan, “enemigos electricistas” que intentan asesinarlo, diablos con cabeza de macho cabrío caminando como transeúntes y demás creaciones y transfiguraciones. El infierno de Strindberg tan temido y tan deseado, es su propia conciencia imponiendo penitencias y castigos a diestra y siniestra, como un ritual purificador para lavar sus culpas y alcanzar así la paz y el consuelo de su alma atormentada. “Este libro es el del gran desorden y el de la coherencia infinita. He aquí mi Universo, como yo lo he creado, como se me ha manifestado.” En el lapso de un año (1887-1888), Strindberg escribe El padre, Alegato de un loco, Señorita Julia, Acreedores y La más fuerte, cinco de sus más grandes obras, las cuales le darían fama y reconocimiento mundial. La crisis de su primer matrimonio fue el motor que impulsó la creación de estas obras intimistas que planteaban una lucha encarnizada por el poder entre el hombre y la mujer. Su primera esposa, Siri Von Essen, había intentado conseguir de un médico una declaración de incapacidad mental y Strindberg estaba convencido de que ella quería eliminarlo recluyéndolo en un manicomio. El padre, obra de construcción dramática impecable y poética terrible, narra esta etapa de su vida: el personaje es derrotado por su mujer y condenado por toda la familia; su demencia es avalada por un médico especialista y un religioso de siniestra moral. Mientras tanto el autor se libraba del manicomio gracias al apoyo de los artistas e intelectuales más encumbrados de toda Europa.Alegato de un loco, conocida como Autodefensa, es también una denuncia de la agresión de la que fue objeto, e instrumento para defenderse de la “locura” de los otros: “La justa necesidad de lavar mi cadáver antes de que fuese encerrado para siempre en el ataúd.” En Genio artístico y locura, Karl Jaspers concluye que el enfermo es artista en virtud de su talento y no de su enfermedad, en otras palabras: Strindberg no fue genial por ser esquizofrénico.

Escenas de El infierno de Strindberg
El “universo strindberiano”, los conflictos de su vida convertidos en literatura, es un catálogo de temas obsesivos y personajes femeninos empeñados en la destrucción del hombre: el matrimonio como un escenario de locura donde se entabla una guerra sucia por el poder; lucha de clases, de sexos y de cerebros atormentados, seres humanos transfigurados en fantasmas, vampiros o demonios que provocan muerte y destrucción. Crímenes perfectos y “asesinatos psíquicos” como el de Laura en El padre, el de Tekla en Acreedores o el de la madre en El pelícano. Grandes personajes cuya señalada misoginia se hace patente. Él mismo se representa atrapado en una camisa de fuerza en El padre; es ahí donde la genialidad y el ímpetu de su espíritu se manifiestan con mayor intensidad. Este es su mejor personaje. El hombre, martirizado, buscando su propia redención.
La importancia de Strindberg no radica solamente en la indiscutible calidad de una dramaturgia renovadora, insolente y desgarrada; es también un revolucionario de la escena y con sus compañías Teatro Experimental de Strindberg y Teatro Íntimo, combate las formas desgastadas de representación y propone una actoralidad basada en la verdad y en la intimidad entre el público y el actor. Artista completo, pintor y fotógrafo, estudioso de la música, las ciencias políticas y la estética, emprende incursiones en el ámbito de la medicina, la química, la alquimia y el ocultismo, intentando con fervor develar los misterios de la vida y de su propia existencia. En 1895 conoce a Paul Gauguin en los círculos artísticos de París y un año después disfruta de una larga temporada en compañía de Edvard Munch –tiempo atrás este afamado pintor había retratado al controvertido dramaturgo. Con su amigo y promotor, Friedrich Nietzsche, mantiene una intensa correspondencia y comparte la idea del “superhombre” y el desprecio hacia la mujer. El filósofo fue el primero en celebrar la grandeza contenida en El padre: “La guerra como motivo y el odio profundo entre los sexos como ley fundamental hacen de este texto una obra espléndida.” August Strindberg es considerado padre del teatro moderno, su influencia en el teatro del siglo XX es determinante. O’Neill, Pirandello y O’Casey reconocen su delirante talento. Tennessee Williams fue su más ferviente admirador, lo estudia desde el colegio, durante su vida y de manera muy intensa antes de morir. Es posible que la neurosis y la supuesta locura de Blanche du Bois hayan sido alimentadas por Señorita Julia y El padre. Frank Kafka afirmó que Strindberg había ganado la genialidad de su obra a “fuerza de puñetazos”. Transformar su sufrimiento en arte fue su mejor remedio para espantar la locura y alcanzar la paz.
