miércoles, 19 de mayo de 2010

NARRATIVA




Narrativa
De
Benjamín Araujo









SILENCIO
Cuánto tiempo había tardado para poder acallar aquél ruido que taladraba su cerebro. Era imposible precisarlo. Los parámetros con los cuales nos hemos acostumbrado a medir todo se pierden en situaciones irregulares. Y aquella lo era, sin duda alguna.

Por eso cuando regresó a aquél agujero de donde nunca debió haber salido, pudo tomar algunas notas, garrapatear ciertos detalles, pero omitió, porque no había de otra, toda referencia a tiempo, clima y ciertas dimensiones espaciales.

Pocos podían haber sobrevivido a aquella experiencia. Era como haber sido enterrado en vida. Como quedar confinado en un apando existencial que no parecía tener el menor futuro; pero además, por el ruido infernal que parecía desplazar cualquier idea del cerebro, tampoco hubo, durante ese indefinido pero extenso lapso, posibilidad de acuñar algunos pensamientos, ciertas reflexiones; de aquella experiencia sólo quedaban sensaciones, profundos recuerdos de angustia y de dolor. Casi ninguna otra idea.

De aquellas notas habría de surgir todo un cuadernillo de deshilvanadas reproducciones de aquel tiempo. Cuando recogieron su cadáver, algún rescatista se echó en el bolsillo trasero del pantalón el cuadernillo. Nadie más reparó en él. En los diarios se habló, durante tres o cuatro días, de lo que mencionaba la policía: pudieron haber sido ocho meses o un año, acaso más, lo que duró aquella situación para el hombre desconocido que resultó víctima de no sabía quienes, ni por qué.

Si se les hubiera ocurrido preguntar a los rescatistas hubieran localizado al hombre que se llevó la libreta, y en ella hubieran encontrado, sin duda, la clave del misterio. Pero no lo hicieron. Ni el hombre que se hizo del manuscrito tuvo la sensibilidad para desentrañar aquellos mensajes. No le interesaron. No le importó que el autor de esos trazos pretendiera comunicarse desde aquél más allá con el resto del mundo; ni mucho menos que algunas de las informaciones tuvieran como referente a familiares, amigos o vecinos. Si eso no les interesó, ya ni qué decir de los momentos, así fueran breves, en que desde aquél agujero pretendió tocar la inmortalidad con dos o tres frases bien pulidas.

El rescatista, luego de hojear la libretitita y desprender de ella un bostezo, se encaminó al calentador de leña y la arrojó al fuego. Mientras desaparecían aquellos indicios, se tumbó en la hamaca a leer su diario deportivo.

Casi al mismo tiempo, las autoridades correspondientes llevaban al cabo el depósito del cuerpo, en la fosa común, de quien no pudo ser identificado.






































PRESENCIA





Aquella viejecita, encorvada, casi ciega y desdentada que vivía junto a la casa de mis padres, cuando era niño, siempre me pareció un dechado de jovialidad, pese a su aspecto.

Me agradaba. Simple y llanamente, me caía bien. Era una tipa amable, muy platicadora, que siempre buscaba el modo de contarnos -sobre todo a los niños del vecindario- alguna anécdota vivaz, alegre, con alguna carga de moraleja con que la salpicaba.

Hasta después de que dejé la casa. Cuando estuve estudiando y trabajando en la capital, y más tarde en Guatemala, inopinadamente me llegaba su imagen y me hacía preguntarme cómo era posible que mantuviera ese talante cuando que todos sabíamos que vivía sola.

Sola y su alma, con un gato de angora y un par de canarios -¿serían siempre los mismos?-, como únicas compañías.

Me lo pregunté de modo recurrente en la medida en que me fui haciendo adulto y, precisamente por la soledad, el carácter se me fue agriando día con día.

El tiempo pasó. Volví al pueblo. Mis padres ahora eran lo más parecido a aquella anciana, por lo menos por los años que cargaban a cuestas. Luego de una larga plática con ellos que duró varias horas, y de externarnos mutuamente el gusto por el reencuentro, salió a colación el caso de doña Rosita, que así se llamaba.

Fue el modo en que me descubrí por qué, hasta su muerte, ya nonagenaria, consiguió permanecer con esa alegría que le iluminaba la mirada.

