lunes, 19 de noviembre de 2012

ENTREVISTA CON VÍCTOR MANUEL CÁRDENAS


Viajero del poema
entrevista con Víctor Manuel Cárdenas
Historiador, pero ante todo, poeta. Víctor Manuel Cárdenas es una voz ineludible de la generación de los cincuenta. En 1981 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven de México y desde 1982 es miembro del consejo editorial de la revista Tierra Adentro(y fue director de la misma). Autor de libros como Después del blues (Punto de Partida, UNAM 983), Primer libro de las crónicas(Katún, 1983)  Peces y otras cicatrices(Colección Laberinto, UAM, 1984), Zona de tolerancia (Universidad de Colima, 1989),Ahora llegan aviones (Colección Los cincuenta, Conaculta,1995), Fiel a la tierra(Instituto Colimense de Cultura, 1995),Crónicas de Caxitlán (Toque de Poesía, 1996) y Poemas para no dejar el cigarro(Colección El ala del tigre, UNAM, 1999), con el volumen Micaela obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 2007. Cárdenas nos habla del nacimiento del poema como palabra primigenia que canta y forja el destino del hombre.
Ricardo Venegas
–¿Qué te ha dado la poesía?
–Me ha dado muchas satisfacciones, muchos amigos, la oportunidad de viajar por el interior del país, de conocer prácticamente toda la República. Si bien dinero nunca ha dado la poesía, sí ofrece la enorme satisfacción de meterse de pronto a un mundo que nunca imaginé, porque en realidad mi formación es de historiador, yo estudié la carrera de Historia; la misma realidad y las cosas que me han sucedido me llevaron a la poesía, lugar donde me siento como pez en el agua.
–En una conversación con Eduardo Casar nos comentaba que a ti te gustaba y que en ocasiones tenías la facilidad de escribir libros con una temática de lleno, por ejemplo dejar de fumar… ¿Cómo haces este trabajo?
–Yo creo que ahí se delata la vocación de historiador. De hecho el primer libro que escribí y se publicó, el Primer libro de las Crónicas, en su primera parte, son una suerte de relatos de  sucesos que pasaron en Chiapas en los años setenta; la segunda parte es el regreso a Colima, a mi natal Colima. Creo que me preocupan no los poemas aislados, de hecho casi no publico poemas sueltos; me piden poemas para revistas pero no los entrego, no porque no me gusten sino porque creo que los poemas son parte de un todo. Yo los manejo como cuadernos, son cuadernos temáticos. Cada uno de mis libros son como capítulos, ya que tengo cinco capítulos con una temática diferenciada sale un nuevo libro. Eso además fue una cosa curiosa porque yo no me lo propuse, así fue como sucedió; primero con unos textos sobre el blues, un poemario pequeño que se llamaDespués del blues, que publicó Punto de Partida, que es un homenaje a cantantes del blues y que fue jugando, escuchando, descubriendo el blues y comparándolo con los cantos indígenas; llega un momento en que recreo la vida de las cantantes del blues, luego de algunos músicos y después de los cantos indígenas. Utilizo las formas del blues, utilizo las formas de las lenguas indígenas y las llevo al texto; en ese momento yo no sabía qué era la poesía, yo escribía porque me gustaba y me daba la gana y los azares del destino me llevaron a conocer a Juan Bañuelos. Él me invitó a su taller en San Cristóbal de las Casas y ahí fue donde yo empecé a trabajar. Lo primero que trabajé de hecho fueron esos textos sobre el blues y enseguida, paralelamente a esto, estuvieron  los hechos trágicos, bastante desgarradores, como fueron las matanzas de Naquem en 1976 y la de Wololchán en 1980, en Chiapas; estas matanzas terribles que fueron un parteaguas, no en la selva lacandona sino en otra parte de la zona indígena de Chiapas, la zona norte, fueron muy impactantes, recabamos muchos testimonios de lo que había sucedido y esos textos los fui trabajando primero como crónicas y después los trasladé a la poesía; entonces traté de construir, hacer un intento, sobre todo en el poema “A la hora del fuego”, que son monólogos de personajes que murieron o que sobrevivieron a la matanza de Naquem. Hice una serie de relatos en primera persona donde cada uno va dando su testimonio. En el caso de la matanza de Wololchán es un poema de amor (“Árbol de ceniza”) que se desgarra cuando entra la matanza y son las voces de los indígenas que empiezan a dar testimonios de qué fue lo que pasó, de la doble matanza de Wololchán. En ese momento yo no tenía claro lo que era la poesía, escribía casi como para dar testimonio, dar fe del asunto, y ya fue con el taller de Bañuelos que empecé a trabajarlos con un sentido más poético y empecé a conocer por dentro la poesía. De hecho, cuando llegué al taller ya tenía material, digamos, para mis tres primeros libros y estaban trabajados así, con una temática cada uno; era el del blues, el de los sucesos de Chiapas y el del regreso a Colima; de hecho son los tres primeros libros que se publicaron. Después ya lo seguí como una cosa natural, incluso trabajo por temporadas, en vacaciones, es cuando me pongo a escribir; los dejo un tiempo y voy trabajando cada uno de los cuadernos y cuando creo que ya están los uno, veo que no haya contradicción entre ellos, o si la hay, que sea una contradicción que produzca algo. Así es como he trabajado.
–Dicen que la infancia es destino…
–“La infancia es una escalera”, digo yo en un poema, “pero no sé si sube o baja”.
–¿Qué es para ti la poesía?
–La poesía, lo dice Cardoza y Aragón: “es la única prueba concreta de la existencia del hombre”, es lo que incluso nos diferencia de los demás hombres, de los que son insensibles. Creo que leer poesía, gozar la poesía, es requisito indispensable para declararse como ser humano; todo lo demás no tiene poesía. El único ser que puede gozar la poesía y que puede crearla y que puede recrearla es el hombre, para mí eso es lo fundamental en la vida, es el requisito de que existimos, eso es todo. La poesía es lo más vital, lo más libre, lo más amargo, lo más dulce, lo más todo, lo más bello y lo más espantoso, ahí es donde está la poesía.

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