Sean O’Casey, escribió: “Strindberg, Strindberg, Strindberg, el más grande de los dramaturgos, trae llamas de los planetas vivos y las estrellas fijas.” O’Neill lo llamó “precursor de toda modernidad en nuestro teatro actual”. Ibsen dijo a un visitante: “He ahí a alguien que será más grande que yo: August Strindberg.”
Las edades de oro del teatro. Macgowan y Melnitz
A finales de 1907, Strindberg inaugura su Teatro Íntimo con El pelícano, la puesta en escena no tuvo el éxito esperado y las dificultades se hicieron presentes en este nuevo intento por tener un espacio donde representar sus obras. Estos últimos años de su vida, para su fortuna, habita una pensión atendida por los padres de una joven actriz llamada Fanny Falkner, quien le brinda compañía y esmerada atención. En 1910 recibe un gran homenaje nacional. Sin embargo, el 11 de diciembre del siguiente año tiene que cerrar las puertas de su teatro y lo hace con las obras que le dieron fama en toda Europa: El padre y Señorita Julia. Ese mismo año logra vender los derechos de sus obras completas y reparte esa fortuna entre sus tres hijos y su odiada y admirada Siri Von Essen. Un año después muere de cáncer en el estómago.
August Strindberg nació en Estocolmo un 22 de enero y se partió en dos pedazos al tomar conciencia de su origen; hijo de un noble arruinado y su sirvienta, no pudo asimilar la diferencia de clases entre sus progenitores y eso provocó una profunda incisión en su personalidad. La severidad del padre y la religiosidad desmedida de su madre fueron estructurando su noción de pecado-culpa y castigo. El niño vivió fragmentado, como la geografía de su natal Estocolmo, y las rupturas subsecuentes en su vida convirtieron al hombre en pedacería de un rompecabezas imposible de armar. Hijo de sirvienta es su novela más conmovedora; en ella comparte el dolor de su infancia, la sensación de no pertenecer a nada y a nadie, el sentimiento de ser él un solo universo, la incomprensión del mundo que lo rodea y la necesidad de encontrar un Dios que lo proteja y brinde consuelo a su alma lastimada. El hombre continuará su viacrucis buscando a Dios en forma desesperada, involucrándose en distintos credos y religiones, renegando también como un ateo, desafiando a Dios y tentando al diablo. Antes de morir pidió que en su tumba lo acompañara una leyenda de Crímenes y crímenes. Sobre una cruz negra de madera se lee una inscripción dorada en latín: O crux ave Spes unica. “Salve, oh Cruz, única esperanza.”
En Camino real, su última obra, Strindberg hace una reflexión final: “Aquí descansa Ismael, hijo de Agar,/ cuyo nombre fue alguna vez llamado Israel,/ porque sostuvo una lucha con Dios,/ y no cesó de luchar hasta caer/ derrotado por su Dios omnipotente./ ¡Oh Eterno! No dejaré escapar tu mano,/ tu dura mano, hasta que me bendigas./ Bendíceme, tu criatura sufre./ ¡Sufre tu regalo de la vida!/ Yo, que soy el que más sufre,/ cuyo tormento más penoso es éste:/ ¡No pude ser lo que anhelé!”

STRINDBERG, PSIQUE Y PASIÓN, MIguel Ángel Quemain


August Strindberg, autorretrato en Gersau, Suiza, 1886

Strindberg,
psique y pasión
Miguel Ángel Quemain
Para L.T.
Miles de paginas componen la bibliografía selecta sobre los temas múltiples que forman parte de la obra de Strindberg y que iluminan todavía nuestros tiempos con una gran cantidad de preguntas que no ofrecen, por fortuna, una respuesta única.