La anciana había muerto de improviso, víctima de un problema cardíaco. Los vecinos, que en general le guardaban un grande afecto y una consideración entrañable, bien ganados por su manera de ser, se encargaron de los funerales. No parecía tener parientes, ni jamás habló con nadie de ellos. Pero una vez cumplida la solidaria tarea vecinal, los más cercanos a doña Rosita se reunieron, entre uno y otro rezos del rosario, para repartirse los escasos bienes de la anciana. Una comisión de mujeres se dio a la tarea de hacer una rápida limpieza del lugar para separar en dos simples rubros los enseres: los que habrían de repartirse y los que irían a la basura o a una pila que sería respetuosamente quemada para que los recuerdos no quedaran dispersos y volaran a anidar a sitio alguno que no les correspondería en todo caso.

El hallazgo lo hizo mi madre. Horrorizada me contó cómo en un enorme y bello ropero de cedro, junto a cartas de amor y el no menos amoroso diario de doña Rosita estaba, perfectamente momificado, de pie, el que fuera marido de esta señora. Los vecinos, luego de hablar con la policía, ya no quisieron guardar ningún recuerdo de la difunta.























AUSENCIA

Toda la tarde leyendo, le había provocado a Andrés el crónico dolor de cabeza que si bien no era tan frecuente, pues aparecía por ahí cada uno o dos meses, dependiendo de la fruición con que se dedicara a leer y a escribir, resultaba no sólo molesto, sino exasperante.

Misántropo empedernido, Andrés se refugiaba en su soledad con la compañía de un diario personal que le obsesionaba desde hacía cuatro años. Buen lector, por lo menos constante y vicioso de los clásicos griegos, fatigaba sus angustias entre la una y la otra actividades. Horas y en veces días completos encerrado en su estudio, únicamente bajando a recoger los diarios para darles una mala ojeada -y una extensa deshojada- y para ingerir frugales dietas, le iban alejando de sus hábitos sociales.

Amigos, siempre tuvo pocos. Pero ahora prácticamente habían desaparecido de su panorama personal. Esas costumbres de Andrés promovían entre sus vecinos, ex-compañeros de oficina y poco frecuentadas amistades de antaño, el cuchicheo en torno a su persona. No faltaba en ese sentido quien se preocupara por el énfasis de este cuarentón, siempre libre de ataduras políticas o religiosas, puesto en haberse ausentado por un acto de voluntad del mundo cotidiano.

Ahora bajaba del estudio por esa chirriante escalinata de madera que tanto le gustaba desde niño y que le provocaba ramajes de recuerdos. Desde que decidió vivir con Laura, rescató la vieja casona familiar en donde dos generaciones de sus antecesores habían vivido. Ahí sus progenitores vivieron siempre, desde sus abuelos paternos; fue ese, en tiempos en que no se estilaban los sanatorios de maternidad, el lugar de nacimiento de él mismo y de dos de sus hermanos, y el de desarrollo para los cinco hijos que procrearan sus padres.

Pero todos, por causas diversas conectadas con la necesidad de huir de la asfixiante provincia, desde su párvula adultez habían emprendido el vuelo y, aún más, perdido todo contacto con los viejos y con aquella casona.

Luego vendrían el fracaso matrimonial de una de sus hermanas, los problemas legales con un banco del que fue gerente el hermano que seguía de Andrés y el accidente que provocó la muerte de sus padres, lo que reunió a su familia inmediatamente otra vez en la tierra natal, con excepción de él, prácticamente perdido en Italia, especialmente en Florencia, en donde se dedicó con cierto éxito, que le había permitido encarnar en Europa, a realizar trabajos de traducción, aprovechando el boom de la novelística latinoamericana. Allá conoció a Laura, chilena y traductora como él. En Florencia se enamoraron y se hicieron amantes. Pero fue hasta que regresó a la tierra nativa que tomaron la decisión de comprometerse a vivir juntos. Ella no conocía México, y él era prácticamente un fantasma, un desconocido con ciertas raíces sanguíneas, pese a lo cual decidieron correr el riesgo y vivir la aventura del retorno de Andrés, juntos.

Fueron largos dieciséis años sin el menor contacto con los suyos; ni parientes, ni amigos. Por un lado se encontró con la sorpresa de la muerte de sus padres, la vieja casona abandonada y cerrada desde el fallecimiento de ellos, a sus hermanos ya nuevamente prendados a su ciudad natal pero sin interés por remover los recuerdos, ni siquiera por pelear lo que hubiera sido magra fortuna, pero herencia al fin, de haberse decidido a vender la finca, con más de dos mil metros cuadrados de extensión, de los cuales por lo menos setecientos eran de construcción laberíntica, modestamente neoclásica, con extensos cuartos e infinidad de escaleras; el desinterés de los hermanos por la casa, cuatro años antes, había facilitado que él tomara la decisión, entre por la gana de reconquistar un espacio infantil que le agradaba e impelido por la necesidad, de vivir con Laura en la casona. Ninguna dificultad para realizar ese proyecto. Es más, sus hermanas fueron las primeras que le indujeron a hacerlo y ellas mismas, gustosas por ver al hermano pródigo, tomaron algo de sus ahorros para reacondicionarle el vetusto edificio.