La indagación sobre su vida no se detiene y cada vez arroja productos de distintos signos polémicos, de acuerdo con lo que privilegia la lectura de una época que pone los acentos en sus temores y filiaciones, como acota Francisco J. Uriz, autor de la versión y prólogo de una delicada edición de August Strindberg, Teatro escogido (Alianza Literaria, 1999): “Sus vivencias le proporcionan el material de sus obras y sus obras se convierten en los acontecimientos decisivos de su biografía.” Aunque, a decir de Uriz, el mejor y más equilibrado trabajo sobre su obra está en sueco y lo escribió Martin Lamm, quien murió en 1950 y a éste se le conoce en español más bien por su trabajo sobre Emmanuel Swedenborg.
En 1985, Michel Mayer había fijado un modo de ver tanto a Strindberg como a Ibsen, asombrado por sus cualidades personales que, en mucho, y sobre todo en el caso de Strindberg, contrastan con lo que en nuestra época es tan valorado: ser un feminista anticipado, amar a los niños, proteger a las bestias, cuidar el ambiente, cualidades que no fueron precisamente las que distinguieron a un Strindberg políticamente incorrecto a los ojos de nuestro presente (como sucede con los insoportables feminismos en torno a Freud).
Las acusaciones al dramaturgo son semejantes a las que penden sobre la cabeza de Nietzsche (no se puede dejar de leer la correspondencia entre ellos), Schopenhauer y toda una cauda de filósofos, pensadores y escritores que, afiliados idiosincrásicamente a su tiempo, profesaron su miedo a lo femenino (y a lo judío), que ya prefiguraba sus revoluciones, con una misoginia destinada a detener sobre todo a las mujeres beligerantes y creadoras, quienes anunciaban un valiente mundo nuevo que ya ponía en duda la firmeza de la virilidad masculina.
Pero esas distinciones, como bien lo destaca Brooke Allen en su reciente ensayo publicado en la prominente revista New Criterion (octubre de 2012), son convocatorias a no asustarse con el machismo de Strindberg, situándolo como un rasgo más de la época que de la personalidad, como explora con gran maestría la desprejuiciada Sue Prideaux (autora también de un extraordinario trabajo sobre Munch: Edward Munch, detrás de El grito), en su biografía Strindberg: A life, que publicó hace unos meses Yale University Press.
En México, el teatro de Strindberg ha seducido paulatinamente a nuestros directores y directoras (hay que decirlo así en descargo de la aureola misógina que lo rodea). Ha sido tratado como un clásico y su actitud frente a la relación entre dramaturgia, dirección y actuación es un camino que se ha transitado en México en el más alto nivel de exploración: ahí están Margules, Olguín, Castillo y De Tavira como testimonio de esa concepción que lo llevó a fundar de manera un poco tardía su Intima Teatern, en 1907, para el que escribió sus piezas llamadas de cámara, pensando en el problema escénico, en sus actores y en las condiciones materiales de su pequeño teatro que sobrevivió tres años.

Strindberg en su estudio, 1891. Fotos: Biblioteca Nacional de Suecia, colección de manuscritos
No deja de ser interesante la revisión del clásico que nos proponen estas celebraciones. El teatro es particularmente poderoso, conocido e influyente. Proliferante, su dramaturgia fascina por la profundidad existencial y psicológica, que no significa una sabiduría sobre las conductas sino el desglose de un psiquismo que permite ver una multiplicidad de mecanismos inconscientes que operan en el personaje, gracias a las complejas relaciones que se expresan en los vínculos que los sostienen, cuyos inconscientes a su vez ponen en vilo una relación con el conjunto.
El enfoque psicoanalítico de la obra de Strindberg ilustra el carácter visionario y la imaginación enorme de este dramaturgo, que bien pudo no sólo entender sino crear en paralelo y, en algunos casos, anticipadamente al pensamiento freudiano, múltiples posibilidades de expresión de las neurosis. George Mendelbaum ha hecho aportaciones notables al tema (“Some Observations on Value and Greatness in Drama,” publicado el año pasado en The International Journal of Psychoanalysis), en las que traza paralelismos muy pertinentes entre Strindberg y Chéjov, dos dramaturgos que sin dificultad explican las formas tan variadas de sufrimiento mental, emocional, que padecemos hoy.