Fueron años agradables los dos primeros que pasó ahí con ella. Consiguió para ambos, por vía de los contactos de otro de sus hermanos metido en la política local, sendos trabajos de corrección de estilo y pruebas en la editorial del ayuntamiento. No era mucho lo que pagaban. Pero como la misma Laura decía: con esta tranquilidad, un poco de queso y pan y de cuando en vez un buen vino, las cosas se acercan al paraíso terrenal, habiendo amor.

Y lo había. Andrés y Laura habían conseguido con la intensidad del trato y muchas cosas en común, a adivinar la manera para mantener al otro a gusto. Esto lo observaban los cuatro hermanos de Andrés y, aunque no dejaban de reconocer que luego de tantos años de ausencia les había llegado del cielo un hermano que muy poco reconocían, se solazaban en el hecho, procurando no interferir en las evidentes manías poco sociables que -decían ellos- había adquirido su hermano en Europa.

Pero al paso del tiempo, y con estrecho círculo de amistades conseguido en el lugar de trabajo, la pareja fue alejándose de la familia y más tarde incluso de ese pequeño círculo que quedó interrumpido justo en ocasión de una intempestiva decisión de los dos: dejar la tarea de correctores de estilo y pruebas en una inexplicable, tajante e irrevocable renuncia puesta en manos del jefe mutuo en un documento conjunto.

No hubo más. De ahí, casi enseguida, cuando llegaron a encontrarse ocasionalmente con Andrés, los antiguos compañeros de labores notaron el trato huraño, hosco, las desganadas explicaciones que eran inconclusas evasivas sin respuesta y sobre todo la reiterada actitud de nunca abrir la puerta cuando iban a tocar para visitarles, intentando reanudar lo que llegaron a hacer en ese breve período entre su llegada al trabajo y la renuncia. A Laura nunca más nadie la vió. Aunque él asegurara que se encontraba en casa, realizando trabajos personales.

Muchas cosas se dijeron. Pero todo eran rumores, chistes de factura negra, especulaciones.

Ese día, luego de leer intensamente y bajar del estudio para cenar un poco, pensando en que acaso eso le podría quitar el dolor de cabeza, Andrés cavilaba sobre su relación con Laura, y pensaba en ella, nostálgico. La verdad es que la ausencia de ella le pesaba, le dolía.

Después de cenar poco de pan de centeno con dos delgadas capas de jamón y un poco de queso, Andrés confirmó su idea, inaplazable: el diario le exigía contarlo todo: anotaría en detalle lo sucedido y con el cuaderno de notas iría a entregarse a la policía.

Meses después, ya en la celda, más solo que nunca y desdeñado por todos, Andrés se arrepentía con amargura por haber dejado ir a Laura. Su amor cambió fácilmente a odio. A fin de cuentas, pensaba, ella no va a cargar con el asesinato de mis padres, ni va a tener los remordimientos que me acechan, pese a ser tan culpable como yo...






























Tras el cristal….
Siempre tras el cristal. A uno y otro lados. Todo ojos. Mirándolo todo, con la condena de ser sólo testigo de los acontecimientos. Vivir para ver. Esperar si acaso la ruptura de la densa tela de la rutina. Estar en pos de la sorpresa y el sobresalto, buscar cubrirse -así sea por unos instantes- de curiosidad.

El ojo alucinado por la vida, fidelidad letal a la observación, eterna envidia por el cuerpo yerto. Ojos sin cuerpo, la mirada se goza en sí misma y alucina por ser la visión propia en lontananza.

El cristal no sucumbe ante el impacto; ser visto no es su misión, pero no importa, crece su curiosidad: sueña que mira. No evita, no obstante, las miradas ajenas. Ser visto también es otro modo de confirmar la tarea que consiste en capturar imágenes y reflejarlas con el sueño. Ganarle tiempo al tiempo: hartarse de imágenes, contar en el proyecto las imágenes pasadas. Todavía más: inventar las posibilidades futuras. El ojo crispa su visión, salta desde el altar del recuerdo y sucumbe al presente: una lágrima, tinta en sangre, hace chirriar los goznes del futuro. La pestaña se aleja, brinca y vuela; carece de sentido -piensa-: el espejo, aquél ojo y este destiempo fatal.

Tras otros cristal inexistente un ojo irreal guiña. Es la nada, es la mortalidad absoluta; es la muerte con disfraces infinitos, son los múltiples tonos del negro y el gris. Es la oquedad del frío. Es la tapia altísima de la soledad. Son tus ojos no vueltos a ser mirados. Es tu voz no recordada. Es una mujer en un lóbrego callejón creyendo que carga al niño ya perdido. Es la fatalidad vestida de infortunio. Es el infortunio descarnado. Es el azar con sonrisa de enemigo. Es una roca helada que colocan ante mi tumba. Es la falta de datos en mis funerales. Es el oprobio con piel, huesos y sangre. Es el desdén por la obscenidad de la noche.

Risas tras del brumoso andar de la luna. Narciso y la luna son humillados por el río y descubiertos en su fragil relación pasajera. Narciso es humilde por trece segundos y reconoce que amanece. La luna se escapa dejando algunos velos tras la bruma. Sabe llegar a ninguna parte. Altamar es la utopía. Pero correr es su destino, su pasado se lo recuerda. De pronto, improviso, un cristal que se soñaba espejo cae al río, en una rama de un árbol seco queda, pendiendo de un trozo de párpado, un ojo que dormita. Narciso es mortal: nadie llora: todos los árboles del entorno desaparecen convertidos en un torrencial aguacero.

Los árboles se arriman a la filosofía para no perecer. Una tía se baña en el río. Canturrea mientras recoge sus ropajes de las ramas de un añoso ejemplar. Crece el susurro del viento. La tía cesa en su canto. Dos mariposas sonrojadas acuden hacia el sol por no querer sacar su infancia a relucir. Trasluce sin embargo, en el río, luego del baño de aquella tía: Heráclito de Efeso qué hubiera deseado, con el amor que guarda de cuando niño, poderse bañar en aquellas aguas, las mismas: pero no es posible, todo mundo lo sabe.

Confundidos, el sueño y la vigilia se estremecen. No es posible meditar si hay temas prefigurados. El alcance máximo de nuestras eternidades es la nada. Un punto fijo en el espacio se pinta solo de blanco y llama que le sigamos. Mal haríamos en no dar crédito a la única invitaciòn que nos hará humanos. La posibilidad de la humanidad se renueva como flor exótica cada trescientos apocalipsis...

ALGUNOS POEMAS DE BENJAMÍN


Poemas

LOS AMOROSOS
Los que amamos, sabemos
que hay una flor oculta entre los ojos.

LUIS ARMENTA MALPICA


Las flores del deseo, flores del mal,
son hijas del amor si no se secan.
Las verdaderas flores del amor,
desean, se apropian y se entregan,
buscan fragancias frescas en la mano
del ser amado; y renuevan su follaje.
Follan con fruición, lujo y lujuria;
les crece el corazón, las manos
se les alargan, les nacen las ideas
y se apilan en donde hay modo de
mostrar que se tiene encendido
el coraje, la rabia y el infinito
modo de estar, bien solidario,
con la especie. Los amorosos
especie arbórea de primera,
tanto en invierno como en
primavera, florecen, florecemos.
¡Follamos!



Del libro "Séptimo Maratón de Poesía" (selección)
Coedición 2005.
TunAstral A. C. - LV Legislatura del Estado de México.


















GOZO

Labios para callar otros labios
es lo que pide la quema.

Besos para asomar a otros besos
es la fórmula y quimera.





































INSENSATEZ

Hubo una noche, por más que no se crea,
en que mi corazón no me creía.
Imaginen ustedes, dantesco cuadro, yo,
mi persona, mi-mismo, insensato,
con profunda pérdida de credibilidad.
Sufrí esa noche, y a la mañana siguiente;
era una pesadilla atroz. Y ya en la vigilia,
no sólo era un mal sueño, sino un presagio.
Costó mucho trabajo, pero corregí el mal.
No fue sencillo, así ustedes lo imaginen;
sólo fue asunto de usar argucias
de todos los días: me engañé...y ya estuvo.


Del libro "Séptimo Maratón de Poesía -Selección-"
Colección Esperpentos No. 5
Coedición 2005











Finisecular



1

Una oleada en la sangre
guiña desde muy lejos
que aquí todo es derrota

Se avecina la culpa
en las aristas del pasado
y no hay sitio al olvido

El tiempo se agazapa
tras la puerta sin llave
de la náusea y el fin

Y ¿a qué tanto reposo?
¿a dónde tanta prisa?
si nada se tropieza con algo
ni algo con la nada
que yace aquí
en cada uno
de nuestros corazones



2
Quietismo sin sosiego
el de tus brazos
o vértigo sin ruido
de nuestros desvaríos

A veces sólo a veces
sólo hay veces tan solo
solo
a b c's…







Laja que es lujo


La lujuria es un lujo que, como laja,
deja lozano el corazón sombrío.