Polimorfismos de la sexualidad
En la elaboración de este texto preví asomarme a Acreedores, con la certeza de su inminente estreno, y pensé que valía la pena recordar algunas de las líneas argumentales que recorren la obra de Strindberg. Se trata de una obra sobre los celos, la parálisis artística, el mundo del pasado que busca sobrevivir en el presente, tratando de convertirnos en sus deudores. También, complementando a los celos, aborda el mundo de apariencias que nos coloca en el papel del ciego que sólo se mira en el espejo de azogue de su vanidad y arrogancia.
Quien se aventure en ese terreno podrá encontrar un mundo complementario, paralelo y convergente en las obras de Strindberg, que dialogan con Infidelidad, de Bergman; El infierno, de Chabrol, La fin de la Jelousie, de Proust, junto con su novela, extraída del corpus de A la recherche..., que se llama Celos, y producciones contemporáneas como la estupenda novela de Julian Barnes, Antes de conocernos, y el banquete erótico tan incómodo para los que están acostumbrados al rodeo: La vida sexual de Catherine M. seguida de Celos, ambas de Catherine Millet.
El trasfondo de los desencuentros tiene a la pareja como eje de las deliberaciones (no es casual que el matrimonio haya sido el terreno fértil de su fracaso personal), pero tanto en las prácticas como en las imaginaciones muestra cómo ese ideal vive a expensas de un tercero que mantiene viva la rivalidad, los celos y esa amenaza de pérdida permanente.
Strindberg no encontró en el matrimonio la contención y la serenidad que la institución le promete en secreto a quienes se afilian a sus cómodas prácticas y hábitos. Acreedores es un amplio diapasón sobre la concepción vampírica y persecutoria de una institución a la cual pareciera irle bien un nombre de mujer para nombrar ese proceso lento y amable de castración.
En El pelícano, Strindberg explora también el tema de los celos en un orden generacional, donde madre e hija se disputan un mismo objeto que pareciera que encela generacionalmente al padre y al hijo; una especie de Edipo al cuadrado donde el padre cela a la esposa y a la hija, y el hijo a la madre y la hermana.
Esas categorías, que hoy nos parecen tan propias del siglo XIX, muestran ecuaciones que se repiten en una permanente relectura de la condición humana en constantes que no dejan de sorprendernos y aterrarnos por lo que tienen de repetitivo y ordinario.
Lo artístico, el sueño de la creación
El espíritu de la época marcó profundamente a un dramaturgo cuya curiosidad intelectual funcionó siempre como una brújula. En 1907 apuntó hacia La interpretación de los sueños que Freud había publicado en 1900, y que inauguraba el siglo XX con una visión que deja atrás el mundo de las profecías y las interpretaciones que los charlatanes prefreudianos siguen utilizando para advertirle a los ingenuos que unas fuerzas sobrenaturales los aguardan detrás de la vigilia.
Los usos clínicos del sueño como “la vía regia al inconsciente” han sido ignorados por gran parte de los artistas (muchos neófitos lo siguen llamando el subconsciente) fascinados por el psicoanálisis, así como por ese paisaje sin tiempo ni espacio –como lo define Freud– que es el inconsciente. A fin de cuentas, se trata del escenario de muchas fantasías sobre el carácter autónomo que le confieren muchos artistas a la creación artística.
Strindberg no fue indiferente a esas proposiciones que se desprendían del mundo freudiano. Sin embargo, las perspectivas sobre las relaciones con la parentalidad, el poder del padre, la cuestión del Edipo, el problema de los celos, la misoginia como expresión de una homosexualidad no manifiesta, sus sugerencias en torno al polimorfismo homosexual que reina en las relaciones entre los sexos, su angustiada diferenciación..., están presentes desde fines de la década de los setenta en el siglo XIX y se expresan en piezas que son indispensables de su teatro.
Las extensas biografías, estudios e investigaciones documentales que continúan en expansión en la literatura sueca nos enfrentan a un Strindberg inabarcable. Si la producción periodística requeriría varios tomos, la narrativa no se queda atrás y el ensayo ocupa un territorio intermedio entre el apunte, la idea y el aforismo propiamente dicho; es decir, pensando en esa tradición donde el género está a medias entre el poema filosófico y la meditación.
Este centenario de su muerte es sólo un recordatorio de su pasión inextinguible, de la potencia de una imaginación plena de legados en todos los órdenes del pensamiento. El teatro le debe mucho y suenan como propias sus búsquedas, sus palabras sabias y visionarias sobre nuestra escena.