Hay una loza grande, roca dudosa,
jardín de siemprevivos deseos
donde mi corazón sale y se goza.

La lujuria enamorada
es un lujo soberbio que te aloja,
te arropa,
logra romper
con la ley de la gravedad;
para luego asolarte,
ensombrecerte,
alucinarte,
entorpecerte,
iluminarte
y pasar.



(DEL LIBRO "Vaivén", 1998).



























Génesis




La tormenta se vistió de fiesta. La colisión cósmica fue factible: Apenas promesas, nos dedicamos a la contemplación. El silencio parió los ruidos marinos; las rocas fueron, tal vez, las primeras cantantes calvas de ese singular escenario donde se urdía la vida. Todos guardamos silencio desde las mazmorras de nuestros oscuros corazones. Estábamos a años luz de nuestra felicidad, no obstante lo cual carecimos del impulso suficiente para poner miel en nuestras miradas. Los siglos torcían su ajetreo interior como sinfonía burlona de lo que se avecinaba.


No hay manera de ser fracaso ni olvido, cuando aún no se nace. Resulta una verdadera necedad profesionalizar el miedo. Atracar en una falsa idea es apenas la mayor obscenidad; pero es lo más común que nos ocurre, desde que hubo aquel accidente infernal de la genética y afloró el pensamiento. Esa es, no hay duda, la central flor del mal.


El árbol del conocimiento rechina las letras de nuestros nombres mientras anochecen sus hojas. La letra divina de la razón está en un solo poema que nadie ha escrito pero todos nos sabemos desde el silencio de la sangre.
















RATO


Atajos para sembrar,
nubes para cosechar;
todo tiembla en este puño
ahíto de humanidad


con los ojos oceánicos
el tacto entre tus recuerdos
y un apetito de inmortalidad:
jugamos a reconocernos


serenos, los animales,
luego de desovar
su infernal mortaja,
se amodorran en el amor.



















OTELO

Batallas del infierno
sueños
ira
al poniente tus andares de pez
cuando anocheces
la penetrante idea
del sol
que cubres
como tormenta y mar
playa y desierto
nube insecto flor canto
rencor celos amor
deseo pasión tormento
inseguridad dudas temor
y pensamientos
reciente amanecer
volcar a Belcebú
retar al cielo.



(DEL LIBRO "APETENCIAS", 1999).




















El milagro de la oruga

La vida superior nos llena de colores,
ya la vivíamos desde el capullo
de nuestras utopías.
Somos un árbol
convertido en vida animal.
Gota de agua
que se derrite
por amor a las nubes.
Melodía de compases
y asonancias,
nuestras alas;
fragancia que dispara
sus olores arcoíricos
por lo ojos;
(hasta herirlos de vida)
...sinfonía de geometrías
y promesas
de que el tiempo y la distancia
se deshacen entre nuestras antenas
y el oyamel dormido,
pétreo,
que espera,
taciturno
que el amor
vuelva a repetir
el milagro
de la oruga.

























FLOR DE LOTO

Tu cuerpo,
como flor de loto.
Tus labios como una manzana.

Tu cuerpo,
manjar de los dioses;
eternidad:
para asomar
a una ventana.

Tus brazos,
capullos encendidos.
Tu mente,
rosas para
ser paciente.

Tus ojos:
dos palomas
que vuelan
por la pradera
de mi cuerpo,
hasta crear fuego
a borbollones.























SEÑORA ENLUNADA

En puertas canceladas
que conducen
a terrenos de luz
algodones de sombras

En ventanas abiertas
poseídas
por el don finito
terciopelos de nada

Por paredes y techos
escurriendo
más lenta que la fiebre
la señora de las lunas
apareceres de ausencia
dando tumbos
trastabilleo y malabar
inscribe señales
y cae al piso

Se arrastra por momentos
grita sospechas de presente
y descarga serpientes de pasado
para anunciar atardeceres

¿Se arrastra la dueña de la noche
o nosotros volcamos
nuestro vaso de ausencia
a tanto inventarnos eternos?



El augur se hace dueño
y posterga
puertas ventanas techos y paredes
para darnos
el suelo
e inscribir en las frentes
nuestro sino

Generaciones
se reúnen en asamblea de sangre

Se mezclan quienes fueron
con los que son
y escuchan a los negados
que no han podido estar
ni ser
a golpe de imposibles

El corazón se agota
y sueña que es palabra
su onirismo se inventa
en papel para cartas

La señora se enluna
cohabita
con paisajes y espejos
tejidos en hilo
de soñar
y convierte
allá
en sus terrenos
a la asamblea
en cosecha
y a las cartas
en epitafios mudos

Todos
solos
a fuerza
de estar juntos
crecemos
a la muerte

Salta el sapo cantor
y dicta:
No se puede creer
la muerte de los que
aman
tampoco es verdadera
la vida
de los que
no lo hacen

La cúpula del mundo
se vuelca
y grita oscuros
se renace instrumento musical
se entrega al gran sapo

La señora se oculta
lanza una gran sonrisa
que vuelve
montañas y horizonte



Todos
asamblea de nómadas
bebemos
y amamos

Para ir a la montaña
que se vuelve sonrisa
enlunación señora
huella en la sangre
marca del sueño
cosmos en otro cosmos
y gotas de mirada sin párpado






















Flor de Loto

Tu cuerpo,
como flor de loto.
Tus labios como una manzana.
Tu cuerpo,
manjar de los dioses;
eternidad:
para asomar
a una ventana.
Tus brazos,
capullos encendidos.
Tu mente,
rosas para
ser paciente.
Tus ojos:
dos palomas
que vuelan
por la pradera
de mi cuerpo,
hasta crear fuego
a borbollones.

Entrevista de Palmira Ortiz a Benjamín Araujo

ENTREVISTA DE PALMIRA ORTIZ
A BENJAMÍN ARAUJO


1.- ¿Cuál es su origen?

Totalmente mexicano, cuando menos, hasta donde tengo conocimiento de las últimas cinco generaciones. No obstante conozco (o, he oído) que tengo tres ramales étnicos: el español, el portugués y el indígena.

2.- ¿Tiene seudónimo literario? ¿Cómo lo escogió?
Alguna vez, en el periodismo, sólo en el periodismo que nunca en el literario, tuve un seudónimo, Engels Luxemburgo (Engels Luxemburgo; en obvio homenaje a Engels y Rosa Luxemburgo). En la literatura siempre he escrito con mi nombre; aunque me parecen respetables los escritores que han usado uno.

3.- ¿Qué edad tenía cuando comenzó a escribir?
No lo se con certeza. Hasta donde recuerdo, los 10 años, más o menos. Pero de esa época no guardo nada (puras vergüenzas); por ahí de los 16 años me puse a quemar o tirar a la basura cuanto tenía. Pero le debo haber conocido la literatura, y enamorarme de ella, a un escritor de mi tierra.

4.- ¿Cómo fueron sus comienzos en la literatura?
Mi amistad, muy “sui géneris” por cierto, con el poeta Heriberto Enríquez (él de 80 años; yo, de apenas 8). Tan especial era esa relación que yo apuraba las tareas escolares a efecto de que mis padres me dieran permiso de ir, a dos cuadras de la casa familiar, a la casa del Poeta. De manera que llegó un tiempo, cuando menos durante 18 meses, en que yo visité de lunes a viernes al maestro Heriberto, que en esa época vivía con su segunda esposa (no recuerdo su nombre), en virtud de que había quedado viudo más o menos a los 50 años.

Fue precisamente Heriberto Enríquez quien me enseñó a conocer prácticamente a todos los clásicos de la literatura; recuerdo bien, de esa época a Virgilio, Platón, a Esquilo, a Sófocles, a Cervantes, a Shakespeare, a Dante Allighieri, a los clásicos infantiles –son muchos, por eso no los cito-, a Salgari, a Julio Verne (por cierto, ahí supe de la interesante, rica y muy extensa obra de este autor que a la fecha sigo leyendo y no agoto)…en fin, a muchos, muchos más, entre ellos a los poetas clásicos de la literatura mexicana desde Nezahualcóyotl, Sor Juana Inés de la Cruz, Rosario Castellanos, Gorostiza, Octavio Paz y Enriqueta Ochoa, en fin, a muchos, muchos más. A ésta última, por cierto, luego tuve la fortuna de conocerla, tratarla e incluso, estando en Texcoco, trabajando para la Universidad de Chapingo, pude publicarla. Y, hasta su muerte, tuve el privilegio de seguirme reuniendo con ella de vez en cuando, en pocas pero memorables ocasiones.

5.- ¿A quién le dedicó su primer poema?
A mi madre, Guadalupe Mondragón de Araujo, que acaba de morir en abril de 2009 y nació en 1927. Pero no tengo memoria del texto, ni guardé el mismo por considerarlo cursi.

6.- ¿Cuál es su mejor poesía?Todo lo que uno escribe, -diré un lugar común-, aparece como un hijo. A todos se les quiere; pero no igual. Los estima y presume por diversas cualidades, atributos o simples anécdotas.

En mi caso es “Emiret”, el poema que más quiero, que lleva el nombre de mi mujer, con quien he estado casado ya casi por 35 años y que fue concebido cuando éramos recién-casados y el amor entre nosotros estaba pleno y nuevo; aunque debo decir, contra los pronósticos de supuestos especialistas que hoy día nos seguimos amando con la misma fuerza y, me parece lo haremos de ese modo hasta la muerte.

Y, desde luego, hay muchos otros textos a los que guardo estima, cariño y preferencia. Incluso puedo decir que hay algunos, pocos por cierto, de los que me arrepiento haber parido. Pero cuando están publicados, los textos cobran vida propia y ya no le pertenecen al autor. No obstante, nunca niego a ninguna de mis obras, pues, insisto, han cobrado vida desde el momento mismo en que son publicadas.

7.-Cuéntenos tus actividades como escritor y sus proyectos.
Tengo muchas y bastantes. Respecto a las actividades como escritor, desde hace 28 años soy miembro del Centro Toluqueño de Escritores, del que fui uno de los fundadores. Desde 1984 se formalizó mi aceptación como miembro al ganar una beca del mismo Centro, lo que me permitió publicar ahí un libro.

Espero seguir escribiendo y publicar, aunque hace mucho (más de 7 años) en que no aparece un solo libro mío, pues se han publicado casi una veintena de antologías que me contienen.

Actualmente funjo como consejero del mismo Centro Toluqueño de Escritores –CTE-, desde diciembre de 2009; cargo que ya tuve hasta en tres ocasiones anteriores.




8.- ¿Tiene libros publicados? ¿Cuáles son?
En orden de aparición: A propósito (poemario, Universidad Autónoma del Estado de México, 1981); Surco de palabras (poemario, Centro Toluqueño de Escritores, 1984); Frontera interior (poemario, Editorial La Tinta del Alcatraz, 1994); Patíbulo de banqueta (cuento, La Tinta del Alcatraz-Universidad Autónoma del Estado de México, 1994); Vaivén (poesía, Instituto Mexiquense de Cultura, 1998); Apetencias (poesía, Instituto Mexiquense de Cultura. Colección Cuadernos de Malinalco No. 35, 1999); Arenas (poesía, Universidad Autónoma de Guerrero, 2000); Será mi asilo el mar. Biografía de José María Heredia y Heredia, 1803-1839 (Universidad Autónoma del Estado de México. Colección: Biografías de Hombres Ilustres del Estado de México, en dos ediciones 2001 y 2003).


9.- ¿Le gusta más ver publicados sus versos o recitarlos ante público? ¿Qué es lo que más le gusta de los recitales?
Desde luego publicados; aunque no me molesta presentar mi obra en público. De los recitales me gusta cuando el público se muestra atento, con ansias de escuchar e intervenir.

Me fascina particularmente el público universitario, seguramente por deformación personal pues he trabajado en cuatro universidades públicas de México: la Universidad Autónoma del Estado de México, la Autónoma de Querétaro, la Autónoma Chapingo y la Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco. En ellas me he sentido “como pez en el agua”, pues el ambiente universitario es un ámbito de libertad y dispuesto siempre a la creatividad. En estas universidades me desempeñé como editor y promotor cultural, asunto que me ha llenado de satisfacciones y amigos.

10 .-¿Ha pensado en escribir su biografía?

No creo ser tan importante para ello. Ni me gustaría. En dado caso no me molestaría que alguien lo hiciera, aunque tendría muchas preguntas al respecto, entre otras: ¿por qué lo hace?, ¿para qué?, con qué sentido y cosas de ese tipo.

11.- ¿Qué es para Usted la poesía? ¿qué estilo le gusta más
(poesía, prosa, etc.)?

La poesía es la síntesis perfecta para expresar la belleza a través del lenguaje escrito. La poesía es un marco de referencia fundamental de la estética en el arte. De todos los géneros el que más me gusta, y me parece perfecto, es la poesía, toda vez que tiene muchas cualidades que sería muy largo enumerar. El poeta es un ser de pocas, pero brillantes, palabras; aunque hay poemas extensos que son una joya como los escritos por Gorostiza, por Paz, por Mayakovsky, por Luis Cernuda y Jaime Sabines, entre otros.

12.- ¿Qué puede aportar su poesía a la sociedad?Mucho. Toda vez que es la conciencia crítica de un pueblo. Pero me refiero a la poesía en general. Porque en el caso personal, tengo clara conciencia de que mi obra todavía no ha logrado nada, o casi nada. Pese a que ya tengo muchos años (décadas) en esta tarea, al grado de convertirse en un “suave vicio” u obsesión.

13.- ¿Qué es lo más importante en la poesía?
Su belleza. Su sonoridad, su musicalidad; y vuelvo a repetir la posibilidad de resumir en el discurso más breve posible el más profundo de los mensajes.

14.- ¿Cuáles son sus escritores y poetisas favoritas? (de los antiguos y de los modernos)
Son muchos. Acaso en cada ocasión repetiría nombres distintos: Esquilo, Quevedo, Cervantes, Shakespeare, Dostoyevsky, Gorky, Tolstoi, Sor Juana Inés de la Cruz, San Juan de la Cruz, Marw Twain, Thomas Mann, Paul Valery, Luis Cernuda, Borges, Carpentier, Efraín Huerta, Jorge Ibargüengoitia, García Márquez, Josefina Vicens, Enriqueta Ochoa, Dolores Castro, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Pablo Neruda, Juan Rulfo, Julio Cortazar, Thelma Nava, Alfonso Reyes, Miguel Delibes, Benedetti, Gelman, José Lezama Lima, Carlos Montemayor, Inés Arredondo, Tristán Tzara, Thomas Stern Eliot, Ezra Pound, Carlos Pellicer, Esther Seligson, entre otros.

15.- ¿Que poeta le ha influencia a usted en su literatura?Muchos. Como ya dije, empezando por Heriberto Enríquez, mi mentor y amigo; enseguida una gran cantidad entre quienes sólo citaré a Julio Verne, Juan García Ponce y prácticamente todos los integrantes, en España, de la llamada “Generación del 27”.

16.- ¿Usted piensa que un escritor debe ser sentimental?Sin sentimientos la literatura es infértil; la literatura vale nada. Pero este tema es una cuerda floja pues fácilmente, sin percibirlo, se puede caer en el sentimentalismo.

Pero estoy seguro que la literatura tiene como raíz fundamental los sentimientos. Todo tipo de sentimientos. El hombre y la obra cumbre ejemplar de la importancia de los sentimientos, a nivel universal, es sin lugar a titubeos William Shakespeare.

17.- ¿Cómo ve la literatura, y en particular la poesía, en Latinoamérica? ¿La cultura puede aportar algo a los cambios que están viviendo sus sociedades?Soy un convencido de que, por encima de nuestras condiciones socioeconómicas y políticas, América Latina siempre ha aportado cosas muy importantes al mundo en la cultura, el arte y la literatura.

Y tengo la esperanza puesta en las nuevas generaciones que habrán de aportar mucho a las mejores causas del progreso y el desarrollo de nuestras naciones.

Basta asomarnos a los autores nuevos de este siglo XXI en nuestros países latinoamericanos para darnos cuenta que somos privilegiados y que el futuro es nuestro, pues la riqueza y calidad de los autores nuevos sorprende a todo el mundo.

18.- ¿Qué haría si pudiera cambiar algo en el apoyo cultural para los nuevos poetas?
En esa hipotética situación movería el mundo. Pero como no sueño, ni se me ocurre pensar qué podría hacer. Para comenzar implantaría la sinceridad como una norma; no al pago de impuestos a los artistas en general. Y becas, muchas becas para los jóvenes poetas.

19.- Para concluir.- ¿qué consejo le daría a la gente joven que empieza a escribir poesía?
Que nunca se desanimen y escriban y lean, lean y escriban sin cesar; que pulan su espíritu autocrítico y acumulen conocimientos en la medida de lo posible. Pues ello servirá para su obra. Recordar que en literatura es una verdad universal que “el burro no toca la flauta”; y que sólo con el ejercicio de la escritura se enseña uno a escribir. El poeta se hace, no nace (aunque, en muchos casos podríamos anotar que hay casos excepcionales en que el autor nace; pero uno debe hacerse la conciencia de que esos casos, son eso: excep-cio-nes). La literatura es trabajo más que inspiración.

20.-Algo que quiera agregar.Nada, Palmira. Sólo agradecerte que me hayas incluido en este ciclo de entrevistas; y pedirte una disculpa pues debo decir que me entregaste las preguntas en noviembre y no te las había respondido hasta ahora (fines de abril de 2010) por acumulación de trabajo.

Nuevamente gracias; y las gracias extensivas a los colegas “virtuales” que se han tomado la molestia de ver estas letras.